Dubrovnik, una visita a uno de los cascos históricos más bellos de toda Europa

  • La ciudad croata esconde una de las vistas y paisajes más bellos que hay, pero hay que visitarla fuera de la temporada turística.
Dubrovnik
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Vista panorámica de Dubrovnik, Croacia / EFE

Al otro lado del Mar Adriático, Eslovenia, Croacia y Montenegro, son tres destinos de una belleza extraordinaria. En el extremo sur en una pequeña franja de terreno en la que Croacia ha estirado y extendido sus dominios, se encuentra Dubrovnik una ciuda d en la que, cuando se retiran los turistas, vuelve a cobrar sentido la máxima que se le atribuye a Bernard Shaw, que la calificó como el paraíso terrenal. El mar azul intenso, pero transparente en la orilla, deja ver la pureza de sus aguas, las islas e islotes que la rodean y las montañas cubiertas de bosques intensos dibujan el marco incomparable de uno de los cascos históricos más bellos de Europa.

El centro de Dubrovnik es pequeño, pero se emplean horas en recorrerlo porque en cada rincón, en cada esquina y en cada callejón hay un detalle que le obliga a parar y almacenarlo en su galería de fotos personal para preservarlo así en la memoria. La primera imagen de la ciudad debería tomarse desde el monte Sdj, concretamente desde la fortaleza levantada por Napoleón. Desde allí se divisa el Adriático, con toda la intensidad del azul que contrasta con el rojo de las tejas de los tejados apretados, unos contra otros, dentro de la muralla que circunda la ciudad.

Stradum es el eje principal, la calle que vertebra la ciudad. Una arteria cubierta de adoquines desgastados por el efecto del tiempo, pero brillantes y limpios como si los acabaran de lustrar. Las fachadas blancas contrastan con el color verde de las ventanas y contraventanas. La avenida empieza y acaba en la fuente de Onofrio y el monasterio franciscano que luce unos espléndidos claustros en los que cabe imaginar a los monjes en oración. Allí, también se encuentra una de las boticas (farmacias) más antiguas del mundo. Estanterías con frascos y viejos utensilios que se utilizaban en otra época.

El entramado de estrechas callejuelas apenas deja sitio para establecer la cantidad de terrazas encantadoras que se despliegan en la calle, pero la realidad es que como en un juego de ‘tetris’ se instalan mesas y sillas por doquier. Todas las mañanas en la plaza de Gunduliceva, se establecen los puestos del mercado del mismo nombre. Siéntese a desayunar en el café Talir Bar se puede sentar y observar cómo la gente deambula de un puesto de fruta y verdura a otro para seleccionar el mejor producto y llenar la despensa.

Para comer, nada como bajar hasta el puerto viejo, al pie del agua, para disfrutar en la magnífica terraza del restaurante Lokanda-Peskarija, una taberna ideal para tomar pescado fresco a la parrilla. Otra opción es la taberna Kamenice, en la que sirven buen pulpo y mejillones. Un lugar muy asequible y recomendable. Para tomar un café tras la comida, el Buza, es un sitio con mucho encanto. Escondido sobre el acantilado ofrece unas vistas espectaculares sobre el mar en el que se zambullen los jóvenes desde la llamada Roca del León.

Otra de las imágenes que regala la ciudad de Dubrovnik es el atardecer cuando cae el sol y sus calles se iluminan con una luz de tonalidad a medio camino entre el naranja y el amarillo. En un extremo de la muralla el restaurante Sesame ubicado en una casona del Siglo XVIII es el lugar para darse un homenaje, no sólo gastronómico con una cocina que su dueño define como local con un poco de sal, sino por las vistas y el emplazamiento en el que uno se siente un absoluto privilegiado. 

Quédese a dormir, es cuando más se disfruta la ciudad. Los turistas se han retirado y la ciudad queda en calma. The Pucic es un pequeño hotel de lujo ideal. Eso sí, a Drubovnik hay que ir fuera de temporada, sino sufrirá un terrible martirio para pasear por sus estrechas callejuelas en competencia con los turistas que bajan de los mega cruceros.

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