OPINION

La crisis de la TV en España: cuando sigues viviendo en los noventa y tu público no

Mayte Zaldívar, Supervivientes
Mayte Zaldívar, Supervivientes
Mayte Zaldívar, Supervivientes
Mayte Zaldívar, fichaje de Supervivientes... en 2018.

La década de los años noventa ya quedó atrás. De hecho, han pasado casi veinte años desde entonces. Sin embargo, las grandes cadenas de la televisión en España siguen pretendiendo reproducir modelos de antaño.

Ojo, de los noventa hay que aprender mucho, pero el público de hoy ya no es de los noventa. Ni las personas más mayores, esos telespectadores pensionistas que más horas pasan delante de la pequeña pantalla y sostienen el share de tantos canales, siguen viviendo en los noventa. Los abuelos también han evolucionado, no son los mismos que en la época en la que triunfaban El diario de Patricia o Tómbola, asombraba Sorpresa, sorpresa o emocionaba la sensiblería de Hay una carta para ti.

La sociedad ha cambiado, ha avanzado. Pero es curioso comprobar que la televisión no tanto, especialmente en programas de entretenimiento, pues muchos de sus directivos continúan centrados en un modelo de hacer televisión que fue revolucionario entre 1997 y 2005, pero ya no. Se ve que esos directivos no han tenido tiempo de salir de sus despachos para descubrir los cambios de la sociedad y también de su modo de ver y disfrutar la televisión. A veces, parece que la tele se ha quedado paralizada en 2003 cuando, tras la explosión de los reality shows, se creyó que todo se podía prefabricar al gusto de un espectador domesticado.

Fue entonces cuando los castings de los participantes de los programas se empezaron a cortar por patrones hechos para el éxito irrefutable: que si una historia de superación cuanto más lastimera mejor, que si una ruptura sentimental con reencuentro en plató, que si un perfil de guapo de manual bañado al rayo uva, que si un poco de cotilleo alrededor de un hijo de torero y tonadillera, que si todos los platós hiperiluminados porque la oscuridad espanta, que si un público con panderetas para hacer más ruido y que parezca que está en una apasionada fiesta...

Ahí permanece aún una parte importante de la programación de la televisión en España, anclada en lo que funcionó en los noventa. Pero en un 2018 en el que los hábitos de consumo están cambiando tanto, también los intereses del público han evolucionado, por suerte. Ya no interesa un tipo de folclore, a medio camino entre lo taurino y rural. Ya el imaginario de famosos no es hereditario. Ya los realities shows no funcionan sólo mezclando pelea y sensiblería. De hecho, en el último Operación Triunfo ningún concursante venía con un gran trauma o drama familiar que explorar: el talento y carisma de los concursantes eran el sustento del casting, sin necesidad de conflictos entre ellos.

El público ha ido mucho más rápido que la televisión, y la televisión no ha sabido captar el interés de un público que demanda sentirse representado en otro tipo de contenidos que apenas ofrece la televisión generalista.

Ya en los noventa, Chicho Ibáñez Serrador pronosticaba que, con la competencia de las privadas, "los contenidos se iban a homogeneizar". Razón no le faltaba. Pero, además, las cadenas se han vuelto tan conservadoras, que intentan reproducir modelos de programación sin percatarse de que ya no van de la mano de las formas de consumo del espectador actual.

La televisión sin intuición y cierto riesgo no avanza. La sociedad es otra. Y los personajes en los que quiere verse representada la sociedad son diferentes y han dejado de parecerse a Belén Esteban o Chabelita. Esto lo sufre especialmente Telecinco, que debe reinventar su imaginario de personajes del folclore popular y de tronistas sin nada que aportar.

Porque incluso el folclore popular ha evolucionado desde los 90. También lo que esperamos ver en un show de entretenimiento en prime time. La lágrima por la lágrima no funciona por si sola en televisión, como sucede en Volverte a ver de Telecinco que, a su vez, es una imitación de Hay una cosa que te quiero decir -para ahorrarse el coste de los derechos de emisión de este formato original- que, también, a su vez, fue una versión de Hay una carta para ti de Isabel Gemio. El bucle del reencuentro y desencuentro televisivo que fuerza el drama ya no es suficiente para atrapar a todos los públicos. El espectador de 2018 está inmune y rechaza la utilización fácil de la lágrima ajena por programas en los que lo que menos importa es el sufrimiento de las personas que los protagonizan. 

Imaginario de personajes estancados y mujeres florero

También está cambiando el imaginario de personajes populares. Aunque en algunas cadenas no se han percatado. ¿De verdad alguien como Mayte Zaldívar, que interesaba en el Aquí hay tomate de las corruptelas folclóricas de 2003, es la mejor opción para ir a Supervivientes? ¿Quién ha creído que ese fichaje es un buen reclamo para despertar interés en 2018? Da la sensación de que algunas cadenas se han quedado ancladas e inamovibles en un elenco de personajes con "tirón" de hace más de una década. Como si en todo este tiempo la actualidad no hubiera visto aparecer y crecer a otros VIPS más atrayentes y menos obvios.

Del estancamiento tampoco se libra Antena 3, con una dinámica de formatos que, salvo excepciones como Tu cara me suena, remiten a una España que ya no existe, con cánticos de "a por el bote, oé" y panderetas en la grada de La Ruleta de la Suerte y una azafata con minifalda bailando junto a un panel que no necesita azafata, porque ya es una pantalla controlada por ordenador. 

¿Amaia no habría ni entrado en 'OT 2017' de haberse producido el talent show en Telecinco o Antena 3?

La azafata como jarrón no puede faltar parece en un formato como La Ruleta. Porque, al final, las cadenas privadas todavía con la lupa de clichés los castings de sus programas para que, de esta forma, cumplan los "cánones" previsibles de la televisión de éxito. De hecho, no sería nada extraño que la carismática Amaia no habría ni entrado en OT 2017 de haberse producido este talent show en Antena 3 y Telecinco. Amaia ya había participado en otros concursos musicales y quizá más de un visionario directivo catalogaría a esta artista como un perfil ya visto sin demasiado éxito y, como consecuencia, optaría por cubrir su hueco por otro perfil más controvertido, a poder ser con una previsible historia lacrimógena detrás que manosear en emisión. Así se mata la verdad. Y la verdad de jóvenes talentos a los que reconforta aspirar es justo la esencia que ha cimentado el triunfo social de OT 2017.

De la historia de la televisión que nos parió hay que aprenderlo todo, y en ese todo también está la importancia de no perder la perspectiva del momento que vive su público en cada año que pasa. En esta asignatura básica pincha la televisión generalista de hoy, que aún no asume que muchos éxitos pasados carecen de vigencia y, lo que es peor, se reproducen perdiendo su esencia original, restándoles verdad y deformándolos hasta que ese público deja de sentirse reconocido e incluso, a veces, valorado.

Y la televisión siempre será mejor si se crea mirando de tú a tú al espectador e incluso si sus creadores se sorprenden con el resultado de su propio trabajo a la vez que ese espectador anónimo que descubre el "show" en plena emisión. Pero pocos ya disfrutan de esa ingenua ilusión de disfrutar del resultado a la vez que el propio espectador. 

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