En mi molesta opinión

Ana Rosa le planta cara a Sánchez y el presidente se hace la víctima

Ana Rosa le planta cara a Sánchez y el presidente se hace la víctima
Ana Rosa le planta cara a Sánchez y el presidente se hace la víctima
TELECINCO

Después de ver la NO entrevista de Pablo Motos a Pedro Sánchez en “El hormiguero” de Antena3, no tanto por la desidia del entrevistador sino por la incontinencia verbal del presidente del Gobierno, tenía ganas de ver cómo funcionaría la cosa en Tele5 y cómo respondería él a Ana Rosa Quintana en su entrevista matinal de ayer martes. Sánchez dejó hablar algo más a Quintana, menos ya hubiera sido de juzgado de guardia, pero tampoco practicó el toma y daca habitual de las entrevistas políticas. Estuvo empeñado en vender todo su recetario como si de un mitin se tratara. Aprovechando que la gente está en su casa y no pueden salir corriendo, aunque sí pueden cambiar de canal.

Uno de los problemas del presidente entrevistado o entrevistador, no olviden las últimas interviús a sus ministros, algo abochornados por el papel de abrazafarolas que han tenido que hacer en la tele-PSOE de la calle Ferraz, es que aparentemente Sánchez escucha a su interlocutor pero en su cabeza está pensando no la respuesta lógica de la pregunta sino cómo zafarse de la interpelación, en este caso, de la periodista. Es una especie de retruécano absurdo -“adónde vas, manzanas traigo”- que muchos políticos en el poder practican con habitual frecuencia, sobre todo, los que se creen que están por encima de los medios de comunicación o de los propios ciudadanos.

Viéndole en el papel de “correcaminos” televisivo, se intuye que Pedro Sánchez se ha cansado en esta precampaña del 23-J del poco acierto de su coro de amigos, escribidores serviciales y tertulianos afines que no han sido capaces de transmitir una imagen más lustrosa y decente de su persona, con la buena planta que gasta él, más de 1,90; y ha bajado en cuerpo humano desde las alturas de Moncloa a dejarse entrevistar más allá de las teles, radios y prensa simpatizante, y así demostrar que Sánchez “no es un soberbio, no es un obseso del Falcon, y no miente”. Que todo se debe a “una burbuja de maldades” hinchada por la prensa enemiga.

A primera vista, el método Sánchez es sencillo. Supuestamente consiste en visitar a domicilio -en campo contrario según la jerga futbolera- al adversario para intentar meter algunos goles por la escuadra y recuperar a una parte de los 600.000 votantes socialistas que se han ido al PP. Lo malo es que el argumento es el de siempre: cuidado que viene el dúo dinámico de los fachas, y los LGTBI tendrán que regresar al armario. Sánchez olvida que los populares llevan años gobernando en las autonomías y, en ese sentido, todo sigue igual que siempre. El problema es que al presidente le molesta que los ciudadanos discrepen de él, y puedan apoyar otros modelos sociales y económicos más acordes con las posturas de la clase media y el centro político.

Lo más llamativo en estas múltiples entrevistas es la sensación de perjudicado que luce Sánchez; y todo ello después de controlar durante años los resortes políticos e institucionales del país. Las opiniones y críticas vertidas por él contra los medios de comunicación que no son progresistas poseen un inequívoco aroma a victimismo. El líder del Ejecutivo, con su gran poder mediático y del BOE y de cualquier institución pública, ha optado en esta campaña por la estrategia de hacerse el mártir: soy un pobre cervatillo perseguido por la malvada prensa de derechas. Sánchez y sus asesores saben que ahora, en estos tiempos extraños, lo que se lleva no es ser un héroe o un superhombre, sino más bien lo contrario, hay que hacerse el acosado y el ofendido para que el personal se compadezca de ti. Socialmente a veces funciona, veremos si también funciona políticamente.

Hay que reconocer, que como maquillador de “cadáveres” Sánchez-Castejón no tiene precio, o al menos no tiene competencia. Todos sus errores, incluida la Ley del sí es sí, o los apoyos de Bildu o ERC a leyes socialistas, o los indultos a los presos independentistas, han pasado por el tocador y ahora en su boca parecen otra cosa mucho más apañada. Como diría el presidente: “Eso no es mentir, eso es rectificar”. Podríamos decir también, en un juego de eufemismos, que eso es afeitar la verdad hasta el extremo de que parezca otra cosa muy distinta.

Lo malo es que el presidente del Gobierno ha dejado mucho rastro durante estos cinco años de mandato y no es fácil borrar de golpe todo el “sanchismo” que ha aplicado él y su equipo, por mucho que le moleste que los periodistas y los españoles le pongan un sufijo a su ilustre apellido. Como bien le recordó Ana Rosa, casi todos los presidentes han llevado su sambenito: “felipismo”, “aznarismo”, “zapaterismo”, “marianismo”… ¿Por qué iba a ser menos el doctor Sánchez, cuando está tan claro que él ha practicado su propia medicina? Si sus lamentaciones o quejas acerca de lo que dicen los medios las hiciera, por ejemplo, Vox, esos mismos medios en su inmensa mayoría dirían que los de Santiago Abascal están practicando el victimismo y la estrategia del “trumpismo”, que se quejan mucho y se hacen los perseguidos, y les acusarían de coartar la libertad de expresión.

En cambio, quien lo hace es Sánchez y quien acusa también es Sánchez. La izquierda o la extrema izquierda señalan lo mismo que Trump pero desde el otro lado del río, ¡socorro, qué me persiguen!, y ello no se considera -al menos no lo dice la mayoría- que sea un ataque a la libertad de expresión y de opinión de los medios, sino que es una lamentación apropiada porque lo sugiere en una entrevista el propio presidente. Con esta actitud de pobre víctima acosada lo que se pretende es tapar y justificar las encuestas, la catástrofe sin analizar del 28-M y los múltiples errores cometidos estos años, algo recurrente desde que se inventó el viejo truco de buscar un chivo expiatorio y sacrificarlo en medio de la plaza pública, es decir, en medio de una televisión “enemiga” en la que poder blanquear tus mentiras arriesgadas.

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