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El desafío de España y el 'amigo' americano está en las urnas

Una hombre sostiene una pancarta de "Latinos for Trump" durante el mitin de Ivanka Trump, hija y asesora del presidente y candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos en Miami, Florida.
Los españoles también nos jugamos muchos en las urnas de EEUU.
EFE

Parece del todo absurdo que por un conflicto de supuestas ayudas entre gigantes de la industria aeroespacial entre Estados Unidos y Europa, a los productores españoles de vino y aceite, que han trabajado muy duro durante más de una década para meter sus marcas de calidad en el mercado norteamericano, les castiguen con unos aranceles absurdos que no benefician a nadie. Desde que estallara el conflicto, hace ahora justo un año, la administración Trump ha puesto trabas a los productos que más daño hacen a todos los socios de la UE, no solo a España, pero esa guerra comercial que ahora tendrá su contraparte con el bloqueo de algunas importaciones norteamericanas, no soluciona demasiado la papeleta a las pequeñas y medianas empresas perjudicas. Al contrario, es un tema que se les puede ir de las manos y engrosar uno más de los grandes desagravios comerciales a nivel mundial, que cuestan ‘sangre’ a nivel local.

Ese último capítulo de enfrentamiento es el reflejo de una relación comercial y de inversión bilateral que se ha deteriorado en los últimos dos años, pero que hasta hace muy poco mantenía un vigor importante, con EEUU como el principal receptor de inversión directa española (sin contar operaciones financieras), por delante incluso del Reino Unido, Francia y Alemania. Hace apenas nueve años que se puso en marcha el ‘Plan made in/made by Spain’ en EEUU, una ofensiva comercial que durante dos años paseó a más de 2.500 empresas por aquel mercado y dejó la impronta española en sectores muy importantes y de futuro, de los que ahora se reclaman para la recuperación de la crisis de la Covid, como las energías renovables, la tecnología médica, las infraestructuras terrestres y ferroviarias o la gestión del agua, además de los alimentos y vinos que mueven un flujo de más de 1.200 millones de euros al año entre ambos países. Los datos oficiales apuntan que todavía hay unas 600 filiales de empresas españolas en suelo americano, con más de 110.000 empleos comprometidos.

A pesar de las complicaciones de estos dos años, los más de 84.000 millones de euros de inversión española acumulada en aquel mercado y, lo que es más importante, el enorme prestigio que los empresarios españoles se han ganado a pulso en sectores estratégicos, son un patrimonio muy alto que también está en liza en las elecciones que ahora se celebran en EEUU. Como bien señala nuestro experto colaborador en aquel país, Sandro Pozzi, nadie es capaz de decir con cual de los dos candidatos le va a ir mejor a Europa y, por ende, a España, pero es evidente que gane quien gane, el esfuerzo posterior del Gobierno debe dirigirse a mantener y mejorar lo mucho que se ha conseguido hasta ahora, empezando por los pequeños productores de vino, aceite y alimentos, y acabando por las grandes energéticas.

A priori, hay un convencimiento en el Viejo Continente de que sin Trump nos iría mejor a todos, tanto en el ámbito económico como en los grandes ejes de la cooperación mundial, como el cambio climático, las migraciones, la escalada armamentística o los conflictos territoriales. Pero no tenemos que olvidar que, además de los americanos, en estas elecciones nos jugamos mucho todos. Una continuidad de la política exacerbada del ‘American first’ de Trump, mezclada con la salida del Reino Unido de la UE de Boris Johnson, nos podría enfrente a las dos potencias que más han apostado por invertir en España en los últimos años. Y en una economía tan dependiente del exterior como la española, eso es algo que no nos podemos permitir.

Es cierto que hablar de economía global y geoestrategia a largo plazo, cuando lo que tenemos es una crisis sanitaria y económica a corto en la puerta de casa, puede parecer hasta frívolo, pero no podemos obviar que los españoles también nos jugamos mucho en las urnas este martes. Algunos analistas advierten que el envite de Trump contra el coronavirus y sus bravuconadas después de (supuestamente) haberlo superado, no es más que una estrategia electoral que mantiene de cara a la galería, de forma que, si vuelve a ganar, nadie descarta una avalancha de restricciones en Estados Unidos ante una segunda oleada que deje muy tocada su economía. Y eso tampoco sería bueno para nadie, ni con Trump, ni con Biden.

La exportación y la inversión exterior son dos palancas de las que España no puede prescindir para salir de la ruina en la que nos está metiendo el virus. No es algo que se consiga en dos días, ni siquiera en dos años, pero se cuenta con una base tanto en el caso de de EEUU como el de Reino Unido que hay que cuidar como oro en paño, aunque las circunstancias vengan mal dadas con un Brexit duro y más quina de Trump. Tratarlos como enemigos comerciales sería un error cuyo coste llegaría al bolsillo de todos los españoles y del que tardaríamos décadas en sobreponernos, pase lo que pase el martes. 

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