Luz de cruce

Pedro Sánchez ingresará (cuando toque) en el Panteón de Hombres Ilustres

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez ingresará (cuando toque) en el Panteón de Hombres Ilustres. 
Europa Press

Como no me gusta la pornografía, me niego a saborear los higadillos del proyecto de Ley de Memoria Democrática. Me basta una lectura diagonal de su texto para advertir la hipocresía y el maniqueísmo político de un Gobierno que nos impone “el deber de memoria” (una obligación de naturaleza cívica, según las mujeres y los hombres taimados que nos llevan de excursión al nirvana de los redentoristas). ¿Pero qué memoria? Una memoria amputada y parcial. El recuerdo de las víctimas de la Guerra Civil (pero no de todas) y de la Dictadura, un tiempo continuo que finaliza con la aprobación de la Constitución de 1978. La Memoria Democrática es una condena del golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la posterior represión franquista. Una condena plausible y también un silencio ominoso sobre la violencia política que está fuera del foco del memorioso Sánchez, la antítesis del Funes borgiano.

Desde ese ángulo cerrado –nos dice el proyecto-, arribaremos a una memoria común y a la supresión de los elementos de división social que impiden la anudación de los lazos de unión fraternal de los españoles. Pero hasta el tonto del pueblo sabe que con esos materiales no se edifica la cohesión nacional. Porque hasta el tonto del pueblo sospecha que el eufemismo Memoria Democrática es un arma de destrucción masiva de “los malos españoles”, un artefacto político para señalar con el dedo inquisitorial, no al adversario, sino al enemigo electoral.

¿Cómo llegaremos a esa memoria tan bonita y ejemplar, según el Gobierno? Por el camino de la anulación de las condenas dictadas durante la Guerra Civil y la Dictadura por delitos políticos. Por el expediente de reconocer la virtud inmaculada de las víctimas (de uno de los bandos) y proceder a su reparación moral y económica. Por la lectura de la historia de nuestro país bajo la perspectiva de género que destaca el papel estelar de la mujer española durante la guerra y, después, su oposición a la feminidad tradicional. Por despojar a los franquistas de sus cruces, honores y títulos nobiliarios que les entregaron en el Palacio de El Pardo. ¿Y qué fue de Manuel Chaves Nogales, de Arturo Barea, de Miguel de Unamuno o de Antonio Tovar? El Gobierno no sabe/no contesta. En este punto me bajo del tren de la Memoria porque todo lo que está escrito en el Libro de Oro de la Memoria Democrática es el incesante bla bla bla de la casquería política habitual de un gobierno infantil, melifluo y hostil a la verdad.

Pero, como lo cortés no quita lo valiente, me apeo del tren con la fotocopia de un artículo alucinante -¡qué ya es decir, visto lo visto!- del proyecto de Ley. ¿Quieren un ejemplar? Aquí lo tienen:

“Artículo 55. Panteón de España

1. Se modifica la denominación tradicional del llamado `Panteón de Hombres Ilustres´, para ser llamado Panteón de España.

2. El Panteón de España es un lugar de memoria democrática que tendrá por finalidad mantener el recuerdo y la proyección de los representantes de la historia de la democracia española, así como de aquellas personas que hayan destacado por sus excepcionales servicios a España en la garantía de la convivencia democrática, la defensa de la paz y los derechos humanos, así como el progreso de la ciencia o la cultura en todas sus manifestaciones”.

El Panteón de Hombres Ilustres es, como su nombre indica, un conjunto funerario anexo a la madrileña Real Basílica de Nuestra Señora de Atocha. Inaugurado en 1899, actualmente alberga los restos de Ríos Rosas y del Marqués del Duero, depositados en 1901. Posteriormente fueron sepultados en el Panteón los restos de Diego Muñoz Torrero, Juan Álvarez Mendizábal, José María Calatrava, Agustín Argüelles, Santiago Olózaga, Antonio Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta, Eduardo Dato y José Canalejas.

La lista no incluye a ningún “espadón”, proliferan los genuinos representantes del liberalismo doctrinario y no es difícil identificar a varios demócratas radicales. Además, todos “los hombres ilustres” del Panteón fallecieron antes de 1936. ¿Qué relación guardan, entonces, con la Memoria Democrática de don Pedro? ¿Se quiere reescribir desde el BOE la Historia de España a partir del desembarco de los griegos y fenicios en la tierra de los conejos? ¿Se quiere borrar de la Historia a los visigodos por no haber inventado la Lotería de Navidad? ¿O lo que realmente les interesa a los memorialistas es que el futuro Panteón de España sea la última morada de los actuales representantes de la soberanía popular, algo así como la cripta de El Escorial pero al estilo de la República francesa?

Sigamos el consejo marxiano: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”. ¿Qué mal hace la conservación, en su estado actual, del Panteón de Hombres Ilustres?

Hay una confusión semántica entre la Historia y la Memoria. La Memoria, por su propia naturaleza, es subjetiva y selectiva. Como hemos aprendido del gran Yosef Hayim Yerushalmi (“Zajor”), la Memora narra un tiempo mítico, opuesto al tiempo real. La Historia, por el contrario, es una ciencia que busca la objetividad para descubrir e interpretar el pasado.

El deber de recordar, valga la advertencia de Tzvetan Todorov, es una fuente de abusos. No le vendría mal a nuestro Pedro Sánchez consultar el impresionante ensayo del profesor italiano Enzo Traverso, titulado “El pasado, instrucciones de uso”. Le ayudaría a sacar de su inconsciencia (dicho sea en estrictos términos psicoanalíticos) el abuso posmoderno de vestir al testigo con la ropa de la víctima. Lo que inevitablemente lleva a la consideración de la Historia como sirvienta de la Memoria (“el uso público de la Historia”, en palabras de Habermas). “Zakor”, (“Recuerda”): el historiador no puede ser el médico de la memoria, solo su patólogo.

Es verdad que en los últimos decenios, y no solo en España, ha crecido vertiginosamente el ansia de Memoria empujada por el desprestigio de la Historiografía. Todo empezó a finales de los 60 con el relativismo radical de Hayden White. Para el pensador norteamericano (fallecido en 2018), la objetividad es un logro imposible que, se quiera o no, convierte la narración histórica en una invención literaria. Las ideas de White son los cimientos del “giro lingüístico” que afecta a la Historia en su paso inevitable por el camino de la Posmodernidad. Como escribió Pierre Nora en 1984, “la Memoria es un absoluto y la Historia solo conoce lo relativo”. En estos momentos el absoluto de los absolutos pertenece a Putin y a su memoria fantástica de Ucrania como parte del imaginario Russkii Mir (el Mundo Ruso). La hipertrofia de la Memoria no es inocente porque su meta es el olvido y la destrucción de la Historia (y también de las personas que se opongan al “relato oficial”).

La Memoria provoca la aparición de conflictos reales entre individuos y comunidades. Sin embargo, mi enmienda de totalidad a la Mnesis radica en que los seres humanos no estamos programados para renunciar a la búsqueda de la verdad. A pesar de todas sus deficiencias y errores, “el historiador no es un juez, su tarea no consiste en juzgar sino en comprender” (Marc Bloch).

En las “guerras por el relato” no vale todo. Los “ejércitos memoriosos” no deben incurrir en los delitos de odio tipificados en el artículo 510.1 del Código Penal. Sin olvidar que el Reino de España es signatario del tratado de adhesión a la OSCS (Organización del Sentido Común y la Sensatez).

El maestro de antropólogos Claude Lévi-Strauss afirmó que hay sociedades calientes y sociedades frías. No le resultará difícil al observador discernir a cuál de ambas categorías pertenece la sociedad española que desea moldear, a su propia imagen y semejanza, el presidente Sánchez.

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