OPINION

Siria y las "infinity wars" de Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. /EFE
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. /EFE

Siria se ha convertido en la representación perfecta del mundo fallido y caótico que caracteriza al siglo XXI. En ocho años de guerra hemos visto aparecer y desaparecer a decenas de grupos ideológica, religiosa y socialmente diferenciados, pero con un único objetivo: hacer de Siria un Estado imposible.

La situación nos recuerda a las seis gemas de “Infinity War”. Estas joyas del espacio, la mente, la realidad, el poder, el tiempo y el alma, esconden un poder destructor que en las manos del supervillano Thanos se convierten en un arma inigualable de destrucción masiva.

Como bien se explica en la película de los hermanos Russo, con todas ellas juntas, basta un simple chasquido de dedos para extinguir a la mitad de la humanidad. Esto es exactamente lo que ocurre en Siria. Los chasquidos de Thanos son sustituidos por tuits explosivos para anunciar que Estados Unidos abandona la región, causando una anarquía que se asemeja cada vez más a la de la película.

Escribía el Mariscal Helmuth von Moltke que, a mayor nivel de mando, más cortas y genéricas deben ser las órdenes. Pues bien, el 13 de octubre Donald Trump tomaba esta máxima como propia y, en apenas unas palabras, retiraba los 1.000 efectivos que Washington había desplegado en la región, fundamentalmente fuerzas de operaciones especiales e información. Pese a su reducido número, el contingente servía de freno a las tensiones existentes entre las distintas partes en liza.

El complejo mundo de las relaciones internacionales hace que en el momento que alguien se mueve su espacio se ocupe de manera casi inmediata por los otros actores en juego. Dicho y hecho. Tras el anuncio Turquía procedía a cumplir lo prometido. Mas de 15.000 efectivos turcos, ayudados por el Ejército Nacional Sirio, contrarios al régimen de Bashar al Assad, comenzaban a cruzar la frontera con Damasco para crear una autodenominada franja de seguridad - el eufemismo del Espacio Vital del III Reich - de más de 30 kilómetros de ancho por 480 de largo. Su objetivo es nítido: eliminar y aislar a los efectivos kurdosirios afines al grupo terrorista del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

Las consecuencias no se han hecho esperar. A toda acción le corresponde una reacción para corregir el desequilibrio de poderes provocado por Turquía. Surgen así alianzas imposibles que no podríamos siquiera haber imaginado hace unos pocos meses. Las fuerzas armadas “oficiales” sirias anunciaban una coalición con los kurdosirios, poniendo así un obstáculo, quizá insalvable, para las pretensiones turcas.

En este maremágnum de etnias, intereses y naciones en que se ha convertido Siria, aparece un presunto o aparente beneficiado, alejado unos cuantos miles de kilómetros de la zona de combate. Moscú, socio de Bashar al Assad sobre el terreno y que se ha granjeado la amistad con Ankara durante todo este tiempo, ha decidido interponerse entre ambas facciones, no permitiendo que haya un enfrentamiento directo entre sus dos aliados en la zona. Las razones no son altruistas. Ante la retirada norteamericana, Rusia puede aprovechar la situación para consolidarse como el gran mediador y vencedor absoluto en la región.

Un carro blindado turco en la frontera con Siria
Un carro blindado turco en la frontera con Siria. / EFE

Es difícil encontrar una explicación a la decisión del gobierno americano. Quizá, como afirma su presidente, no sea su problema, pero las consecuencias directas e inmediatas de permitir el aumento de presencia turca en las ciudades sirias de Tal Abiad y Ras al Ain, afectan directamente a Washington. Además de reforzar a sus dos enemigos sempiternos, Irán y Rusia, revitalizan a un casi extinguido Daesh y a los cientos de presos terroristas que poblaban sus cárceles.

Asimismo, debido a las formas, Estados Unidos muestra que no es el compañero fiable con el que los kurdos esperaban contar y, lo que es peor, hará pensarse muy mucho a sus aliados en la zona sobre el respaldo incondicional que pueden esperar de la administración americana. Definitivamente, sí es un problema que afecta a los americanos, como nos afecta a todos.

¿Cuál es la razón para este comportamiento? En primer lugar, destaca la falta de una estrategia estadounidense nítida para Siria. La llegada de la Administración Trump al poder ha estado caracterizada por un pragmatismo sin igual en las relaciones internacionales. Los acontecimientos en Oriente Medio han sido resueltos siempre con amenazas en lugar de hechos para evitar un conflicto que no llevaría a ningún sitio. La Secretaría de Estado se ha convertido en una extensión de la de Defensa, que a su vez está más preocupada en la venta de material militar que en la proyección de la fuerza.

Para muestra un botón. Hace apenas unos meses Estados Unidos amenazaba con enviar 120.000 soldados para contestar a Irán por sus continuos ataques a petroleros en el Estrecho de Ormuz. Al final, este pragmatismo hizo que la cifra se quedara en 1.500 efectivos desplegados en la zona, sin un objetivo concreto, pero sirvió al menos para no asistir a una tercera Guerra del Golfo.

En segundo lugar, Estados Unidos ha aprendido la importancia de operar solo en aquellos países que ofrecen un aparato institucional lo suficientemente sólido como para ser sus aliados fiables. Es el caso de Arabia Saudí, Egipto o Jordania. Son países regados con armamento americano a cambio de jugosos contratos con su industria de defensa, y que también permiten la estabilización de actores en la zona frente a la anarquía siria. No importa tanto el cariz autocrático de estos países como su posicionamiento estratégico en la zona.

Por último, la Administración de EEUU recoge ahora los frutos de su desencuentro con Turquía. La adquisición por parte de Ankara del sistema antiaéreo S-400 comprado a los rusos, fue contestado por Trump con la exclusión de Turquía del programa de venta de los famosos aviones F-35. En tan solo unos días, EEUU perdió más de 10.000 millones de euros en una operación y, lo que es peor, la OTAN y la Unión Europea en su conjunto dejaron de contar con un aliado.

En este contexto, Turquía estrecha lazos con Rusia a la vez que rompe con Occidente, al que no perdona la tibieza mostrada durante el golpe de Estado de julio de 2016. La situación de los millones de refugiados establecidos en Turquía y los dimes y diretes en la disputa por los yacimientos de gas natural hallados en Chipre serán los puntos de fricción futuros entre Ankara y Bruselas. Erdogan ya ha demostrado que en esta guerra no hará prisioneros.

Así las cosas, con las gemas de la discordia desperdigadas por Oriente Medio, el chasquido de Thanos no deja de ser una realidad que hay que afrontar. Si el siglo XIV y XV estuvo protagonizado por la Guerra de los Cien Años - pese a que el conflicto duró 116 - entre británicos y franceses, hoy nos encontramos ante unas guerras de imprevisible terminación. Son, más que nunca, las “Infinity Wars” de Donald Trump.

Mostrar comentarios