Luz de cruce 

La memoria y la amnistía

Banderas españolas durante una manifestación contra la amnistía, en Cibeles, a 18 de noviembre de 2023
Banderas españolas durante una manifestación contra la amnistía, en Cibeles, a 18 de noviembre de 2023
Diego Radames / CONTACTO vía Europa Press

Pedro Sánchez y los que comen de su mano alegan que no les mueve la satisfacción de su apetito particular. Que su proposición de “olvidar” los delitos cometidos por los “octubristas” de 2017 (aperitivo y postre incluidos) no tiene relación con la conquista, ya consumada, de la legislatura, esa monumental cesta del pan que sacia a muchos más adeptos que los que escucharon a Jesús de Nazaret en las orillas del Mar de Galilea. Pedro y sus amigos dicen una y otra vez que han renunciado a Satanás, a sus pompas y sus obras, que destinan su clemencia y dudosa gracia a la integración definitiva de Cataluña en España, a la reconciliación entre hermanos, y al porvenir venturoso de un Estado plurinacional, como lo fue el imperio de los bantúes.

Algunos españoles dudan de la palinodia de Sánchez, ese novio que dice “no” al ponerse el esmoquin negro en el vestidor de su casa y muta a “sí” delante del altar mayor de Los Jerónimos. Otros, directamente, como en las antiguas tabernas de Madrid, dicen que “en esta casa no se fía”. Los más cerriles desprecian su “embestidura”. La verdad es que no lo entiendo. “Yo sí te creo, hermano Pedro”. Yo sí le creo porque la amnistía de Sánchez es heredera de unos ascendientes ilustres. Clásicos. Apolíneos y de una belleza ática que no sabe mentir.

La primera vez que se pronunció la palabra amnistía fue en el año 403 antes de Cristo (o, según el cómputo de los muchachos libertadores de Hamás, 1.024 años antes de la Hégira). Derrotada Atenas en la Guerra del Peloponeso, la democracia de Pericles fue remplazada por el régimen de los Treinta Tiranos. ¿El mayor de todos? Un tal Critias (algo así como el modelo ideal de Carles Puigdemont, pero con más testosterona que el pueblerino de Amer). A los Treinta Tiranos, un gobierno títere de Esparta, se adhirió activa y espontáneamente la mitad de la población del Ática. No era para menos. El botín a ganar era superior al Tesoro de Atahualpa. Los malos atenienses se apoderaron de las tierras de los demócratas, a los que asesinaron para que no salieran a la luz sus títulos de propiedad. Los malos derogaron la constitución (politeia) de Atenas, suprimieron el Areópago (el tribunal supremo después de las reformas de Solón) y les dieron unas ráfagas de puntapiés a los metecos (extranjeros), a los que Critias condujo al sótano social de los parias de la India.

Solo resistía el Pireo, los boquerones de la polis. De allí salió Trasíbulo, que estaba de los Tiranos hasta los mismísimos. Este campeón democrático escaló los Propileos, ascendió a la Acrópolis, y mando parar. En una batalla memorable derrotó a los hoplitas de Critias (que terminó sus días en una fiambrera). El régimen de los Treinta Tiranos se derrumbó. Había durado menos de un año. “¿Qué hago ahora?”, se preguntó Trasíbulo, consciente de que es más fácil destruir que levantar de nueva planta el edificio de la democracia. Sin pensárselo dos veces, Trasíbulo, aconsejado por los éforos, hizo lo mismo que ahora ha hecho Sánchez (aunque el griego solo recibió en premio una corona de olivo, no un palacio en la Moncloa, literalmente el “Monte Clovio”). Trasíbulo restableció la democracia, concedió la ciudadanía a los metecos y corrió un tupido velo sobre los desmanes perpetrados por los partidarios de los Treinta. Trasíbulo decretó el deber cívico del olvido. En vez de la venganza fría de la ley, eligió la senda de la amnistía como bastión de la reconciliación social y palanca para un futuro pacífico y venturoso. Como Sánchez, quizás su discípulo más aplicado.

¿Son exactamente iguales la amnistía de Sánchez y la de Trasíbulo? Desde luego que no. Como hemos visto, Trasíbulo pasó de largo sobre los crímenes de la plebe ateniense. Pero ejecutó a varios tiranos (a los demás les permitió exiliarse en Eleusis). No hay que confundir el tocino con la velocidad, como tampoco el olvido con la impunidad de los cabecillas. “Trasi” no solo castigó a los promotores del golpe antidemocrático por razones estéticas (no queda bien ante el público que un tiranuelo como Puigdemont se aplique a sí mismo el beneficio de la amnistía; sí, la proposición de la Ley, aunque registrada por el Grupo Socialista, ha salido de los cenáculos independentistas de Junts). 

Trasíbulo ejecutó a varios tiranos en aplicación del principio de retribución, que es necesario para no fomentar crímenes futuros. El motivo crucial de Trasíbulo fue escarmentar a los cabecillas de la oligarquía para cortar por lo sano las ganas de repetir (aquí, sin embargo, los chulos de la Generalitat no cesan de decir “ho tornarem a fer”). A este respecto, contrasta la invitación al olvido integral cursada por Pedro Sánchez con su exigencia antinómica, cristalizada hace un año, de la obligación de recordar delitos gravísimos (Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática). Una memoria basada, entre otros motivos, en la necesidad de garantizar la no repetición de hechos ominosos para la democracia (artículo 2) y por su exhortación contraincendios (exposición de motivos) del “nunca más”.

La segunda diferencia pertenece a la esfera del arte. No es lo mismo que el trovador de la insurrección separatista sea Lluis Llach, mientras que los crímenes de los tiranos hayan pasado a la Historia gracias a la crónica severa del inmortal Jenofonte. Si usted quiere formar parte de la Historia, ¿a quién encargaría su retrato? ¿A Antonio López o a un pintamonas de la verbena de la Mare de Déu, a uno de esos dibujantes que, por diez euros, retratan a su señora madre como si fuera la Mona Chita de las fiestas de La Mercè?

Por encima de todo, la discrepancia fundamental reside en el principio rector de cada fenómeno. La amnistía de Atenas fue un “continuum” lógico. La amnistía española (?), por el contrario, está dominada por la irracionalidad de la ducha escocesa. Ya que no se entiende el mandato socialista a los jueces para que levanten la mano sobre delitos gravísimos y recientes, cuyos autores siguen en el machito y no han manifestado ningún propósito de enmienda, mientras que la ya mencionada Ley de Memoria Democrática –que exalta el deber moral del recuerdo- predica la consigna de “al moro muerto, gran lanzada”. 

O lo que es lo mismo: se absuelven crímenes que, por su actualidad, pueden animar a otros a repetirlos con mayor éxito, y al mismo tiempo se vapulea a los fantasmas. La disposición adicional decimosexta de la Ley 20/2022 no permite que su ánimo justiciero se remonte “más allá” de los crímenes cometidos, como fecha tope, el 31 de diciembre de 1983. ¡Genial! Quedan ”dentro” de la ley los asesinatos del franquista Batallón Vasco Español y “fuera” los asesinatos de los GAL, organizados por los gobiernos socialistas del periodo 1984-1987. ¿Y de la desaparición (1983) en dependencias policiales de “El Nani,” cuándo hablamos, señor Sánchez, heredero de otro señor que designó como ministro de la porra al carlista Barrionuevo?

Sánchez tiene la intermitencia de Amparo Muñoz en “Mamá cumple cien años”, cuando la malagueña le dice, en su famoso déshabillé, al marido cinematográfico de Geraldine Chaplin: “¿Hacemos el amor? Ahora sí, ahora no”. Sánchez Intermitente I (por orden cronológico): “¿Anulamos las sentencias del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo?” “Sí”. Sánchez Intermitente II: “Por su contribución a la reconciliación de los españoles, ¿le concedo a Carles Puigdemont i Casamajó la cruz (con distintivo rojigualda) del Santo Arcángel Raquel Ragüel, Defensor del Triunfo Oprimido sobre la injusticia malvada?” “También”.

El prodigioso Sánchez es capaz de mezclar el agua con el aceite. La citada Ley de Memoria Democrática proclama que “la historia no puede construirse desde el olvido, que no es opción para una democracia”. La misma Ley que enfatiza “la garantía del derecho a la verdad” por encima de la voluntad de reconciliación. Ahora Sánchez, a propósito de la amnistía, invierte los términos y su jerarquía de valores: “La voluntad de reconciliación supera el derecho a la verdad”.

¿Quién es el dios Proteo de la política española? ¡Uno, dos, tres… heterosexual el último!

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