Opinion

El efecto Puigdemont

Puigdemont, a la salida del Parlamento europeo.
El efecto Puigdemont.
Europa Press

Ahora que se aproxima la Navidad, en muchos colegios y aulas se suceden las funciones representativas del Misterio que da nombre a dicha fecha, con los consiguientes ensayos, canciones, nervios, aglomeraciones de alumnos y felicitaciones de padres y profesores ante tales acontecimientos.

Lo que no podíamos imaginar es que se llegase a formalizar un espectáculo de naturaleza tan cochambrosa como que apareciera en la escena un señor de la tierra de los 'caganets' ciscándose en toda la Nación, en un apartado rincón del Portal, junto con otros compañeros de tan singular actividad fétida, entregando la carta a un pseudo-rey que se afirma experto en el arte de la magia, del trilerismo más burdo, y del engaño más profesional, pidiendose el oro (los impuestos), el incienso (el reconocimiento de un relato histórico de parte) y la mirra (la amnistía y el perdón de todos sus pecados).

Resulta que, viendo esa oscura reunión de ladrones ante la oveja agonizante y atontada a la que quieren degollar, han saltado los pastores que tienen encomendada su defensa: los anónimos defensores del servicio público, los que tienen como obligación la protección de la norma suprema del ordenamiento, los que fueron elegidos en una democracia para la salvaguarda de los intereses generales de todos los que disfrutan del queso y la lana de la oveja, y los que no están dispuestos a que, troceándola, se generen desigualdades y beneficios para unos en detrimento de todos.

La sociedad civil ha despertado. Y todo ello, una vez más, gracias al “efecto Puigdemont”, como sucedió en 2017. Seguramente el de Waterloo no sea consciente (o quizás sí) del poder de convocatoria que tiene fuera de sus filas. No obstante, la gran ignominia que el pseudo-rey mago quiere concederle ha puesto en alza a todos los ciudadanos que, más allá de sus preferencias políticas, han visto al borde del precipicio el sistema constitucional fruto de la Transición por causa de un mercadeo de votos.

Desde los jueces y fiscales -todos a una-, los inspectores de hacienda, los inspectores de trabajo, abogados del Estado, colegios de abogados, despachos, y más colectivos, toda la sociedad civil ha dicho “basta ya”. Basta ya de engaños y de mercadeos con las costuras esenciales del Estado de Derecho, con la Constitución y el imperio de la Ley. La Justicia no puede estar sometida al albur de unos políticos reunidos en Bruselas con la intermediación de un árbitro extranjero, ni a las comisiones políticas de los Soviet que quieren crearse en las Cortes. La situación financiera de una región no puede ser privilegiada por arte de birli-birloque (por mucho que sus promotores practiquen la magia un día sí y otro también). Las empresas no pueden desplazarse como los ejércitos de un tirano, al servicio de su causa.

Conviene recordar a quienes desean imponernos su voluntad que, por debajo, tienen a 48 millones de personas, individuos, seres de carne y hueso, con sus aspiraciones y su dignidad. Y que, una de las mayores expresiones de esa dignidad es su libertad, valor que además es fuente de la democracia. De la libertad nació el espíritu de una nación en constituirse en un sistema democrático hace más de 40 años. Del concurso de las voluntades surgió el Estado de las autonomías, y del mismo concurso se configuró una Constitución con su correspondiente separación de poderes.

De la libertad individual de cada uno de los españoles nace, asimismo, la obligación de respeto por parte del gobernante a cada individuo. Gobernar no es imponer, ni ocultar, ni negociar, en nombre de todos, vendiendo la Constitución al mejor postor. Gobernar es dirigir y si no se cuenta con los apoyos, ser consecuente, responsable. Y la responsabilidad es otro valor que parece haber sido olvidado en estas altas esferas. No obstante, no sucede lo mismo con los miles de funcionarios y servidores públicos y privados que han salido a la palestra a defender las cosas tal como son, no como otros quieren imponer que sean, a defender la España que conocemos y apreciamos, así como a defender, en definitiva, la libertad de cada uno y de la sociedad en su conjunto.

Esperemos que tras la mala función navideña que se está pergeñando -una pesadilla de mal gusto-, vengan tiempos mejores, de mayor unidad entre los españoles en una numantina resistencia en defensa de nuestro Estado de Derecho. Somos una nación fuerte y lo conseguiremos.

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