OPINION

El peligro que corren las series españolas en tiempos de Netflix y la burbuja de la TV bajo demanda

La casa de papel
La casa de papel

Encomendarse a las plataformas bajo demanda extranjeras no es la solución para asentar en nuestro país una industria de ficción más fuerte. Netflix, HBO o Amazon amplían el mercado y también abren una segunda vida de negocio para las series autóctonas, pero no son la salvación.

Tradicionalmente, y a diferencia de otros países, España ha resistido a la colonización televisiva en ficción. Excepto casos aislados, como la longeva CSI como arma rompe audiencias en los lunes de Telecinco, la audiencias masivas del público español han elegido con contundencia ficciones 'made in Spain': desde los rudimentarios Estudio 1, pasando por las grandes producciones de los setenta y los dorados años ochenta o después, con el punto de inflexión que supuso la llegada de las privadas, con 'Farmacia de Guardia' y 'Médico de Familia'. Los creadores españoles han demostrado una cultura de ficción aplastante, que incluso se ha ido adaptando a los cambios de producción y consumo. Pasamos de la televisión de autor de Armiñán, Mercero, Masó o Serrador a la televisión en cadena de productoras hábiles a la hora de retratar la idiosincrasia nacional desde una ingeniosa universalidad.

Pero pensar que con el alunizaje de Netflix, la industria española está salvada es caer en un error. Al contrario, precisamente la llegada de este gigante americano puede empequeñecer la identidad y la diversidad de nuestra ficción. Y, lo que es peor, también afecta al cine, pues se está sufriendo un apagón de mucha creación cinematográfica porque no está producida en los cauces en los que se comunica lo que hay que ver o lo que no. Porque nos dicen lo que tenemos que ver. Es decir, es invisible fuera de las invasivas campañas de promoción de los gigantes grupos de comunicación, como Atresmedia o Mediaset, y fuera de las poderosas artes del marketing de la artillería de Netflix.

Mientras tanto, las grandes productoras de televisión intentan reinventarse como 'estudios de producción' para sobrevivir ante una industria que también se está reinventando. Pero no lo necesitan, ya son productoras. Sólo deben ser más versátiles que antaño, lo que supone un problema: sus puestos de trabajo ya no son tan estables como antes, han pasado a ser 'empresas acordeón' en las que el volumen de profesionales varía dependiendo de la envergadura de los proyectos. Un escenario lógico, pero que también define un nuevo estado: ya no se paga lo mismo por las series. Ahora las tandas de capítulos son cortas y la inversión es menor. Como consecuencia, no se cuenta con el mismo margen presupuestario para mantener indefinido un equipo que desarrolle nuevos proyectos.

La evolución de estas circunstancias puede ir mermando el músculo de una industria audiovisual que corre el peligro de ser menos diversa, menos plural, menos autóctona, menos fuerte. Parece que se produce más que nunca pero, en realidad, sólo lo parece. Hay que mirar al exterior, sí, pero poniendo el foco en el interior. Lo que nos diferencia es lo que nos retrata y nos hace atractivos fuera de nuestras fronteras. Esto último cuando toque. Que tampoco tiene que ser siempre. No toda la ficción española debe obsesionarse con ser llamativa internacionalmente para que interese a Netflix, Amazon o HBO. También se podrán seguir produciendo series españolas que sólo aspiren a interesar y entenderse en España, que cuenten historias que sólo nos definan a nosotros. Y que por tanto se consuman sólo aquí.

Por eso es crucial la función de las cadenas tradicionales -cuidando más que nunca un orden en sus parrillas de programación para fidelizar franjas de emisión de series- y operadores como Movistar Plus, que debe apostar más por explorar nuestras particularidades y por producciones como 'El día de mañana', 'Mira lo que has hecho' o 'Arde Madrid'.

Y, sobre todo, especial responsabilidad tendrá Televisión Española, que debe ser la gran punta de lanza para dinamizar y movilizar la industria de ficción con inversión en riesgo inteligente, con historias con un desarrollo complejo -como hacían antaño las grandes series de TVE- con su principio y su final, abriéndose a la creatividad y dando voz a los autores. En emisión tradicional y luego en segunda vida en el sistema ‘a la carta’, que hay que actualizar con un diseño más intuitivo y atractivo. También a través de la interesante plataforma PlayZ, que está llena de posibilidades por explotar y que hasta ahora no ha conseguido destacar con producciones realmente relevantes.

TVE es un sostén de nuestra cultura y no puede caer en la trampa de las tendencias imperantes de solo contar con actores con muchos followers o emular a medio gas tendencias de éxito de otros o dejarse fagocitar por empresas privadas bajo demanda. Como ha hecho históricamente, RTVE ha de ser la antítesis de lo que supone ir a rebufo de otros y aspirar a tener visión, ser pionera y crear tendencias. Así se lanzaron a producir ‘Juncal', ‘Anillos de Oro’, ‘Chicas de Hoy en Día’, ‘El Ministerio del Tiempo’ o, tras ser rechazada por las demás cadenas, ‘Cuéntame cómo pasó’. Era TVE la que debía producir todas ellas y TVE no tuvo (demasiados) temores, no tuvo prejuicios, pensó en grande. Y estas series fueron posibles, aunque no era fácil que fueran posibles dentro de los protocolos de los convencionalismos.

En este sentido, TVE no puede dejarse fagotizar por compañías bajo demanda privadas y sus siglas deberían acoger a una propia compañía bajo demanda que sea referente en español.

Si no se protege la rica identidad de nuestra ficción, corremos el peligro que la industria merme sin que seamos conscientes de ello y que los autores emergentes tengan más difícil proyectar su talento, mientras nos quedamos fascinados por inteligentes campañas de marketing de Netflix y éxitos puntuales, como 'La Casa de Papel', que nos hacen creer que somos los mejores. Pero el entretenimiento es muy amplio. La ficción también debe seguir siéndolo, plantando cara a estos tiempos en los que se nos teledirige con peligrosos algoritmos.

Las plataformas bajo demanda manejan nuestros gustos a través de algoritmos en los que cruzan nuestros hábitos de consumo, creen conocernos y pueden hacer desaparecer de nuestras búsquedas lo que en teoría nos atrae menos para darnos más de lo mismo que en teoría nos gusta. Esos mismos algoritmos, además, priorizan en el ojo del espectador lo que la compañía en cuestión pretende que veamos en tropel.  No hay escapatoria al manejo de nuestros gustos, pues. Así puede surgir un éxito impostado, que ya viene diseñado y hace más invisibles a  los creadores que se salen de los patrones de uso. Y lo más desolador será que esos algoritmos nos priven de descubrir mundos e historias nuevas que aún ni sabemos que pueden apasionarnos.

Mostrar comentarios