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¡Ojo Calviño! La 'lengua de pájaro' amenaza a la economía

Comienza la cosecha de cereal en CyL con rendimientos de entre 400 y 500 kilos por hectárea
¡Ojo Calviño! La 'lengua de pájaro' amenaza a la economía.
EUROPA PRESS

“Vamos muy mal este año, está todo el trigo y la cebada como lengua de pájaro”. Ese es el lamento que más se oye estos días entre los agricultores cuando afrontan la cosecha de sus campos de secano, azotados por una semana de fuego en el mes de junio que ha dejado las espigas del campo a medio hacer y el rendimiento de cada hectárea bajo mínimos, a base de granos fofos, pequeños y escurridos. Eso para los que sembraron temprano o en su momento, porque al cereal tardío en muchos casos no le ha dado tiempo ni a granar. Y si no se cosecha o se recoge solo ‘lengua de pájaro’, se ingresa menos o se pierde dinero, justo en el año en el que más caro están los carburantes para la maquinaria, las semillas y los fertilizantes. Algunas organizaciones agrarias estiman una rebaja de hasta el 50% en la cosecha de cereal de este año, pero esa media supone que muchos agricultores no van a coger nada o, con suerte saldrán comidos por servidos entre lo gastado y lo ganado, algo injusto tras tantas horas de remover terrones.

Este cuadro tan costumbrista y típico de los años de mala cosecha en la prensa local tiene esta vez más trascendencia de la que parece, porque no olvidemos que la escasez de materias básicas como los cereales supone una elevación significativa de su precio en origen, para que los agricultores profesionales puedan subsistir, sin tener que buscar un segundo sueldo como carteros rurales de verano o camareros, las salidas típicas de la España vacía. Y aunque parezca algo muy alejado de las altas cuitas de la macroeconomía, hasta la ministra de Economía debería estar muy preocupada por el desastre que se espera en el campo este año que, paradójicamente, tiene la misma causa que las subidas del precio de la luz: la ola de calor, la calima y la falta de viento y agua. Una mala cosecha supone pagar mas caro en origen y mantener al alza los precios de los alimentos en los lineales de los supermercados durante más tiempo del que quisiéramos, lo que unido a la tensión en el coste de la energía, que no ha podido parar ni el tope al gas, marcará una inflación por encima de lo previsto, cuando menos, durante el segundo semestre del año y buena parte del entrante, algo nada bueno para los planes de Calviño.

Un buen amigo se alarmaba esta semana por haber pagado 7,47 euros por media sandía, la fruta más popular (y necesaria) del verano. Para quienes han nacido en el euro, puede parecer algo normal y seguro que ese es su precio lógico incluso con un escueto margen para el frutero, que ve como cada día se encarece todo más en los ‘mercas’ y se tienta la ropa antes de cargar algo que va a tener complicado, no vender, sino explicar por qué es tan caro a sus clientes. Pero para quienes nacimos y vivimos con la peseta, ¿nos hemos parado a pensar que esa media sandía cuesta algo más de 1.240 pesetas de las de antes? Es decir, casi 2.500 la sandía entera. Con lo que vale ahora una sandía se pasaba hace poco más de dos décadas una buena noche de fiesta, sin alardes, pero con buenas opciones. Este cuadro, que también puede parecer costumbrista, viejuno o chabacano, también tiene una parte de alarma de algo está pasando con los precios y el consumo que se nos va de las manos, por más previsiones que se quieran hacer desde los sesudos departamentos de estudios del Gobierno, las instituciones o las grandes empresas.

Lo más preocupante de toda esta cadena de despropósitos con los precios de la luz y de los alimentos es que, por el momento, el que mueve los hilos es Putin y hace la guerra a su antojo, aunque él y los suyos lo llamen “operación especial en Ucrania”. Por un lado, manejando el grifo del gas, ha hecho que en imperios como Alemania o Francia se empiece a hablar ya de racionamiento energético, algo de cuya crudeza no nos daremos cuenta en España hasta que intentemos encender la luz o poner la ducha y no funcionen, porque somos Europa y habrá que compartir penurias energéticas con nuestros socios cuando peor lo estén pasando, igual que ellos nos ayudaron a consolidar nuestra economía cuando éramos una democracia recién estrenada. Por otro lado, manejando el granero ruso y ucraniano del trigo, la cebada y el maíz, Putin también va a ser quien decida a qué precios debemos pagar lo que comemos, o si hay tanta hambruna en los países en desarrollo como para que la inmigración se dispare hacia el supuesto bienestar del Viejo Continente y agobie más la situación.

Mientras la tormenta perfecta se cierne sobre una economía española asfixiada por la deuda pública y con la mayor inestabilidad política conocida, nos enfrentamos a media Europa para poner en marcha una ‘excepción ibérica’ que no funciona, en plena guerra con unas compañías eléctricas que tienen más resortes que cualquier Gobierno para salirse siempre con la suya, y con la amenaza cada vez más real de un corte de gas de Argelia que nos podría meter de lleno y antes de tiempo en el grupo de los socios europeos en racionamiento. En España y en Europa tenemos grandes males, pero no les estamos poniendo grandes remedios, solo desaciertos y política oportunista. Al final, la mala cosecha, la luz y la inflación van a ser lo de menos, porque todos tendremos que tragar con ‘lengua de pájaro’. 

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