La esperanza del proyecto Iter

De la bomba atómica a la energía eterna: el átomo puede salvar a la humanidad

A lo largo de estos años, no ha habido ninguna guerra nuclear quizá por el principio de la Teoría de Juegos de que el resultado sería una suma cero.

¿Tiene futuro la energía nuclear o es simplemente el futuro?
¿Tiene futuro la energía nuclear o es simplemente el futuro?
Iter

Casi todos los periódicos del mundo publican en los primeros días de agosto crónicas sobre uno de los sucesos más terribles de la humanidad: el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Fue durante dos días de agosto cuando bombarderos norteamericanos dejaron caer sendas bombas que arrasaron las ciudades japonesas y causaron decenas de miles de muertos.

Aquel hecho cambió la historia. Por primera vez se pensó que una guerra nuclear podía aniquilar la humanidad. Einstein llegó a decir que no sabía cómo sería la Tercera Guerra Mundial pero que la Cuarta se combatiría con piedras y palos. El científico norteamericano Edward Teller calculó que una guerra nuclear acabaría con más de la mitad de la población de EEUU. El filósofo alemán Karl Jaspers escribió el ensayo “La bomba atómica y el futuro de la humanidad” donde prevenía que la técnica podría acabar con nuestra especie. En una entrevista para L’Express en 1963 abogó por “la necesidad de una reforma de nuestro pensamiento, una reforma que pretenda evitar la desaparición de la especie, y que sea de tal profundidad y de tanta trascendencia que esta misma desaparición se vuelva imposible”. La técnica que se nos estaba escapando de las manos, algo sobre lo que Ortega y Gasset y Heidegger ya habían reflexionado antes de la guerra. Durante los años cincuenta se produjeron muchas películas catastrofistas sobre mutaciones en humanos, animales y bichos, como la célebre “La humanidad en peligro” (1954, de Gordon Douglas) donde las pruebas atómicas en EEUU generan hormigas gigantes devastan a los humanos.

Las naciones no parecían escuchar los avisos puesto que se hicieron ensayos con armas más destructivas basadas en la fisión del átomo. A los ojos del hombre de la calle, parecía imposible que la reacción en cadena de los átomos pudiera causar tanta destrucción. 

A lo largo de estos años, no ha habido ninguna guerra nuclear quizá por el principio de la Teoría de Juegos de que el resultado sería una suma cero. De hecho, fue la idea con la que jugó la película “Juegos de Guerra” (1983, John Badham) en la que unas máquinas simulaban una guerra nuclear, y terminaban con una instrucción en la pantalla: ganador, ninguno.

Aparte de varios tratados para limitar las armas nucleares, lo que ha habido de verdad es la construcción de centrales nucleares que demostraban el poder productivo de la fisión. Se podía generar energía eléctrica calentando agua, evaporándola y haciéndola mover turbinas. Sin embargo, es una energía preocupante que de vez en cuando, cuando no se controla, amenaza con devastar continentes enteros como pasó en Chernobyl en 1986.

Eso se debe a que la energía nuclear es, por decirlo así, un proceso antinatural: se rompen átomos que a su vez rompen otros átomos en una reacción en cadena. Esa energía no solo es peligrosa sino que deja residuos durante milenios. Los científicos pensaron que sería más seguro imitar la energía del sol donde no se rompen átomos sino que se unen y fusionan átomos de helio, lo cual deja escapar una energía considerable y más segura. Y sin residuos.

Con ese fin, los mismos países enemigos que amenazaban con destruirse con ojivas nucleares, se empeñaron hace años en uno de los proyectos más fascinantes y menos comentados del mundo: construir una planta de fusión (no de fisión) nuclear.

Ese proyecto se empezó a cocinar en los años ochenta y fue por fin en 2006 cuando la UE, China, Rusia, Japón, Estados Unidos, Corea del Sur e India, acordaron construir el primer reactor de fusión en la ciudad francesa de Cadarache. Se basarían en el reactor experimental Tokamak que los soviéticos construyeron en los años 60. Lo llamaron ITER: International Thermonuclear Experimental Reactor. Se empezó a construir en 2010 y hace pocos días, el 30 de julio de 2020, tuvo un momento feliz: se inició la fase de ensamblaje de la máquina. Con la máquina se refieren al reactor de fusión más grande de la historia.

El director general de ITER Bernard Bigot dijo: “Sentimos el peso de la historia. Han pasado cien años desde que los científicos entendieron por primera vez que la energía de fusión era la fuente de energía para el Sol y las estrellas y unas seis décadas desde que se construyó el primer ‘tokamak’ en la Unión Soviética. Sentimos la necesidad de urgencia y paciencia. Sabemos que necesitamos un reemplazo para los combustibles fósiles lo antes posible. [...] Estamos avanzando lo más rápido posible... Si tenemos éxito, valdrá la pena todo el tiempo y el esfuerzo que nos ha llevado a este punto", según recogió Europa Press.

Aún falta mucho, la verdad. Este reactor se construye para resolver cuestiones científicas y técnicas pero no producirá electricidad. La idea es llevar la fusión a un punto en que se puedan diseñar aplicaciones industriales y en su construcción se gastarán 20.000 millones de euros, la mitad aportados por la UE.

Luego vendrá una “demo”: es decir, se construirá una planta de demostración de energía de fusión. Dentro de cinco años, en 2025, la planta debería calentar el plasma de hidrógeno gaseoso hasta los 100 millones de grados centígrados: es como crear un sol en una olla. El sol tiene 15 millones de grados en su interior

La idea final del ITER es dominar esta energía para producir electricidad de forma permanente y barata. Después del sol, la energía que mueve al mundo es la electricidad. No podemos conectar ningún aparato ni hacerlo funcionar sin electricidad. De hecho, el ITER podrá calentar el plasma gracias a la electricidad que producirán sus bobinas superconductoras y su supermagneto. Es un desafío de la ingeniería.

Por ahora, el mundo genera electricidad desde las peligrosas centrales atómicas, las contaminantes centrales de carbón y de gas, y de las más naturales como caídas de agua, placas solares, o aerogeneradores. Nada se comparará en potencia a la energía de fusión. Pero hasta que llegue ese día en que convirtamos la energía de fusión en electricidad industrial y doméstica, todos los que están leyendo este artículo estarán cobrando sus planes de pensiones o en residencias de ancianos… si es que llegan. Pero sus nietos disfrutarán de una energía permanente y segura. Esperemos.

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