Opinión

La segunda Guerra Fría (EEUU y China) va de digitalización

Esta nueva Guerra Fría, no es ideológica ni filosófica. Aunque se quiera plantear en estos términos. Es una guerra tecnológica, por la supremacía en el dominio de las tecnologías de la información y la digitalización.

Profesiones Futuro
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Europa Press

Decíase del escritor Julio Verne que “había recorrido el mundo e, incluso, ido a la luna y las profundidades del océano, sin moverse de su sillón”. Este escritor francés de mediados del siglo XIX escribió 62 novelas, entre ellas “La vuelta al mundo en ochenta días”, “De la tierra a la luna”, “Veinte mil leguas de viaje submarino”, entre otras. Sabiendo de lo que es capaz la computación cuántica, no me sorprendería saber que Verne, además de butaca para escribir, hubiera tenido máquina del tiempo para viajar, cuando menos al futuro, donde centró casi todas sus obras: pasó mucho tiempo, desde que Verne murió en Amiens (1904), hasta que el primer hombre puso un pie en la luna (1969).

Julio Verne vivió durante la explosión de la segunda revolución industrial, en la segunda mitad del siglo XIX. Se hizo realidad el pasar de montar a caballo, a conducir un coche; de fabricar coches como un artesano, a hacerlo en una fábrica, con la cadena producción que inventó Ford. Época de imperios europeos -el francés y el británico- y de descubrimientos y colonización. Tiempo de expansión del capitalismo concebido un siglo antes por Adam Smith y del comunismo de Karl Marx. Sin saberlo, en medio siglo, ambas doctrinas habían dado lugar a dos grandes movimientos intelectuales que, a su vez, dieron forma a dos sistemas políticos y económicos antagónicos, a la vez que gestaron dos nuevas superpotencias que sustituyeron a los viejos imperios europeos.

El siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial, estuvo condicionado por la Guerra Fría entre las democracias parlamentarias capitalistas de Occidente y las dictaduras comunistas de Oriente: las primeras, lideradas por Estados Unidos y las segundas, por la Unión Soviética. Pensábamos que la Cold War acabó con la desaparición de la URSS y, pasada una década del siglo XXI, vivimos inmersos en una Segunda Guerra Fría, que vuelve a enfrentar a Oriente (comunismo, totalitarismo) y a Occidente (capitalismo, democracia parlamentaria).

Por simplificar, el gran factor diferenciador entre la primera Guerra Fría y la Segunda, es que los comunistas han aprehendido el valor de las tecnologías de la información y la digitalización. EEUU, primera economía del planeta, con 25% del PIB mundial, se mantiene como adalid de la democracia parlamentaria, las libertades individuales y colectivas, la defensa del capitalismo y la economía de libre mercado y libre empresa, como mejor forma de crear riqueza y redistribuirla entre los más necesitados. También, la utilización de las TIC y la digitalización como el gran motor transformador de la economía, la sociedad y una forma de ver el mundo parecida a la de Julio Verne en su sillón: frente al ordenador, construimos y vemos el futuro. Da igual si se trata del metaverso de Meta (antigua Facebook), Apple, Google y Microsoft o de la ubicuidad de la información.

China, que lidera el bloque comunista de Oriente, aprendió las lecciones de los errores cometidos por los soviéticos. Cuando murió Stalin, Mao Zedong afirmó que la URSS se había convertido en “desviacionista”, es decir, se había alejado de los principios fundamentales comunistas enunciados por Marx, asentados por Lenin y expandidos por el mundo gracias a Stalin. La realidad es que Mao sintió un enorme alivio con la muerte de Stalin.

Tras el XX congreso del PCUS (1956), -en que Nikita Khrushchev “denunció los crímenes de Stalin contra el partido”, en referencia a las purgas de los años treinta, cuarenta y cincuenta, en que Stalin mandó torturar y matar a tres millones y medio de miembros del partido comunista soviético- Mao encontró la excusa que necesitaba para independizarse de la URSS y hacer su propio paraíso comunista: el paraíso del Gran Salto Delante de los años 50 -en 2017, el PCCH desveló que el número de chinos muertos por “esa iniciativa de Mao” ascendió a 47 millones-; el paraíso comunista de la Revolución Cultural de los años 60 -de nuevo, en 2019, el Partido Comunista Chino abrió los archivos y dio las cifras: otros 20 millones de chinos asesinados por orden de Mao-…; en un régimen de terror como ése, no es de extrañar que un tipo algo más sensato como Deng-Xiaoping (el “Pequeño Timonel”, sustituto de Mao al frente de China tras los juicios a la “Banda de los Cuatro”, 1978-1980) decidiera hacer realidad un lema incumplido de Mao: “usar el Oeste para encumbrar al Este”: con Deng, empezó el capitalismo de estado chino (1980-2020) que, en esencia, han respetado todos sus sucesores hasta la llegada al poder del actual presidente, Xi Jinping (2013-2022), quien quiere recuperar la “esencia del comunismo de Mao”.

Xi Jinping ha roto con la norma impuesta por Deng-Xiaoping de que el líder no permanezca en el poder más de dos mandatos de cinco años cada uno. Xi Jinping se presentará al vigésimo segundo congreso del PCCH en otoño de este año, con la intención de perpetuarse en el poder y convertirse en un líder vitalicio, como Mao. Su lema: “El Oeste declina y el Este asciende” es un slogan extendido entre los miembros de partido y el ejército, fieles a Xi Jinping. Está convencido de la superioridad del sistema comunista totalitario, frente a la ineficacia de la democracia parlamentaria occidental que representan EEUU y Europa.

En política nacional, Xi Jinping ha repetido como un mantra el objetivo económico y social de su presidencia: “la prosperidad común”. Hay 400 millones de chinos considerados clase media y 1,1 billones de chinos que son pobres. Los primeros trabajan en fábricas o en oficinas cercanas a la costa. Los más desafortunados viven en zonas rurales del centro y este del país. Y hay mil chinos billonarios, es decir, personas cuya fortuna excede el billón de dólares (1.000 millones de dólares). Con mayores impuestos a esas fortunas, Xi pretende igualar a ricos y pobres. Las grandes corporaciones han perdido en bolsa más de 2 trillones de dólares en tres meses, debido a que el estado chino les ha retirado la financiación: Alibaba (AliExpress, Ant), Tencent (WeChat), Byte-Dance (TikTok), Huawei, Xiaomi han sufrido en sus finanzas y los fundadores…, en sus carnes.

El nuevo lema del partido es “los ricos no deben exponer su riqueza”. Esto explica que empresarios famosos, influencers con cientos de millones de seguidores en redes sociales, deportistas con fama mundial, etc, hayan desaparecido del ojo público durante meses y hayan recibido cursos de reeducación comunista en casa. No hay que olvidar que Xi Jinping es hijo de la Revolución Cultural de Mao.

Xi Jinping está convencido de que, con mano de hierro, puede vencer a EEUU y Occidente. No está solo. Vladimir Putin, en Rusia, piensa lo mismo. Lleva en el Kremlin más de 20 años, alternándose en el poder como presidente y primer ministro. Ha cambiado la constitución rusa y puede permanecer como presidente hasta 2036 (aunque haya elecciones). Su objetivo es restaurar la gloria de Rusia, perdida, según él, por la debilidad de Mijaíl Gorbachov y la estupidez de Boris Yeltsin. Lenin restauró la Rusia de los Zares tras la Primera Guerra Mundial, recuperando los territorios perdidos e incorporándolos como repúblicas a la URSS. Cuando ésta desapareció en 1991, esas quince repúblicas se independizaron y Rusia volvió a ser Rusia.

El acercamiento de la OTAN a Georgia, Bielorrusia, Ucrania, los Países Bálticos y otras exrepúblicas soviéticas, es considerado como una agresión a la soberanía rusa (aunque ucranianos y georgianos quieren muy poco a los rusos) y como una amenaza militar de Occidente a Rusia, en su propia frontera. No importa que Georgia o Ucrania sean naciones soberanas. Como recordó recientemente Putin, “empecemos por la historia: Ucrania nació cuando la creó Lenin en 1922 y fue legalmente incorporada a la URSS en 1924”. Para Putin, las antiguas repúblicas soviéticas, son parte de Rusia. Sentimiento similar tiene la China continental respecto a Taiwán: Rusia amasa ejércitos en su frontera con Ucrania y los aviones militares chinos invaden a diario el espacio aéreo de Taiwán.

La China totalitaria y la Rusia autocrática quieren demostrar su superioridad sobre Occidente porque, sin controles (ni parlamentarios ni judiciales), son más eficaces. Eficientes…, aún está por ver. Mientras tanto, Occidente lidia con la pandemia, la inflación, el baile entre crisis y recuperación económica, con datos diarios cambiantes que llevan a la confusión…

También EEUU quiere demostrar a China y Rusia que la democracia occidental capitalista es mejor que sus alternativas. Aliados occidentales de EEUU, en Europa, Canadá, Australia o Nueva Zelanda se han comportado respecto a los confinamientos del COVID con mano casi tan firme como la de China. La cuestión subyacente es que esta nueva Guerra Fría, no es ideológica ni filosófica. Aunque se quiera plantear en estos términos, como en la primera Guerra Fría. Es una guerra tecnológica, por la supremacía en el dominio de las tecnologías de la información y la digitalización. China ha hackeado varias veces entidades gubernamentales y grandes corporaciones norteamericanas para avisar de que es conocedora de sus vulnerabilidades. Y, Rusia, igualmente, como pudo verse cuando saltó a la luz el escándalo de Cambridge Analytica, empresa de Big-Data vinculada a la antigua Facebook y que, supuestamente, pretendía ayudar a Rusia en un objetivo: impedir la victoria electoral de Hillary Clinton a la presidencia de EEUU en 2016 y ayudar la candidatura de Donald Trump.

América tiene el dinamismo empresarial que China y Rusia no tienen. Europa, tampoco. En los rankings de Forbes y Fortune, por ejemplo, entre las top-500 compañías más grandes por facturación, por ventas, por beneficios o por valor bursátil, el 83% son empresas tecnológicas norteamericanas (Apple, Alphabet-Google, Amazon, Microsoft, Meta y, más recientemente, Tesla), una empresa de distribución, Walmart, una francesa del lujo LVMH (antigua Louis Vuitton) y la petrolera saudí ARAMCO. Hay alguna otra europea, como SAP y el resto son chinas: Alibaba, Tencent, Byte-Dance, Huawei, Xiaomi.

Europa está desunida. Y no solamente por el BREXIT, que ha alejado a Reino Unido del continente. Por un lado, están los países ricos del norte, como Francia, Alemania, Holanda, Bélgica…, y están los países pobres del sur: España, Portugal, Italia, Grecia. Por otro lado, están todos estos países del Oeste, versus los del centro y este de Europa: Polonia, Hungría, Rumanía, etc, que, por haber sufrido 40 años bajo el yugo soviético, están deseosos de integrarse en las estructuras de Occidente: la Unión Europea, la OTAN, etc, siempre y cuando se respeten sus valores, su idiosincrasia y se les garantice protección frente a Rusia. A falta de compromiso y ganas de fiesta (=guerra), los europeos no invierten en defensa y, de nuevo, como desde 1946, es Estados Unidos quien paga la factura: los Marines en Alemania, el escudo antimisiles que, desde el norte (Polonia) hasta el sur (Grecia) protege Europa de agresiones potenciales rusas, etc.

España y sus empresas sistémicas

España aporta desde un ámbito sorprendente, en el contexto de lo dicho anteriormente. España aporta sus empresas sistémicas, aquellas que son pilares de la economía y el empleo en nuestro país. Tenemos la fundación más grande de Europa, en el Tercer Sector Social, la Fundación La Caixa, con activos de 24.000 millones de euros y una inversión anual de 500 millones de euros para financiar los 50.000 programas de su Obra Social. Además, financia a terceros, como Cáritas Española y Cruz Roja Española. La dedicación de Fundación La Caixa a la reinserción laboral de colectivos desfavorecidos, la lucha por cerrar la brecha digital, el acompañamiento de ancianos que se sienten muy solos y abandonados (¡11 millones de personas, en España!) la dedicación a personas sujetas a la condición de dependencia; la lucha contra la pobreza infantil; la investigación médica en la lucha contra COVID, el cáncer o el sida y la difusión de la cultura y el conocimiento, son hechuras que ahorran mucho dinero al estado español y a las comunidades autónomas, ayudan a las comunidades locales y, sobre todo “hacen mucho bien”. No hay en Europa una fundación similar.

Y, como de algún lugar tiene que salir el dinero para financiar tanta Obra Social, Fundación La Caixa tiene un brazo inversor (financiero e industrial), llamado Criteria Caixa, con intereses en otras tantas empresas sistémicas españolas como CaixaBank, Cellnex Telecom, Naturgy y Telefónica. Las cuatro empresas citadas son esenciales para la economía española.

CaixaBank es el primer banco de España. Lo era antes de comprar Bankia, pero tras la adquisición, es líder en todos los segmentos del mercado financiero español. Y tiene un modelo único de banca rentable y socialmente responsable. Es líder en banca y plataformas digitales, omnicanalidad y transformación digital, según las consultoras tecnológicas IDC, Gartner y Forrester. Y, The Banker y Euromoney, de nuevo y por décimo año consecutivo, nombran a CaixaBank mejor banco de España. No es cuestión baladí, porque CaixaBank atiende, tanto a millones de jubilados en sus oficinas, como a jóvenes profesionales en sus plataformas digitales. Se queda con lo mejor del mundo físico y digital, en cuanto a la atención al cliente y la calidad de sus productos y servicios. Y miles de trabajadores de CaixaBank son voluntarios en la Obra Social de La Caixa. Lo cual es inédito en un banco, pero que tiene sentido porque el ADN de CaixaBank es heredado de su padre y de su madre: Isidre Fainé, presidente y Fundación La Caixa, respectivamente. La Fundación es dueña del 30% de CaixaBank.

Y, entre Fundación La Caixa (Criteria Caixa) y CaixaBank, son dueños de más del 6% de Telefónica, cuya gran apuesta para 2022 es la digitalización empresarial y de las administraciones públicas mediante Telefónica TECH, nacida oficialmente en noviembre de 2019. “Hablamos de los que conocemos” y conocemos al CEO de Telefónica TECH desde hace 30 años -José Cerdán Ibáñez- y consideramos que, desde el afecto y el cariño y la amistad, es un caso atípico de directivo en el sector tecnológico y de las telecomunicaciones de España. Para empezar, porque es empresario y emprendedor que ha fundado cinco empresas, a cuál más exitosa, entre ellas, EI-Systems que fue líder del mercado de ordenadores español en los años noventa, o más recientemente, Acens, compañía de cloud computing con data centers, que hace pocos años compró Telefónica.

Consideramos un activo -que nos recuerda a nuestra otra patria, EEUU, donde el emprendedor es alabado y no vituperado- que el CEO de Telefónica TECH sea cocinero antes que fraile y haya fundado empresas TIC-Digitales, antes de ponerse a dirigir Telefónica TECH, cuyo objeto de negocio es la transformación digital de empresas, sector público y pymes con Cloud-Computing, Big Data, Inteligencia Artificial, Industria 4.0, Ciberseguridad, Internet de las Cosas (IoT), Edge Computing y todos los servicios digitales que, en EEUU, provee Big Tech (Apple, Google, Amazon, Microsoft, Meta). No hay en Europa empresa similar a Telefónica TECH, que abarque la digitalización con un enfoque de 360 grados. “Malo será”, que dicen los gallegos, que tener un campeón nacional, en el campo más puntero de las TIC, no sea bueno para España. “Escolti”, diría un catalán: “misiles, no tenemos, pero Internet de las Cosas, sí”.

Cellnex Telecom, escisión en 2015 de Abertis, es una de las joyas de la corona. Es una empresa que ha logrado éxito empresarial en tiempo récord y con su debido reconocimiento en los mercados de valores: en los últimos siete años, Cellnex ha sido uno de los valores con mejor comportamiento en el IBEX-35. Es una empresa que se encuentra en el lugar adecuado para desempeñar un papel muy positivo e importante en la dualidad de Occidente versus Oriente. Cellnex Telecom es el líder europeo de gestión de infraestructuras de telecomunicaciones inalámbricas y despliegue de 5G. Crece orgánicamente y con adquisiciones, pero sin descuidar unos valores que, creemos, están en sus orígenes y que provienen de La Caixa, cuando era dueña de Abertis y de la Fundación La Caixa, propietaria de un 5% de Cellnex: ESG. Cellnex Telecom está en los primeros puestos de los rankings mundiales de ESG, por sus siglas en inglés: cuidado del medioambiente, responsabilidad social y gobierno corporativo.

Vale la pena resaltar una empresa del sector “Retail, Comercio, Distribución”, que es El Corte Inglés. Con casi 80 años de edad, está vinculada emocionalmente a varias generaciones de españoles, que nos hemos enterado del cambio de estación, por sus campañas de publicidad (“Ya es primavera en El Corte Inglés”) y que, como Macy’s en EEUU y Harrods en UK, es un tipo de comercio que nos recuerda a los españoles, que también tenemos el lujo al alcance de la mano, aunque no estemos en la Quinta Avenida de Nueva York. Con su actual dirección y accionariado, El Corte Inglés se ha embarcado en un plan estratégico hasta 2026 en que hay omnicanalidad, transformación digital y reinvención mediante diversificación de negocios: seguros, telecomunicaciones, energía, viajes, etc. Las compras de Supermercados Sánchez Romero y de Logitravel han sido movimientos corporativos rápidos, así como el acuerdo con Mutua Madrileña a cambio de un 8% de su capital.

España puede sentirse orgullosa de sus empresarios/as y empresas. Aunque no tengamos misiles nucleares. Son las empresas las que crean riqueza y empleo. Y con riqueza y empleo, puede vencerse a cualquier enemigo que quiera imponer valores foráneos y quitarnos la libertad.

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