En mi molesta opinión 

De la pobreza real a la pobreza mental de los políticos

Ribera y Sánchez en el Senado
De la pobreza real a la pobreza mental de los políticos. 
EFE

Se acabó el “dolce far niente”, el verano de 2021 es ya un puro recuerdo. Las tertulias en bañador bajo la sombrilla o en el chiringuito de la playa, en las que fuimos capaces de solucionar los problemas de España con más pasión que un tertuliano profesional, no volverán. Se acabó lo bueno y empieza lo serio, la vida sin filtros y sin tregua, la que nos obliga a pagar todos los meses los recibos, incluido el de esa luz que no es la del final del túnel sino la otra, la que cuesta un riñón y pone muy nervioso a un Gobierno que no tiene claro qué puede y qué debe hacer para que esta locura energética no le penalice demasiado en las encuestas electorales. Los recibos de la electricidad, el gas y todo lo demás se han convertido en papeletas electorales capaces de amargarle la vida a Pedro Sánchez, un presidente de Gobierno que parece que tiene el futuro –el suyo, al menos- muy controlado.

Lo que no parece controlada es la inflación que crece a un ritmo superior al de los últimos diez años. La cuesta de septiembre promete ser de las más duras, los precios no dejan de subir y subir arrastrados por la escalada descontrolada de los carburantes y algunas materias primas. El poder adquisitivo de los españoles está cayendo en picado, los salarios apenas crecen, ni la mitad del IPC, lo que sí sube es el coste de los productos básicos de consumo, algunos ya acumulan incrementos del 20%. La senda alcista del Índice de Precios de agosto llega al 3,3%, según datos del lunes pasado publicados por el INE, lo que supone cuatro décimas más que en el mes de julio. Una cifra que debería preocupar y ocupar a los gobernantes ya que es la mayor subida en casi una década, y todo por culpa del histórico precio de la electricidad.

Y que esto le suceda a un Gobierno que inventó -cuando estaba en la oposición- lo de la “pobreza energética”, tiene su ironía. Como si a la escasez o carencia vital le pudieras poner adornos y adjetivos para que suene menos dramática. La pobreza con etiqueta es un eufemismo de la pobreza mental que luce con frecuencia nuestra clase política. El que es incapaz de pagar sus necesidades energéticas es incapaz de pagar cualquier otra necesidad. El que es pobre de verdad y sin tapujos lo es de solemnidad, como se le llamaba en la España liberal de 1850 y se recogía en el Derecho Civil de la época. En aquel tiempo se constituyó la figura del pobre de solemnidad como un ciudadano acreedor de los beneficios procesales de la pobreza.

Es cierto que los tiempos actuales nada tienen que ver con la España del siglo XIX, ni tampoco los pobres de ahora se miden por el mismo criterio y rasero, aunque a ambos les una la escasez de recursos y un gran miedo al futuro. Los que han cambiado más en estos tiempos son los “no pobres”, esos ciudadanos que duermen tranquilos porque tienen una cuenta bancaria poco corriente. La diferencia económica entre unos y otros crece sin parar y se denomina desigualdad social, y sirve para estudiar el nivel de prosperidad o exclusión de los individuos de una sociedad. La pobreza en España subió 0,3 puntos en 2020, en total 9.610.000 personas sufrieron ese riesgo de pobreza en el último año.

Y esa desigualdad crece en paralelo junto al hecho preocupante de que los pobres cada día son más invisibles para los medios de comunicación y la sociedad en general. No digo yo que los españoles suframos una gran “aporofobia”, que es el miedo y rechazo hacia la pobreza y las personas pobres, como lo definió la filósofa Adela Cortina a finales del siglo XX, pero algo de eso hay en esta sociedad opulenta que mide a los seres humanos por lo que tienen más que por lo que son.

Veremos cómo evolucionan esas diferencias entre pobres y ricos en los próximos meses, en los que se espera el incremento de las dificultades económicas para la mayoría de españoles, pero a la vez también se esperan ayudas multimillonarias de la Unión Europea. ¿Será suficiente ese maná financiero para frenar una pobreza latente que se ve lastrada por la carestía de vida? Muchos temen que esas ayudas lleguen principalmente a las grandes empresas, a los que más tienen, y los otros, los necesitados de siempre y de todo tipo de ayudas sigan esperando y desesperando. Por desgracia, y dado que el Gobierno no informa con claridad y transparencia de sus planes en el reparto de ayudas, uno teme que se cumpla aquel pasaje bíblico: al que tiene se le dará más, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene se le quitará hasta lo poco que tiene.

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