OPINION

Sánchez deshoja la margarita que le dice: las elecciones son inevitables

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, en el Congreso
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, en el Congreso
PSOE

Y la rosa, al principio, fue todo aroma. Después mostró sus espinas, afiladas, punzantes, dolorosas. Todo parecía ir bien, para transmutarse, de repente, en conflicto, ansiedad y desgarro. Abandonado por el ensueño de rosa de su éxito inicial, Sánchez recurre ahora a la socorrida margarita que deshoja con cábala de incertidumbre. Elecciones sí, elecciones no. Convoco elecciones para otoño, lo hago para primavera… Pues todo dependerá de las mayorías que logre urdir y de las expectativas electorales, por ahora positivas. Conozcamos el relato de lo acontecido para tratar de ayudar en sus auspicios a la margarita angustiada por la responsabilidad conferida.

Hace dos meses que lo que parecía imposible tomó cuerpo. Ocurrió hace dos días, pero nos parece ya una eternidad. La osadía de Sánchez, en forma de moción de censura, le elevó a una presidencia de gobierno que, por inesperada, sentó bien al principio, pues desbloqueaba una situación asfixiante y paralizada. El equipo ministerial propuesto pareció razonable y la estimación en voto comenzó a crecer, al punto de emerger desde las profundidades abisales en las que se encontraba, para ascender a la cabeza de las encuestas. Y es que, a día de hoy, el PSOE sería el partido más votado. Por ahí, el presidente, feliz.

Por aquel entonces, Sánchez anunció que, tras la moción de censura, convocaría elecciones generales de inmediato, para que así los españoles pudiéramos decidir el gobierno que en verdad deseábamos. Y en esas estábamos cuando llegó a la Moncloa y comenzó a prometer sin ton ni son, desmelenado tras la pancarta vociferante de cada día. Y, como muestra, un simple botón de sus compromisos y promesas: diálogo sincero con los independentistas sediciosos; foto solidaria con el Aquarius, a espaldas de Europa y de cara a los cientos de miles de subsaharianos que luchan desesperadamente por entrar en Europa; anuncio de órganos de gobierno democráticos para TVE; incremento del gasto público; nuevos impuestos para los bancos y las tecnológicas; exhumación de los restos de Franco. Lo dejamos aquí, para no abrumar con promesas que todos conocemos. La política-pancarta se le dio bien: mientras más prometía, mejor parecía irle en las encuestas. Así que se vino arriba y olvisó su compromiso de disolver las cortes de inmediato, al modo de donde dije digo, digo diego. Y de aquella promesa de prontas elecciones, nanai de la China. El nuevo objetivo era agotar la legislatura, visto el liderazgo motivador que creía representar para el conjunto de la izquierda y para un significativo porcentaje de la sociedad española.

Pero una cosa es predicar y otra dar trigo y la realidad pronto se encargó de hacerlo despertar de su sueño adánico. Las promesas realizadas a los independentistas no hicieron sino rearmarlos, insuflarles nuevas fuerzas para volver a las andadas en forma de desobediencia y asonada. La foto del Aquarius se le atragantó con la aceleración consiguiente de llegada de inmigrantes, al punto de desbordar nuestra capacidad de atención y acogida. Incapaces de pactar un nuevo consejo de administración para TVE tuvieron que recurrir al anteriormente denostado decretazo para nombrar a su nueva administradora única. La subida del 4,4% en el techo de gasto fue dinamitada por la adversa matemática parlamentaria. Los bancos han anunciado que se marcharán si se le suben los impuestos de manera injustas y el gobierno matiza ahora su intención de penalizarlos. De las tecnológicas, no han vuelto a hablar. Siguen con lo de Franco – que a nadie le importa – como único asidero de lo prometido. Franco, siempre Franco, lo único que les queda siempre en última instancia. O sea, un fiasco total. Las promesas son aire y al aire van, que cantaría el poeta. Y quizás sea lo mejor, visto lo contraproducente de muchas de ellas.

Y éramos pocos y parió la abuela. Nada parecía salirles bien – no puede salirles bien, de hecho, con apoyos tan volátiles y contradictorios – cuando los taxistas decidieron paralizar de manera violenta media España, a las puertas de una masiva operación salida, sin que autoridad alguna haga algo para que se cumpla la ley. Si se cede a todas sus peticiones, un nuevo mensaje tipo Aquarius se lanzará urbi et orbe. El gobierno es débil, vendrán a decir, se puede conseguir lo que se desee si se le lía de la San Quintín. Y vendrán muchos sanquintines a posteriori, para forzar prebendas y privilegios. Tonto el último – pensarán -, aprovechemos ahora la ocasión, no vaya a ser que venga después otro gobierno fuerte que haga cumplir la ley y no se ande con zarandajas y requiebros como el de Sánchez y compañía. Problemas, todo problemas. Con lo bien intencionados que éramos los de izquierdas, se interrogan, ¿por qué la realidad nos trata tan mal?

De aquel entusiasmo inicial, cuando todo parecía posible, apenas si quedan las cenizas de la melancolía, de lo que pudo haber sido y no fue. Las encuestas, hasta ahora, parecen sonreírle, pero no tardarán mucho en reflejar el desgaste y el desencanto que su patética no-gestión está generando entre propios y extraños. ¿Qué hacer, entonces? ¿Sostenella y no enmendalla y aguantar al modo Rajoy o convocar las elecciones prometidas en el momento cero de la moción de censura? Elecciones sí, elecciones no, 'that is the question', susurra Sánchez a la margarita mientras la deshoja.

Probará con un último intento. Volverá a presentar sus presupuestos y si no consiguen aprobarlos convocará elecciones. Tendrá argumentos que esgrimir. La pérfida derecha, los irresponsables de Podemos y los independentistas echados al monte impiden sus cuentas de progreso solidario. Ese será el discurso de disolución de las cortes. Y, atención, advertirán, que, si no nos votáis a nosotros, los de la rosa en el puño, tendremos de nuevo a la derecha en el gobierno y con los de la derecha, ya se sabe, la fiesta se acaba, que hay que pagarla.

Siempre cabe la posibilidad de que los nacionalistas y los de Podemos apoyen las cuentas públicas, para evitar así elecciones, pero eso sería como pedirle al escorpión del chiste que no picara a la rana que lo transportaba a la otra orilla del río. No lo pude evitar – respondió –, es mi condición. Pues eso, va en su condición. No apoyarán las cuentas si no obtienen un botín suculento, botín desmesurado que Sánchez, probablemente, no esté en condiciones de pagar. ¿Tiene algún sentido prolongar la legislatura bajo este supuesto extorsionador? Visto lo visto, ninguno. Ni para el gobierno, que sufrirá un rápido desgaste en valoración e intención de voto, ni para España, que se sumirá en un clima de tensión, desconfianza y temor. La demoscopia tiene la palabra y las encuestas de septiembre determinarán la duración de la legislatura. Si el gobierno tiene asegurado un buen resultado, iremos a elecciones en otoño, primavera de 2019 como muy tarde.

La margarita ha hablado, pero Sánchez aún duda. No quiere ser un presidente efímero, desea dejar huella… Pero los sabios le aconsejan que escuche al veredicto de la margarita y que convoque elecciones cuanto antes, porque mal, muy mal, nos irá a todos si no lo hace.

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