Libertad sin cargas

Aterriza HBO Max... y amenaza con hacernos el juego del calamar

El juego del calamar, Netflix
Aterriza HBO Max... y amenaza con hacernos el juego del calamar
Netflix

Mientras Sánchez cierra el apoyo independentista a sus segundos presupuestos y la ministra Ribera ve impertérrita cómo fondos foráneos toman el control del sector energético español, buena parte de los mortales, sobre todo los más jóvenes, concentran sus inquietudes en el terremoto que entre las plataformas de ‘streaming’ supondrá el día 26 la irrupción de HBO Max. El gigante estadounidense, que con cuentagotas ha ido avanzando los precios y contenidos que aportará a su apuesta española, atesora en su inmenso catálogo, por ejemplo, las joyas del cine clásico de la Warner Bros. No es poca cosa. Incluso su división de entretenimiento llegó a estar en el origen de prestigiosas apuestas como The Criterion Channel, una auténtica orgía de cuidadas ediciones de películas clásicas, cintas descatalogadas y pequeñas obras maestras. Todo un lujo para el cinéfilo… siempre y cuando viva en Estados Unidos u otro de los pocos destinos donde la app puede descargarse. Lamentablemente, la única certeza que tenemos hasta ahora es que HBO Max nos ofrecerá su faceta más comercial y acentuará el curioso fervor por las series que permea cualquier conversación de metro. Nada diferente de lo que nos vienen ofreciendo desde sus orígenes las Netflix&Co.

Durante muchos años una pregunta ha sobrevolado la implantación y el desarrollo de las grandes plataformas de entretenimiento por Internet, que sin duda han cambiado dramáticamente el modo de consumo de los contenidos audiovisuales. Esto es, ¿estamos ante el fin de los formatos físicos? Aunque la respuesta parece obvia, una revisión atenta de los catálogos que ofrecen los principales ‘players’ del sector invita a la rebeldía. ¿Quiere revisitar un clásico como ‘Incidente en Ox-Bow’, de William A. Wellman, un western de 1943 que aporta una mirada única sobre la justicia y el aterrador poder de las masas? ¿O la carnalidad de la resurrección en ‘Ordet (La palabra)’, la turbadora película firmada por Carl Theodor Dreyer en 1955, para no pocos críticos una apuesta segura entre las diez mejores de la historia del cine? No las encontrará en ninguna de las plataformas al uso por mucho que pase horas con su mando a distancia en busca de una propuesta ‘diferente’ para un viernes noche. Paradójicamente, en la época con mayor acceso a contenidos a golpe de clic, más se estrechan las propuestas para un público obligado a claudicar ante una oferta más que tabulada.

En consecuencia, problema resuelto, sigan con sus viejos ‘blu-rays’ aquellos recalcitrantes que no encuentren suficiente satisfacción en las aplicaciones de sus televisiones. Podría ser la respuesta. El problema es que esa industria, tan herida de muerte por las bajas ventas como quienes persiguen los últimos discos, parecería también depender de los mismos grandes grupos audiovisuales que mecen la cuna de las plataformas. Y siempre será mejor el ingreso mensual asegurado que lanzar una copia física. ¿Conclusión? Muchas de esas películas que desprecian los gigantes del ‘streaming’ tampoco pueden encontrarse ya con caja y carátula salvo, en ocasiones, a precios de auténtico coleccionista y allende nuestras fronteras. Prepárense, por ejemplo, para desembolsar más de 50 euros si quieren incorporar a su colección 'Zero de Conduite' (Cero en conducta, 1933), la poética obra maestra de Jean Vigo sobre la represión que pueden llegar a ejercer los sistemas educativos, o más de 30 si quieren colocar en su estantería una comedia tan pequeña como deliciosa ‘made in Neil Simon' como ‘The Good-bye Girl’ (La chica del adiós, 1977), producción que le valió el Oscar al mejor actor a Richard Dreyfuss.

Dirán quienes consideren estos argumentos elitistas o incluso adocenados que siempre fue así; nunca se tuvo acceso a todos los contenidos de forma ilimitada. Y es cierto. Sin embargo, también lo es que nunca hasta ahora se contó con las oportunidades que ofrece la digitalización para segmentar los catálogos y ofrecer al usuario una verdadera experiencia ‘a la carta’. ¿Por qué contratar toda la oferta de HBO Max, por poner un ejemplo, cuando no tengo el menor interés en Cartoon Networks, DC o los Originales y sí en el catálogo cinematográfico, que sin duda llegará restringido como parte de un ‘totum revolutum’? El modelo de 'más por más' que han puesto de moda las ‘telecos’ dentro de sus ofertas convergentes olvida a un cliente que incluso está dispuesto a pagar 'más por menos'… pero escogido. Incluso es posible que el conocimiento del suscriptor que permite el tratamiento del ‘big data’ abriera la puerta a ofrecerle otros productos relacionados. La realidad, empero, es que esa gestión de los datos de la que presumen en aparatosas presentaciones las firmas más conspicuas no termina de cuajar ‘de facto’ en una verdadera personalización de la oferta.

A partir de aquí, también cabe preguntarse si la ‘estandarización’ de la oferta no terminará limitando para siempre el acceso a determinados contenidos. La generalización de la doble pantalla en el consumo audiovisual, la convicción de que solo es posible captar la atención de las las nuevas generaciones con impactos poderosos y de retornos inmediatos, así como el triunfo de formatos de entretenimiento y/comunicación basados en interacciones cortas, avalan la apuesta de las plataformas por contenidos marcadamente efectistas. Planteaba recientemente una universitaria en un foro sobre el futuro del periodismo si no sería posible explicar cuestiones complejas, como las causas de la subida de la luz, a través de formatos sencillos como TikTok. “Los jóvenes estamos acostumbrados a ese tipo de fórmulas, una noticia ‘se pasa’ con el ‘swype’ en cuatro o cinco segundos si no interesa”, argumentaba. Sin querer redefinir el signo de los tiempos, tampoco sería accesorio educar en que hay placeres intelectuales -y hasta emociones- cuya consecución acarrea cierto esfuerzo. Cuesta ver por qué un universitario, a quien se supone cierto afán de conocimiento, no puede comprar ‘The Economist’ un viernes y dedicar 15 minutos a un artículo de fondo sobre la crisis energética. Una quiebra que genera indudable desasosiego y que enlaza directamente con el sistema educativo.

La literatura, el cine y el arte en general han sido la eterna vía de escape para sobrellevar la insoportable levedad del día a día. Y en ese esfuerzo, el coleccionismo, un incomparable bálsamo de Fierabrás. La digitalización no compite con una cuidada primera edición o con un vinilo firmado, pero desde luego no puede empobrecerlo. Salvo contadas excepciones, las plataformas audiovisuales que hasta ahora han irrumpido en España han dado un primer paso para mejorar el acceso a los contenidos pero a veces con demasiada prédica y poco trigo. Esa tarea de desbroce, que corresponde al usuario y termina a menudo en frustración, debería también alertar a los altos ejecutivos sobre el siguiente movimiento, en tanto la inteligencia artificial ya permite ofrecer productos confeccionados a medida. Con mayor altura de miras, los políticos, enfangados siempre en el corto plazo cuando se trata de forjar pactos educativos, deberían al menos coincidir en promover la cultura del esfuerzo. Los ojos de un niño de ocho años pueden emocionarse cuando el capitán Nathan Brittles, encarnado por John Wayne, abandona el Fuerte Starks rumbo al sol poniente tras su penosa jubilación en 'She Wore a Yellow Ribbon' (La legión invencible, 1949). Casi tanto como sobresaltarse cuando Madeleine (Kim Novak) cae del campanario en 'Vértigo'. Esa primera mirada, luego tantas veces imitada, es algo parecido a la felicidad.

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