OPINION

Moción de censura en las urnas a la división de la derecha

Sánchez gana, Podemos pide entrar en el Gobierno y pone a la economía en guardia
Sánchez gana, Podemos pide entrar en el Gobierno y pone a la economía en guardia
EFE

Las urnas revalidaron ayer lo que el Congreso votó hace diez meses, es decir, la moción de censura que puso fin a un Gobierno del PP y, en consecuencia, reafirma el liderazgo de Pedro Sánchez para armar una mayoría de gobierno. Los resultados electorales, con una participación récord del 75,79%, confirman el renacimiento del bloque de izquierdas y la fragmentación suicida del bloque de la derecha que encarnó durante treinta años el PP de Aznar y Rajoy.

Si la crisis económica hundió al PSOE y provocó el surgimiento de Podemos, ahora otra crisis, la del separatismo catalán, ha causado la debacle del PP y la irrupción incontenible de Vox. La España insatisfecha ha cambiado de bando y si hace ocho años castigó duramente al partido socialista, ahora la víctima ha sido el partido hegemónico de la derecha. Es cierto que ha sido el segundo partido más votado, pero su liderazgo ha quedado gravemente devaluado.

En efecto, el PP ha sucumbido por asfixia, emparedado entre un Vox sin complejos y un Ciudadanos que ha virado a la derecha para achicarle el espacio. Pablo Casado se ha visto acorralado por los codazos de un enérgico Abascal y de un Rivera que hurgó en la división interna de los populares. Las consecuencias están a la vista: el primero le arrancó 24 escaños y el segundo, 26. El resto del desastre lo explica el señor D´Hondt, que ha castigado con rigor la división, por momentos cainita, del centro y la derecha.

En el bloque opuesto, el PSOE se ha beneficiado de la crisis de Podemos, que no se ha repuesto del “chaletazo” y ha pagado el peaje del voto útil que ha basculado hacia la socialdemocracia. Aunque no puede decirse que Pedro Sánchez haya obtenido unos resultados “históricos”, sí ha recogido la recompensa de una estrategia electoral basada en el miedo.

Porque el principal motor del voto registrado ayer ha sido el temor a una amenaza oscura y difusa, que nadie sabía cuantificar, llamada Vox. El miedo a que en España se reprodujeran fenómenos como el de Salvini en Italia, el de Trump en EEUU o el del auge de los movimientos de extrema derecha en toda Europa ha tenido un efecto movilizador de toda la izquierda y, de manera relevante, de la izquierda independentista. La obscena utilización de la tumba de Franco, además, alimentó ese pánico a la extrema derecha que durante meses han aireado la izquierda y sus medios de comunicación. Salvando las distancias, la movilización de ayer recuerda la que catalizó Manuela Carmena para impedir la victoria de Esperanza Aguirre hace cuatro años.

Lo cierto es que la sociedad española ha demostrado tener más miedo a la amenaza fantasma de un extremado nacionalismo español que a un separatismo catalán y vasco que están poniendo a jaque la unidad de España y el modelo constitucional. Que ERC y Bildu hayan duplicado su cosecha pone de relieve que el temor a la extrema derecha es mayor que el miedo a la extrema izquierda separatista.

En consecuencia, el panorama después de la batalla muestra a un Pedro Sánchez en horas triunfales que echará mano de Podemos para gobernar (la debilidad de Pablo Iglesias le limita a la hora de poner condiciones), pero que no necesitará a los secesionistas catalanes para gobernar. En todo caso, estará sometido a un permanente tira y afloja de dudosas derivaciones. Hay una opción, sin embargo, que puede cobrar fuerza, la única que suma mayoría absoluta y no disgustaría al mundo económico ni a Europa: un Gobierno de coalición PSOE y Ciudadanos. Hoy no parece probable, pero en política nada hay imposible.

Pero esa será otra historia que no tendrá desenlace hasta pasadas las elecciones municipales y autonómicas. Porque la batalla aún no ha terminado. Los electores volverán en un mes a las urnas, lo que para el PP supone la continuación de una lucha agónica entre dos adversarios eufóricos. Los escasos doscientos mil votos de ventaja sobre Ciudadanos es un acicate irresistible para Albert Rivera. Lo que está en juego es el liderazgo del centroderecha y el político naranja está persuadido de que el 26 de mayo obtendrá más votos que el popular. Y Abascal quiere entrar con fuerza en los ayuntamientos, lo que sólo puede hacerlo a costa del PP. El juego de tronos continúa.

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