París recibirá blindada a los líderes del mundo en cumbre del clima

  • Un mundo amenazado por sequías, crecida de los océanos y migraciones masivas se dará cita en París para intentar frenar el peligroso calentamiento del planeta provocado por la actividad humana, dos semanas después de los atentados en la capital.

Tal como estaba previsto, a partir del 30 de noviembre y planteando un desafío sin precedentes para los servicios de seguridad tras los ataques yihadistas que conmocionaron al mundo, París pasará a ser la capital de un planeta determinado a evitar una catástrofe ecológica a las generaciones futuras.

El último intento fue en 2009 en Copenhague y terminó en un rotundo fracaso por falta de acuerdo entre las partes. Esta vez, la conjunción de alarma planetaria y voluntad política podrían favorecer mejor resultado.

"Hay varias razones objetivas que pueden hacer que esta conferencia sea un éxito: el fenómeno se ha agravado, la toma de conciencia avanzó, el debate científico quedó zanjado, y China y Estados Unidos cambiaron de posición", dijo el canciller francés Laurent Fabius.

Más de un centenar de jefes de Estado o Gobierno, de Barack Obama a Xi Jinping, pasando por Dilma Rousseff y Evo Morales, asistirán en esta ocasión a la Conferencia de las Partes o COP21, por sus siglas en inglés.

En Copenhague, los líderes mundiales llegaron al final de la conferencia y no lograron ponerse de acuerdo. En París se decidió operar al revés: dejar que den el impulso inicial al inaugurar el evento y dejar luego que las negociaciones a un nivel más técnico lleguen a buen puerto el 11 de diciembre.

El primer ministro francés Manuel Valls aclaró que a pesar de que la COP21 se mantiene en esas fechas, la misma se reducirá "a la negociación". "Ciertos conciertos y manifestaciones más bien festivas se cancelarán".

Unas 40.000 personas -entre representantes oficiales, ONGs y periodistas- son esperadas en una ciudad "verde" de 16 hectáreas montada para la ocasión en Le Bourget, al norte de París.

Su meta será alcanzar un acuerdo -de algún modo vinculante- para limitar las emisiones de gases que resultan de la actividad humana y provocan el "efecto invernadero", que aumenta peligrosamente la temperatura del planeta y provoca fenómenos extremos.

Según cifras de la ONU, de 1970 a 2010, la población mundial se duplicó, pasando de 3.600 millones a 7.000 millones de humanos, las emisiones de carbono se aceleraron para totalizar 49 gigatoneladas de CO2 equivalente y la temperatura de los océanos se elevó 0,11ºC por década.

Y junto con la proliferación de su propia especie, el Homo sapiens se ha dedicado a complicar la vida de todas las demás sobre la Tierra.

Según un estudio de la Universidad de Yale, el hombre está talando anualmente unos 15.000 millones de árboles, uno de los principales pulmones del planeta a la hora de absorber el carbono. Entre 1970 y 2010, el número de animales salvajes, terrestres o marinos, se ha reducido a la mitad, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Al mismo tiempo, la actividad humana está desplazando especies invasoras que alteran el equilibrio ecológico global.

La toma conciencia de todas esas amenazas y la imposibilidad de mudarse a otro planeta debería jugar en favor de un acuerdo en París, aunque nada está ganado de antemano.

Primero porque los compromisos ya adelantados por cada país, tomados en cuenta en su conjunto, no alcanzarán -según un informe de la ONU- para mantenerse por debajo de 2ºC de calentamiento global, el límite máximo fijado por los científicos para evitar consecuencias desastrosas.

Comparado con el nivel de la era preindustrial en el siglo XIX, la actividad humana ya hizo aumentar la media global en 1ºC. Es decir que recorrimos la mitad de camino hacia el desastre.

Para evitar lo peor se necesitarán medidas más drásticas y en ese sentido la COP21 buscará establecer mecanismos de revisión regulares -se habla de cada 5 años- que permitan ganar la batalla planetaria contra la columna de mercurio.

Eso implicará abandonar energías fósiles como el petróleo, el gas y el carbón -actualmente el 80% de la energía mundial- y pasarse a fuentes "limpias" como la energía solar, la biomasa o la eólica.

En torno a la mesa de negociaciones habrá intereses tan divergentes como los de potencias de la talla de China, Estados Unidos o la Unión Europea y de los microestados insulares del Pacífico amenazados con quedar sumergidos.

Los países en desarrollo, incluyendo todos los de América Latina y el Caribe, esperan del Norte industrializado los recursos -evaluados en 100.000 millones de dólares anuales- necesarios no solo para reducir sus emisiones sino para hacer frente a los estragos que el cambio climático ya les está provocando a través de sequías, huracanes y otros fenómenos extremos.

Recibieron el espaldarazo del papa Francisco, quien a través de una encíclica sin precedentes llamó a los países ricos a asumir su responsabilidad.

Del lado de los vientos contrarios figuran los escépticos que ponen en duda el impacto de la actividad humana sobre el clima.

Aunque son cada vez menos, siguen siendo audibles por ejemplo en Estados Unidos, donde dos de los candidatos favoritos en las encuestas para ganar la investidura republicana a la Casa Blanca, Donald Trump y Marco Rubio, dijeron públicamente que consideran una farsa los postulados básicos del cambio climático.

El gobierno demócrata de Barack Obama prometió, en cambio, reducir las emisiones del sector energético en un 32% para 2030.

Empujando a favor de un acuerdo estarán además activistas y ONG ecologistas que consideran sin embargo demasiado tímidas las medidas en discusión.

Aunque la prevista en París se haya cancelado, las manifestaciones convocadas en el mundo el 29 de diciembre, en vísperas de la inauguración de la COP21, servirán como termómetro de la fuerza de la opinión pública planetaria y harán oír su voz.

ltl/ra

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