
La dulce manera que tiene la izquierda de ceder a la tentación del placer burgués ha recibido muchos nombres y muy buenos, porque la literatura nace del conflicto. Ahí está la ‘gauche caviar’ francesa, la ‘radical chic’ que bautizó Tom Wolfe y la izquierda Ballantines de Brasil. España ha aterrizado de pronto en esta postrevolución parcelaria que se vendrá a llamar en adelante la ‘Gauche Galapagar’ -de Sol a La Navata-. Es la ‘gauche divine’ con menos Taittinger y más cortacéspedes, un universo onírico donde el enemigo puede llamar cualquier día a tu puerta y ofrecerte un kilo de limones o, a lo peor, una tarta.
En un ala de la derecha habita una multitud que sostiene que hay que predicar con el ejemplo y que para pregonar el reparto hay que repartir primero lo de uno. Como acercamiento a la realidad este tipo de planteamientos simplistas equivalen a pretender enviar un hombre a la luna en un avión de papel. Nunca creí que para entender a los que tienen frío haya que tener frío uno mismo primero e incluso más frío que los demás. La finca plebiscitaria de los Iglesias-Montero, ese Kensington de la Sierra la dibujó el propio líder de Podemos como la morada del demonio. Que uno puede vivir donde le dé la gana y encauzar su vida como le convenga -incluso en un palacio del tedio como es un chalet- sin dar explicaciones a nadie es evidente. Tendría que decírselo Pablo Iglesias a él mismo hace dos años, cuando convirtió en un infierno este terrenito con piscina en el que está a punto de entrar a vivir. Este escrache, que es igual de absurdo que otros, se lo ha montado Pablo Iglesias a sí mismo. Esta soga, áspera e injusta, que le rodea el cuello al cierre de esta edición, se la trenzó él cuando sostenía que no se podía comprar uno una casa de 600.000 euros representando, entendiendo o incluso siendo el pueblo (aka ‘la gente).
Iglesias, que quiere probar si es cierto el dicho de “planta y cría; tendrás alegría”, se hizo socialdemócrata mientras desayunaba un cruasán durante la campaña de las últimas generales. No debería existir mayor conflicto en el viaje de la vida, o quizás toda la bronca del ser humano consista en eso mismo. Crecer es aceptarse, aunque si yo me viera ahora con mis ojos de mis 18 años, quizás me insultaba. Y sin embargo, aquí estamos. Luego esto sucede con diferente grado de brusquedad. Pablo e Irene, emperadores de la ‘gauche Galapagar’ se miraron a los ojos mientras Podemos debatía acerca de si era cierto que, como decía Errejón, “la hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales” y andan ahora debatiendo si será mejor césped natural o artificial, pues los hay muy logrados. Hay que ver esos céspedes; los tocas y parece que son de verdad. La vida es un viaje.
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que lainformacion.com restringirá la posibilidad de dejar comentarios