Cuaderno de venta

Desglobalización, el despertar de una generación y el valor de un peine

Código fuente de un programa informático.
Código fuente de un programa informático.
Pexels / Pixabay

Quienes peinan alguna cana sabrán del grave significado de la expresión 'te vas a enterar lo que vale un peine', cuyo origen se remonta a un método de tortura medieval. La sabiduría popular lo adoptó como advertencia sobre las consecuencias negativas de un determinado acto. Normalmente se dirige a una persona más joven y carente de experiencia que descubre de forma dolorosa una realidad. Algo así es lo que ha querido advertir recientemente el cofundador de Blackrock, Bob Kapito, cuando ha alertado sobre las consecuencias del actual proceso inflacionista y su degeneración en escasez de determinados productos: "Por primera vez, esta generación irá a una tienda y no podrá obtener lo que quiere. Tenemos una generación con muchos derechos que nunca ha tenido que sacrificarse".

En esta línea, Larry Fink, su colega en la mayor gestora del mundo con más de 10 billones de euros bajo gestión, envió una carta de sus accionistas asegurando que la guerra de Rusia sobre Ucrania ha puesto fin a la globalización, un proceso de conexión entre empresas y países de todo el mundo que ha impulsado un progreso sin precedentes en la historia tanto en el ámbito financiero como en el social y tecnológico. 

Un mundo casi sin fronteras que ahora asiste a una marcha atrás. El ejecutivo de Blackrock achaca a los efectos de dos años de pandemia en forma de aislamiento, polarización y comportamiento extremista. Esta desglobalización traerá consecuencias negativas en el ámbito del dinero cómo no hemos visto en tres décadas. "El acceso a los mercados de capitales es un privilegio, no un derecho”, advierte de forma lapidaria Fink.

Si nadie lo dijo es hora de hacerlo: nos vamos a enterar de lo que vale un peine. Más que nada porque la sociedad del bienestar y paz en que se ha cimentado Europa tiene mucho que ver con los beneficios de la globalización. En el lado negativo está la gran dependencia de otras regiones de manera transversal. Rusia, EEUU y China nos están mostrando a los europeos de manera explícita cómo nuestra agricultura, energía, industria y defensa dependen de la cadena de suministros global. También la financiación de la deuda pública, esa insostenible carga que no deja de aumentar a pesar de las continuas subidas de impuestos. Gastando más de lo que se ingresa se acaba viviendo de prestado.

La actual inflación próxima a los dos dígitos -9,8% en marzo- nos retrotrae a los años 80, a una época que curtió a los mayores de 40 años donde la abundancia parecía una quimera, el sacrificio y apretarse el cinturón eran moneda de cambio diaria. Para las generaciones millennial y Z (nacidos de 1981 a 2012) que tanto han magnificado la mala suerte de vivir las últimas recesiones supondrá un desagradable descubrimiento: siempre hubo tiempos peores que los que nos ha tocado vivir

Pese a los nostálgicos, la década de los 70 y los 80 está marcada a fuego por la inflación, la recesión y altos tipos de interés que dejaban la financiación solo al alcance de unos pocos. Lo normal entonces eran los apagones eléctricos o la escasez. Lo habitual era la economía circular y la reparación de lo usado antes que comprar un recambio nuevo. Los hogares estiraban el bolsillo al límite de lo posible y más allá. Las obligaciones eran tan importantes o más que los derechos, o se sudaban o no se conseguían.

En cualquier caso, el tiempo en el que vivimos se parece a aquello solo en la estadística. La capacidad de reinvención, adaptación y ajuste que tenemos en 2022 poco tiene que ver con lo que se vivió a finales de los 70 y principios de los 80 en la mayoría de economías occidentales. Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), invocó esta semana la capacidad de resiliencia en tiempos de incertidumbre porque es lo que toca.

Estoicismo para aguantar la inflación, costes más altos de financiación y quizá también la recesión. Es hora de ‘los sufridores’, un concepto muy ochentero en España que se debe al concurso del “Un, dos, tres…”, el icono de la única televisión de la época. Eran lentejas, si las quieres bien y si no, las dejas. El sufrimiento de aquellos concursantes pasivos -se pasaban el programa en una cabina viéndolas venir- se debía a que estaban indexados al premio y al destino de los participantes en plató. Como metáfora del devenir de la guerra de Rusia sobre Ucrania en el plano militar y energético, 2022 nos ha convertido en sufridores de la creación del nuevo orden mundial.

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