Crónica de un fracaso

¡Bienvenido, Mr. Biden! Donde dejan a España los 25 segundos con Sánchez

Es imprescindible un diálogo abierto entre mandatarios entre EEUU y España, después de que hayan pasado veinte años desde la última visita oficial de un presidente norteamericano. 

Encuentro Joe Biden y Pedro Sánchez
Bienvenido Mr. Biden: 25 segundos que saben a muy poco y huelen a ninguneo.
EFE

Como en la película de Berlanga, los americanos pasaron de largo dejando en el aire el sabor a polvo e incluso desprecio que dejaba la instantánea. La única diferencia con respecto a la película rodada en 1953 fue el escenario que, en este caso, cambió el árido paisaje de Guadalix de la Sierra por las mullidas alfombras del antiguo aeródromo de Haren.

El episodio vivido este lunes es un nuevo suma y sigue en las complejas relaciones entre España y Estados Unidos: mucha diplomacia y poco 'feeling' entre dirigentes. Mala combinación. Al ninguneo de ayer se le une la escasa química entre la triada Zapatero, Rajoy, Sánchez y el triunvirato formado por Obama, Trump y Biden. Una relación que tan sólo José María Aznar consiguió acercar, aun a costa de poner los pies encima de la mesa del rancho de George Bush durante un descanso de la cumbre del, entonces, G8.

Y no es que haya pocos temas en las agendas. A las cuestiones de índole bilateral como la renegociación del convenio militar que regula la presencia de efectivos norteamericanos en bases españolas de uso compartido, se une la postura americana con respecto al Sahara occidental, la posible adquisición española de material militar de fabricación estadounidense o la cooperación en materia policial, antiterrorista y de seguridad. En el plano multilateral, la imposición de aranceles por parte de Estados Unidos a determinados productos europeos (y españoles) pesan como una losa en lo que debería ser una relación entre socios, amigos y aliados que sólo en 2020 alcanzaron los 36.500 millones de euros. Todas estas razones justificarían por sí solas un acercamiento entre los presidentes, o al menos entre sus equipos más directos, con objeto de no agrandar una brecha que nunca debía haberse producido y que pone en contexto los 20 años que se cumplen desde que un presidente de los Estados Unidos no realiza un viaje en visita oficial al Reino de España. George W. Bush fue el último en hacerlo, el 12 de junio de un muy lejano 2001.

La capacidad diplomática del equipo del presidente del Gobierno no está en duda, si bien ha chocado con las exigencias de una mínima planificación y, por supuesto, de la carencia o mal uso de la comunicación: esa gran arma a la que agarrarse cuando algo sale mal. Desastrosamente mal. Analizando brevemente la degradación comunicativa del evento encontraremos la crónica de un fracaso. Se empezó anunciando que el encuentro supondría la primera reunión bilateral entre ambos países. Algo ya de por sí negativo tras más de seis meses de silencio entre la Casa Blanca y Moncloa.

De haber sido cierto, estaríamos entre la cumbre más breve de la historia de las relaciones internacionales, casi al mismo nivel que aquel “acontecimiento planetario” que fue anunciado a bombo y platillo por parte del gobierno Zapatero en 2009 y que se saldó con la asistencia a la cena que Barack Obama ofreció con motivo de la cumbre del G20 en Washington.

Son ya demasiados años sin que haya guiños de complicidad entre los máximos dirigentes. Los buenos oficios de la administración española en ámbitos como Defensa o incluso Exteriores mantienen viva la llama que calienta las relaciones entre dos países de la categoría internacional de España y Estados Unidos. En el mundo de la alta diplomacia es imprescindible un diálogo abierto entre mandatarios que, desde luego, no se da en 25 segundos de “paseo” y presunta conversación, entre Biden y Sánchez, mascarillas y desprecios por delante.

Malestar acumulado

Hay una máxima en política que habla de la gestión de las expectativas. Vender un encuentro en la cumbre primero, para irlo reduciendo como un suflé en las horas previas al mismo, dejarlo en un “breve encuentro” y acabar abrazando la fuerza del “paseo” no es creíble y lo peor es que ahonda en una herida abierta que llama a pensar que, al final, a quien no le conviene salir en la foto es al presidente norteamericano. De hecho, sólo al final de la caminata de quince pasos Joe Biden se dignó en mirar de reojo a Pedro Sánchez que, por su parte, no sabemos si dispuso del tiempo suficiente para siquiera presentarse, no ya para planificar la agenda latinoamericana, la próxima cumbre de la OTAN en suelo español o trabajar “en próximos encuentros”.

Lejos quedan las aspiraciones de atraer a los Estados Unidos al lado occidental para reducir las tensiones con Marruecos o debatir con calma el aumento de los presupuestos para la defensa común de Europa, un argumento que el anterior presidente de EEUU no dudaba en enarbolar cada vez que intuía nubarrones en Europa. Esto siempre causaba sensación en los pasillos de Moncloa que trataban de enjugar el envite recordando el daño que causó la imagen de octubre de 2003. Fue en este año cuando el por aquel entonces líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, se mantuvo sentado al paso de la bandera estadounidense en protesta por la presencia de esas mismas tropas en el tradicional desfile de la Fiesta Nacional.

Lo peor de todo es que las presiones para dilucidar quién es el responsable de este desaguisado se volverán hacia el Palacio de Santa Cruz, cuando en realidad es desde las jefaturas de los gabinetes de los presidentes desde donde se cierran este tipo de cumbres, reuniones, encuentros, paseos… o fiascos, aunque sólo sean de 25 segundos de duración.

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