OPINION

China altera (ahora sí) el eje de la Tierra: si salta, el mundo tiembla

Imagen distribuida por el ejército de EEUU de la bomba sobre Hiroshima
Imagen distribuida por el ejército de EEUU de la bomba sobre Hiroshima

Recordarán los más viejos del lugar aquel mito ochentero que nos recordaba que si todos los chinos saltaran a la vez el eje de rotación de la tierra se alteraría. Además de suponer un ejemplo primigenio de fake news, era el arma secreta china. Aquella fuerza indómita que rivalizaba con el poderío nuclear ruso y estadounidense, y que en realidad nos demostraba que los españoles, además de ingenuos, no conocíamos nada del entonces gigante dormido.

Mitos y bulos aparte, lo cierto es que China ha sido siempre ese gran incomprendido. Bien sea por su lejanía cultural y política o por su aparente mutismo en los asuntos internacionales, al país asiático le rodea un halo de misterio en sus relaciones con países terceros y, en general, con la Comunidad Internacional.

Al igual que Estados Unidos ejerce su influencia desde los tres ejes clásicos del internacionalismo: el militar, el económico y el cultural, China ha tendido a permanecer aislada, centrada en sus muchos problemas y dando un puñetazo encima de la mesa cuando las cosas en la arena de la diplomacia global se torcía.

Más real que nunca, desde la celebración del XIX Congreso del Partido Comunista Chino, el país asiático continua articulando su política exterior en los tres pilares básicos de su existencia. El Ejército, el Partido y el Estado. En el plano internacional China se considera como un exponente del denominado soft power. Una acepción dulce pero que oculta la auténtica herramienta de persuasión social del siglo XXI, que

no es otra que la influencia en los países vecinos o aliados y con ello la creación de zonas de influencia política.

Su poder en el ámbito económico es brutal. En África es el socio comercial por excelencia. Sólo en Yibuti ha invertido más de 15.000 millones de dólares para construir su primera base naval en el exterior. Los múltiples contratos en materia energética, comercial y de infraestructuras en la región han redundado en un beneficio claro para China por varias razones:

En primer lugar por asegurarse el suministro de materias primas y combustible para sus centrales nucleares, y por convertir al continente africano en el destino de casi el 20% de sus exportaciones. En segundo lugar, y el más importante para los propios chinos, ha conseguido derrocar a Estados Unidos como la principal referencia política en la zona. Los africanos quieren seguir el modelo económico chino, incluso por delante del americano.

En América Latina, guardando las distancias, el soft power chino destina más de 10.000 millones de dólares anuales a la región en forma de inversión de sus empresas. Ya en 2015, el presidente Xi Jinping prometió una inversión de 250.000 millones de dólares en la región hasta 2025. China cumple lo que promete y no paga a traidores. El destino de su inversión no son sólo las empresas energéticas. También una parte importante se localiza en industria automovilística y servicios, por encima incluso de la apuesta energética.

La influencia china no se centra únicamente en África y América Latina. Todos los países de su entorno geográfico se encuentran “sometidos” al poder económico chino, que permite el libre comercio con todo el mundo pero que a la vez impone un sistema de competencia contra el que sólo es posible luchar devaluando, aun más, la hora de mano de obra en los países del sudeste asiático. China es un buen socio pero siempre que se sigan sus condiciones. De esta manera trata de tejer una red de aliados en su núcleo de poder blando frente al unipolarismo norteamericano.

Hasta aquí todo es relativamente normal, incluso perfecto desde el punto de vista de la diplomacia estadounidense. Siempre es necesario otro bloque contra el que contrarrestar la influencia de los valores occidentales. La competencia no sólo es buena en el ámbito económico. Pero junto al soft power, tan bien llevado por Xi, también se está desarrollando un hard power, que no por desconocido es menos

peligroso.

La proyección militar china está poniendo en peligro la hegemonía americana y no sólo en su zona de influencia. Hace casi un año China presentó un nuevo modelo de portaaviones. Se trataba del Shandong CV-17. Este buque de 315 metros de eslora podrá desplazar 50.000 toneladas y transportar soldados y aeronaves a cualquier punto del globo cuando entre en funcionamiento en 2020. Pese a que tecnológicamente no es una amenaza compleja contra el resto de portaaviones americanos, lo cierto es que presenta una característica que sí preocupaba a la inteligencia americana y que próximamente dará la razón a aquellos que advertían de

la intención china de convertirse también en gran potencia militar.

Portaaviones Shandong CV-17
Portaaviones Shandong CV-17 / EFE

El CV-17 fue el primer portaaviones de construcción íntegramente china. Su diseño, construcción y desarrollo tecnológico se debe a la empresa DSCI (Dalian Shipbuilding Industry Company), la referencia en astilleros de todo el sudeste asiático. Hace ya varias décadas China compró a Ucrania un buque similar, el Liaoning, con un único objetivo: estudiar la tecnología utilizada y comenzar su fabricación en serie. Dicho y

hecho.

La industria naval china se prepara para comenzar a producir decenas de ciudades flotantes a un precio reducido, cuyo número sí preocupa a los americanos en el que se supone que es el campo de batalla del siglo XXI: el Mar de China.

La construcción de este tipo de buques tiene una segunda derivada que también marca la política internacional en la zona. Un portaaviones necesita una base para poder operar. A falta de bases navales en el exterior, China sólo tiene dos opciones para albergar a sus futuros buques. O la compran como en el caso de Yibuti, o la construyen como en el caso del archipiélago de Spartly, en forma de pseudo plataformas petrolíferas que en realidad no son más que puntos de aprovisionamiento

para la marina china. Cada uno de estos enclaves estaría afectado por el control de 200 millas náuticas a su alrededor. Esto sí preocupa y de verdad a Estados Unidos.

Algunos se preguntan la razón por la que América está desplazando su influencia de Europa o incluso de Oriente Medio al sudeste asiático. El modelo económico o incluso político chino es la mayor de las amenazas conocidas que afrontan los americanos en el exterior. El poder militar también asusta a los estadounidenses y por ello están modificando apresuradamente su estrategia de reposicionamiento en un escenario

internacional, que además de complejo deja a Europa al margen. La profecía se ha cumplido y como falsamente se afirmaba en los 80, los chinos han alterado el eje de la tierra, al menos el económico y militar con un salto: el tecnológico.

Mostrar comentarios