EN PERSPECTIVA

Los dibujos animados también saben matar

Los Gnomos
Los Gnomos
RTVE

Matar elegante no es fácil. La televisión lo intenta. De hecho, lo logró 'Cuéntame cómo pasó' con la muerte de Antonio Alcántara. Eso sí, el Antonio Alcántara más adulto, el de la actualidad. Así la serie seguirá sin bajas su periplo por los años noventa en la próxima temporada.

Pero sobre todo en los ochenta, la televisión estuvo llena de maestros en matar para emocionar al país. Incluso en los dibujos animados. Un país que era más televisivamente ingenuo, una televisión que era más creativamente ingenua. Véase el adiós a Chanquete. Es el adiós, sin duda. Aún se recuerda, aún se repite en emisión. No lo superaremos nunca. Colocado en la trama en el momento perfecto, no al final-final de la ficción, un poquito antes para matar la inocencia de todos los personajes protagonistas (y del propio espectador) de la serie y, así, valorar más la vida en la catarsis del recorrido hacia el fin de aquel 'Verano Azul'. Porque en ficción no sólo hay que saber matar, sobre todo hay que saber en qué momento justo matar. 

Aunque hay otra muerte. Y muerte grupal, que marcó a aquella generación EGB que crecía en los ochenta: David el Gnomo y Lisa se fueron a la montaña sabiendo que era la hora de morir. Ellos mismos cogieron las riendas de su muerte sabiendo que, allí, en lo más alto, se iban a convertir en árboles. Una estampa que es una de las muertes mejor resueltas de la historia de los dibujos animados.  Con explicación y sensibilidad. 

Swift, el zorro de David el Gnomo, observaba desde la lejanía emocionado esa transición que supone la despedida de una serie que sigue presente en el imaginario colectivo. Aunque, antes de terminar el episodio, Swift se encuentra con un nuevo Gnomo. No se queda solo, sigue su vida encontrando rápido a otro compañero de viaje. También buena descripción de la vida en el cierre de unos dibujos animados.

La tele de los ochenta había dejado de tratar a los niños con condescendencia, ahora buscaba su complicidad con la inteligencia que merecían, incluso sin miedo a jugar con el humor negro, la acidez, la corrosión y los finales inesperados. Pero siempre con esa emoción que otorga el superpoder de fomentar la imaginación, que todo lo que inspira lo hace mejor. ¡Eslit bai!

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