De madrastras y manzanas

  • A saber en qué estarían pensando los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm cuando escribieron su versión de "Blancanieves"; pero el hecho es que, con el tiempo, la "malvada madrastra" obsesionada por el espejo mágico ha ganado muchísima popularidad, al menos entre el público adulto.

Por Caius Apicius

Madrid, 14 ene.- A saber en qué estarían pensando los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm cuando escribieron su versión de "Blancanieves"; pero el hecho es que, con el tiempo, la "malvada madrastra" obsesionada por el espejo mágico ha ganado muchísima popularidad, al menos entre el público adulto.

Es curioso, pero, en general, las "malas" (nadie malinterprete: hablo de las de ficción) suelen resultar más atractivas que las "buenas". Por supuesto, en los cuentos, incluso en las versiones no aptas para diabéticos (por exceso de azúcar) de Disney; pero también en otros terrenos.

Así suele suceder que en las representaciones de la ópera de Verdi "Aida" la malísima Amneris tiene, generalmente, más encanto que la propia Aída, como la Maddalena de "Rigoletto", por no salir de Verdi, suele estar de mejor ver que la sosísima Gilda... salvo que le toque este papel a Anna Netrebko, claro.

Si repasamos algunas de las últimas versiones cinematográficas del cuento que inspiró a los Grimm su "Blancanieves" veremos que el papel de la madrastra lo han desempeñado actrices verdaderamente atractivas: Sigourney Weaver ("Blancanieves: un cuento de terror"), Julia Roberts ("Mirror, mirror"), Charlize Theron ("Blancanieves y la leyenda del cazador") o Maribel Verdú ("Blancanieves"). Con semejantes intérpretes, uno piensa no ya en una manzana, sino directamente en la letra de esa bulería que dice "veneno que tú me dieras..."

Pero el caso es que la madrastra (transmutada en bruja fea en la versión Disney) lo que ofrece a Blancanieves es... una manzana. Roja, para más señas. Qué tendrán las manzanas, que andan en medio de un montón de líos. Identificamos (seguramente con inexactitud) con la manzana el fruto prohibido que les costó a Adán y Eva su expulsión del Paraíso. Ésa es, quizá, la manzana más famosa de todos los tiempos.

Le anda muy cerca la manzana que la diosa de la discordia, Eris, molesta por no haber sido invitada a la boda de quienes serían los padres de Aquiles (Peleo y Tetis), dejó sobre la mesa para que se adjudicase a la más bella, misión que Zeus encomendó a Paris, hijo del rey de Troya, Príamo.

Paris se la entregó a Afrodita, lo que enfadó mucho a las otras dos candidatas, nada menos que Atenea y Hera. Afrodita recompensó a Paris haciendo que la bella Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, se enamorase de él... y literalmente se armó la de Troya. Tiene un lado bueno: gracias a esa manzana surgió por ahí un tal Homero.

Bajemos de las nubes. La manzana es una de las frutas más consumidas y cultivadas del mundo. Parece proceder del Asia Central, concretamente de Alma Ata (en kazajo, "padre de las manzanas"). Se consume tal cual, con su zumo se hace sidra (y de ahí el aguardiente normando conocido como Calvados) y, sobre todo, se elaboran muchos y muy ricos postres, desde la clásica tarta Tatin a las "apple pies" anglosajonas, el "apfelstrudel" alemán, las sencillas manzanas asadas...

Todas las tartas citadas, y más que hay, tienen una base de pasta más o menos fina. A nosotros nos pareció interesante prescindir de esa base, de manera que pasamos a la acción. Para dos, dos manzanas. Usamos la variedad "fuji", cruce de otras variedades conseguido en Japón. Nos gusta porque incluso cocinada mantiene su textura, ese punto crujiente que hace tan atractivo morder una manzana y que suele perderse con la cocción.

Bueno, una vez peladas y descorazonadas, las cortamos en gajos finos. Los pusimos en una cazuela con el zumo de una mandarina grande, un par de cucharadas de vino dulce (moscatel) y unas ralladuras de jengibre. Tapamos la cazuela y cocinamos las manzanas unos cinco o seis minutos, volteándolas de vez en cuando para que se impregnen bien. Retiramos las manzanas y colamos el jugo.

Añadimos a ese jugo una nuez de mantequilla y una cucharada de confitura de albaricoque; bien mezclado todo, incorporamos un yogur cremoso. Repartimos esta mezcla en dos recipientes de porcelana, colocamos encima las rodajas de manzana y los guardamos en la nevera. Al llegar el momento de servir, espolvoreamos la superficie con azúcar moreno y caramelizamos ese azúcar con el soplete.

En seguida, a la mesa: la manzana mantiene esa textura "al dente", y el contraste de temperaturas entre la base y la superficie resulta de lo más agradable. Es un excelente final para una buena comida.

Las manzanas así preparadas (o en cualquiera de las fórmulas mencionadas más arriba) pierden toda su mala fama, y nos hacen pensar más en manzanas benignas, como la de Newton, que ya tiene mérito ver caer una manzana (que no le cayó en la cabeza, como dicen las malas lenguas) y deducir de ahí las leyes de la gravitación universal.

Después de todo, y dejando aparte las leyendas, bíblicas o mitológicas, la manzana es una fruta que tiene muy buena prensa: ahí sigue el dicho anglosajón de que una manzana al día mantiene alejado al médico, y la expresión española "sano como una manzana". Pero eso no impide que todo sea mejorable y aportemos una forma distinta de disfrutar de ellas.-

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