El calor de la despedida

  • Calor, hacía mucho calor en el amplio auditorio del hotel donde Alfredo Pérez Rubalcaba pronunciaba esta mañana su último discurso como secretario general del PSOE, una temperatura no sólo procedente de los largos aplausos con los que los socialistas trataban de enjugar su despedida.

Antonio del Rey

Madrid, 26 jul.- Calor, hacía mucho calor en el amplio auditorio del hotel donde Alfredo Pérez Rubalcaba pronunciaba esta mañana su último discurso como secretario general del PSOE, una temperatura no sólo procedente de los largos aplausos con los que los socialistas trataban de enjugar su despedida.

"Gracias por el doble calor con el que me habéis recibido, el calor humano y el físico; alguien ha decidido bajar el aire acondicionado y esto se ha convertido en una sauna", confesaba Rubalcaba nada más subirse a la tribuna para pronunciar un discurso complicado para él, por el momento y la emoción que le generaba.

Se le veía sudar, pese a los sorbos que daba a una botella de agua que pidió para no caer deshidratado, y en su rostro, brillante por las potentes luces de los focos del escenario, se mezclaron en los momentos finales las gotas de sudor con alguna lágrima que no pudo contener.

Le seguían, con continuas ovaciones, los tres millares de socialistas que asisten al congreso extraordinario del partido, con dos de sus antecesores en primera fila, Felipe González y Joaquín Almunia, pero sin José Luis Rodríguez Zapatero.

Contrastaba el semblante emocionado de Rubalcaba con el aspecto de González, que llevaba puestas unas vistosas gafas de sol, al parecer por un problema ocular, y que era uno de los poquísimos asistentes con chaqueta, junto al madrileño Tomás Gómez; eso sí, ambos sin corbata.

Porque el congreso extraordinario del PSOE ha sido el del socialismo sin corbata; ni una sola se ha visto en el hotel de las afueras de Madrid donde ha tenido lugar la convención.

Todo eran camisas -muchas blancas, como la ya emblemática del nuevo líder socialista, Pedro Sánchez- azules -la de Rubalcaba- y polos de diversos colores, acompañados con vaqueros o pantalones informales y calzado cómodo.

Como el andaluz Gaspar Zarrías, que no olvidó rescatar de su armario las deportivas fetiche, de color negro, que siempre calza en los congresos del partido.

Al acabar la sesión matutina los socialistas salían del auditorio, denominado "Príncipe Felipe", abanicándose y resoplando, buscando un alivio térmico que podía parecer también un alivio por el trance que este fin de semana debe superar el PSOE para, como dejaba bien claro Rubalcaba y luego Sánchez, recuperar la confianza de los ciudadanos, una vez recobrada la del partido.

En la mañana, el adiós del profesor de química metido a político completaba el advenimiento de su sucesor, quien tuvo un escenario idóneo para ilustrar su llegada al hotel, como si fuera la puerta de entrada al nuevo socialismo español, con largos y anchos pasillos en los que delegados y afiliados no paraban de saludarle, besarle, aplaudirle, fotografiarse con él y desearle lo mejor.

Sin olvidar a la presidenta andaluza, Susana Díaz, entregada en su papel de presidenta del congreso con un vibrante discurso en el que sentó bases y principios para el futuro de los socialistas.

A la espera de la proclamación de Pedro Sánchez como secretario general, ya por la tarde, los delegados no tuvieron muchas oportunidades para deleitarse en lo gastronómico.

Largas colas de socialistas para adquirir bocadillos y bebida a 9,50 euros acabaron con las existencias y dejaron a más de uno resignado al consumo de exiguos perritos calientes.

Lo que no faltó fue agua, embotellada para la ocasión con la marca de la casa, "Agua mineral natural PSOE", baja en sodio y procedente de la Sierra de Cazorla, en Jaén, corazón de Andalucía, una tierra muy, muy presente en este congreso.

A Pedro Sánchez, en su primera alocución tras ser proclamado secretario general, no le fue precisa la botellita marca PSOE, y desgranó sus mensajes a los "compañeros y compañeras" -letanía indispensable en la jornada de hoy- de un tirón, a palo seco y con dominio del escenario, sin apenas mirar al atril con sus notas.

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