La magra venta de boletos, otro dolor de cabeza en la recta final hacia los Juegos de Rio

El gobierno de Brasil dio la voz de alarma este sábado sobre las malas ventas de boletos y el clima de apatía que se vive en un país sacudido por la crisis a poco más de cuatro meses para que Rio acoja los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica.

A las preocupaciones por el virus del Zika, la elevada criminalidad o la importante crisis política que tiene a Brasil en vilo, se suma ahora la embarazosa perspectiva de tener los estadios vacíos.

Sólo el 50% de las entradas para los Juegos se han vendido hasta el momento, según dijo el portavoz del Comité organizador de Rio-2016, Phil Wilkinson, a la AFP el sábado. Para los Paralímpicos la cifra es mucho peor: apenas se ha despachado el 12%.

Ricardo Leyser, quien ha reemplazado esta semana a George Hilton como ministro de Deportes, afirmó en una entrevista con el periódico Folha de Sao Paulo que estaba trabajando en un plan para aumentar las ventas, así como para animar el entusiasmo de los brasileños.

Una de las posibles medidas, según contó, podría ser que el gobierno compre las entradas sobrantes, especialmente para los Juegos Paralímpicos, y las distribuya en las escuelas públicas.

"Hay una percepción de que la población brasileña no se ha despertado todavía para los Juegos. Estamos trabajando enérgicamente en esto porque todavía no está en la cabeza de la gente. Necesitamos dar la voz de alarma para que la gente recuerde este evento y vaya y compre boletos", afirmó Leyser.

Cuando Rio ganó hace casi siete años la sede de los Juegos-2016, Brasil era un vigoroso gigante emergente que maravillaba al mundo de la mano de su estabilidad política y de un crecimiento económico admirable. Pero, mientras la recta final de los 100 días se acerca peligrosamente, los organizadores se han visto sorprendidos por un bombardeo de problemas que llegan de todos los frentes.

La presidenta Dilma Rousseff encara un complejo proceso de impeachment que hace que los brasileños no sepan quién será su gobernante el 5 de agosto, cuando la llama olímpica aterrice en el Maracaná.

Tampoco ayuda la severa recesión económica que azota al país, y que se encamina a ser la peor en un siglo, forzando a recortar el presupuesto olímpico. Ningún aspecto se ha salvado del plan de ahorro, que ha afectado desde a la seguridad hasta a la ceremonia de apertura o las instalaciones para los atletas en la Villa.

A esto se suma el brote del zika, un virus transmitido por un mosquito y que se cree que está vinculado a graves malformaciones en recién nacidos, lo que ha derivado en varias advertencias para los turistas.

Aunque una de las principales preocupaciones de la organización es la seguridad, agravada esta semana por la dimisión del jefe de la Fuerza Nacional, Adilson Moreira.

Brasil es uno de los países más violentos del mundo y varios puntos de Rio -como la gran favela de Maré, situada entre el aeropuerto y el estadio de la ceremonia de apertura- son escenarios frecuentes de tiroteos entre narcotraficantes y policía.

Leyser calificó los preparativos de seguridad como "críticos", especialmente después de los últimos atentados en París y Bruselas, que tuvieron como objetivo lugares de concentración de masas.

Más de 85.000 policías, soldados y personal de seguridad serán desplegados en Rio para las dos semanas olímpicas, más del doble que en los Juegos de Londres-2012. Los críticos, sin embargo, ponen en cuestión la capacidad de Brasil para afrontar la desconocida amenaza del terrorismo.

En su dimisión, Moreira afirmó sentirse "avergonzado" del que calificó como "poco escrupuloso" gobierno de Rousseff, según los medios locales.

Las autoridades turísticas de Brasil, de su lado, lanzaron el jueves un mensaje de tranquilidad a los operadores internacionales afirmando que los Juegos se celebrarán en un clima de "seguridad y tranquilidad".

Mientras Rousseff lucha por sobrevivir al proceso de impeachment, los cimientos del poder brasileño tiemblan cada día por las revelaciones sobre un megaescándalo de corrupción en la estatal Petrobras, que salpica a la élite económica y política del país, incluidos poderosos empresarios, congresistas o el propio expresidente Luiz Inacio Lula da Silva.

Leyser, sin embargo, aseguró a Folha que él y su ministerio se centran únicamente en conseguir que los Juegos Olímpicos estén listos y que no se distraerán con las batallas políticas en Brasilia.

"El ministerio está extremadamente ocupado con las actividades cotidianas. Tenemos que completar las obras, no tenemos tiempo de pensar en el impeachment", dijo.

La mancha de la corrupción, sin embargo, también bordea las obras de las instalaciones olímpicas, que en numerosas ocasiones corrieron a cargo de constructoras implicadas en el fraude a Petrobras. El jueves, un grupo de concejales de Rio de Janeiro pidió que se abriera una comisión de investigación sobre el tema, según informó el diario O Globo.

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