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¿Quo vadis, Garzón? El ministro de Consumo que no defiende el consumo

Garzón vaca
¿Quo vadis, Garzón? El ministro de Consumo que no defiende el consumo.
Agencia EFE

La rabia y la indignación que Alberto Garzón ha generado en el campo, la ganadería y la industria cárnica solo es comparable a la gigantesca ignorancia que muestran sus palabras cuando habla de las macrogranjas como centros de tortura donde se maltrata a todo bicho viviente y hace extensivo ese mal a un sector que, desde hace demasiado tiempo, solo lucha por sobrevivir frente a una economía financiera, donde la sostenibilidad es todavía una palabra de moda en boca de políticos modernos demasiado ‘verdes’ como para saber lo duro que es vivir de ello.

La sostenibilidad se ha convertido en un concepto económico amplio, que ya impregna de arriba abajo la gestión de cualquier empresa o Gobierno, sobre el que se pueden escribir tratados o montar cátedras universitarias. Pero cuando hablamos de una agricultura y ganadería sostenibles, a esa pátina económico-científica del concepto hay que darle un cariz humano y social que no tiene en otros ámbitos. Si ahora tenemos una economía con base industrial y tecnológica que camina hacia lo verde y sostenible (porque lo ha perdido) y somos capaces de delimitar a nivel mundial criterios financieros ESG para todos los ámbitos de la gestión, es porque antes hubo un sector primario que era el que lo sustentaba todo. Sólo hay que analizar algunos países emergentes, incluso en la avanzada Europa y no lejos del Mediterráneo, en los que todavía lo agrario es la mitad o más de su riqueza, como en la España de hace setenta años, que puede parecer mucho, pero no está tan lejos.

Antes de hablar a la ligera de las granjas y la carne española en un medio de la envergadura de ‘The Guardian’, solo había que saber una cosa que un día me recordó un amigo campero de La Alcarria: sólo quien no olvida sus raíces es capaz de disfrutar más de sus logros, por grandes o pequeños que sean. No sé si llegará a entenderlo algún día Garzón, pero debajo de ese refrán de la gente del campo, hay una carga muy profunda de sostenibilidad de la buena, de la de verdad. De alguna manera y en un nivel muy esencial, la sostenibilidad no es más que volver a lo natural, a lo duradero, a lo que la naturaleza nos permite y nos ofrece sin tener que matarla. Pero precisamente son los ganaderos los que, en su gran mayoría y salvo casos aislados denunciables y condenables, llevan toda su vida haciendo eso y cuidando la calidad de sus productos, aunque solo sea porque sin ella no pueden competir ni vivir.

En los últimos años se ha producido una gran concentración de las explotaciones, con más animales de media y menos granjas en total, en busca de una rentabilidad muy difícil de lograr sin más economías de escala. Las diferencias en cada tipo de ganado y su reparto según las mejores condiciones de orografía y clima en España hacen muy complicado sacar una regulación homogénea que ampare todos los casos, sobre todo los de quienes están al límite de la supervivencia, los que salen cada año comidos por servidos, como se dice en su propio argot. Es complicado y la dispersión entre regulaciones europeas (que son las que mandan en el sector), estatales y autonómicas no ayuda nada.

Es muy fácil decir que hay que digitalizar el campo para hacerlo rentable y sostenible, pero hay muy poquita gente que sepa hacerlo y mucha menos que entienda lo que eso significa en realidad. Y mientras, los animales comen y necesitan atención todos los días. Las ayudas públicas han sido un soporte importante hasta ahora, pero de eso no viven los agricultores y ganaderos. Es evidente que no se puede generalizar un modelo de macrogranjas en España, simplemente porque no hay ni sitió ni mercado para ello, pero alguno de esos grandes proyectos, bien planteados, regulados y controlados, pueden ser muy válidos para el desarrollo económico y el progreso de toda una comarca. La industria española del porcino ha demostrado que puede ser un sector pujante, exportador y generador de riqueza. No olvidemos que son la mayor exportación española a China, por ejemplo.

Podemos estar de acuerdo o no con las macrogranjas, pero no es ese el gran problema del sector primario ahora, por mas que lo diga Garzón. Ni el chuletón de buey que sacó a la luz hace un año tampoco. Eso son anécdotas y casos concretos de una implantación o dos que hay pendientes en España no sin polémica, que tal vez haya que revisar y que utilizan a modo de argumento algunos políticos mediocres. El problema de los ganaderos ahora mismo es que no saben si van a subsistir con la subida de costes que se les está aplicando al pienso y al gasóleo, con los mismos ingresos de siempre, o menos. Al igual que en el caso de la agricultura, lo que este año está pasando es que los ganaderos invierten a ciegas, con un coste que se les ha duplicado en el mejor de los casos, sobre todo porque el cereal (piensos) se ha pagado mucho más caro y los gastos fijos siguen al alza. Si no se frena la escalada de costes, es evidente que la carne de calidad va a valer mucho más dinero a partir de ahora, pero no sabemos si habrá consumidores capaces de pagar esos precios para evitar que muchos ganaderos sostenibles y ecologistas de nacimiento tengan que cerrar sus explotaciones por inanición, por haber sido fieles a sus raíces, pero sin poder disfrutar de sus logros porque nadie atendió sus demandas. ¿Igual se debería ocupar más de esto el Ministerio de Consumo?

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