Libertad sin cargas

El esperpéntico caso de la reforma laboral 'asesinadita'

Yolanda Díaz
El esperpéntico caso de la reforma laboral 'asesinadita'.
EFE

Concurrieron todos los agravantes. Premeditación, alevosía y hasta nocturnidad, que ni de eso se privaron. Corría el 20 de mayo de 2020 y Pedro Sánchez subía al atril del Congreso de los Diputados con el fin de agradecer a sus socios de EH Bildu la abstención para sacar adelante la quinta prórroga de estado de alarma en lo más duro de la crisis del coronavirus. Horas después, asomando la medianoche, veía la luz un documento firmado por Adriana Lastra y Pablo Echenique -en nombre de los partidos de la coalición de gobierno- y Mertxe Aizpurua, por parte de los separatistas, según el cual el Ejecutivo se comprometía a derogar íntegramente la reforma laboral. Debió pensar el presidente del Gobierno que el fin justificaba los medios y que, a fin de cuentas, la vida es dar y recibir. En definitiva, discurrió, para eso está el Congreso, véase para ‘transar’. Si lo que necesito ahora es prorrogar el estado de alarma, bien está utilizar como moneda de cambio la reforma laboral, en la que no está pensando nadie con los pacientes llenando las UCI. Apenas horas después de tan infame pacto, Calviño tuvo que intervenir para apaciguar a los empresarios, encendidos por una decisión tomada a sus espaldas y al margen del diálogo social. La postrera rectificación nunca terminó de erradicar el germen de la desconfianza.

A escasos 700 metros de la Cámara Baja se ubica el callejón del Gato. Del mismo modo que los políticos pueden acercarse hoy a la zona para comer tras atravesar la populosa Plaza de Santa Ana, en su día José María del Valle Inclán lo conocía bien como el camino más rápido para llegar al Teatro Español o al Ateneo. De hecho, en sintonía con su delicada extravagancia, con capa, chambergo y chalina, rápidamente reparó en los espejos deformantes encargados por una de las tiendas de la calleja como reclamo para los transeúntes, ufanos al ver su talle desfigurado por tan irrespetuoso reflejo. No tardó en entender que ese tamiz, ese filtro distorsionado, no era muy diferente de la imagen que proyectaba la realidad española. “Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato -desgranaba en la obra de teatro ‘Luces de Bohemia’-. Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. Precisamente el reflejo más ruin de aquella algarada ‘laboral’ de hace casi dos años se proyectaba esta semana tan aberrante como cristalino, alumbrando los bajos vuelos de la política española en toda su crudeza.

“No nos planteamos tocar ni una coma de la reforma laboral”, zanjaba la portavoz del PSOE en el Senado, Eva Granados. Baluarte de una supuesta y estrafalaria norma no escrita según la cual los acuerdos que arroja el diálogo social no deben ser alterados en la tramitación parlamentaria, resulta que ahora no interesa a la huestes de Sánchez que conspicuos socios como Bildu, ERC o PNV -siempre altruistas y tan preocupados por el buen discurrir de la política nacional al margen de sus intereses particulares- puedan irrumpir en un texto que ya cuenta con el plácet de la patronal. No en vano, Moncloa sabe, y la ministra de Economía verbaliza, que el apoyo de los empresarios a la reforma, aunque no imprescindible, dulcifica las exigencias comunitarias y sirve de alfombra roja a la lluvia de millones en forma de fondos UE que viene de Bruselas. Ante ese interés mayor, el Congreso y el debate parlamentario pasan ahora a segundo plano. El avejentado Dorian Gray que contempla Sánchez en la soledad de su vestidor se asombra ante la contumacia de catalanes y vascos, a los que ya habría forma de compensar en otros proyectos de ley. “A ver si son capaces de sostener el órdago hasta la votación del jueves”, reflexionará mientras mira la foto de Inés Arrimadas, un aliado inesperado por si todo va mal.

Los políticos han mirado por sus propios intereses políticos a costa de dar la espalda a la realidad. Todo con el fin de ‘asesinar’ una reforma laboral, la de 2012, que ha dotado a las empresas de  flexibilidad para soportar el coronavirus

En ese juego de espejos, cada actor busca mostrar su mejor perfil y ocultar su reflejo más oscuro. Y los argumentos de Sánchez no aplican a Yolanda Díaz, pese a ser su ‘partenaire’ en el Ejecutivo. Con la cabeza en ese frente amplio que concurrirá a las próximas elecciones como remedo de Podemos, anhela presentarse como la dama del consenso y el acuerdo. Suaves formas y maneras para ocultar una realidad, véase que su reforma es una ‘reformita’, puro marketing que no entra de lleno en aspectos esenciales de la norma aprobada hace casi una década por el PP y Fátima Bañez. Sin ir más lejos, no aborda ni los costes del despido ni la esencia de aquella ley, esto es, el artículo 41 del Estatuto de los Trabajadores y la definición de las modificaciones sustanciales de las condiciones de trabajo. Precisamente para sostener esa mascarada es esencial que el apoyo parlamentario a la norma venga del conglomerado de partidos que apoyaron la investidura y no de Ciudadanos, cuya hábil maniobra en favor de convalidar la ley devuelve a la política gallega su peor imagen. No es casualidad que, a diferencia del PSOE, la vicepresidenta apueste por hacer concesiones a sus amigos del 'frankenstein' con el fin de limpiar la norma de toda sospecha.

Con más transparencia y menos miedo al espejo, seguros de que tienen la sartén por el mango mientras una ministra “de los suyos” insista en afianzar los sindicatos de clase, Pepe Álvarez y Unai Sordo son probablemente los únicos que han dicho la verdad, lo que todos saben. De hecho, ambos han dejado claro que dar luz verde a la nueva hoja de ruta laboral propuesta por el Gobierno de rojos y morados “no es un punto y final”. Otra forma de decir que, frente a la espada de Damocles europea, mejor aprobar ahora un texto de compromiso y dejar el resto para mejor ocasión, que todo llega a su debido tiempo. Una confesión de parte que aclara la revuelta de facciones concretas de la patronal, con Foment a la cabeza, en tanto conscientes de que un acuerdo ahora sienta las bases para una posterior vuelta de tuerca. Además, también despeja dudas sobre la negativa de Pablo Casado a refrendar la propuesta, La añagaza del Gobierno, vendiendo como una reforma de Estado un primer paso para desmontar del todo las bondades de la reforma de 2012, se desmonta con un análisis somero del planteamiento sindical. No es casualidad que, sin la reforma laboral aprobada por el Congreso, ya hayan alentado con éxito a Díaz para abrir el frente de la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI).

En este trance, el esperpento de Valle Inclán se cita con el absurdo de Miguel Miura. No en vano, los políticos afectados han mirado por sus propios intereses políticos a costa de dar la espaldas a la realidad. Todo con el fin de ‘asesinar’ una reforma laboral, la de 2012, que ha dotado a las empresas de la flexibilidad suficiente como para soportar una crisis como la del Covid-19. Nadie, incluidos sus propios muñidores, cuestionaban la necesidad de avanzar en los aspectos más superados de aquel esfuerzo legal, desarrollado hace una década. Sin embargo, quienes viven del titular necesitaban ‘vender’ una derogación “íntegra”, primero, y un “acuerdo histórico” contra el modelo laboral de la derecha, después. El articulado que revisará esta semana el Congreso no cumple con ninguno de esos ‘mantras’ pese al ‘argumentario’ tantas veces repetido y por mucho que a Díaz&Co. les agrade como luce ese discurso en el espejo de los medios afines. Al final del día, en la soledad de sus alcobas, nadie puede engañarse ante el cristal. Afortunadamente, y gracias a Bruselas, la reforma laboral solo ha sido ‘asesinadita’. Al menos a su esencia, concédasele larga vida.

Mostrar comentarios