En la frontera

El agua cotiza en Bolsa o cómo se cumplió el sueño de Peter Brabek

El agua es cada vez más un bien escaso y los bienes escasos aseguran buenos negocios y mejores beneficios.

Situado en el municipio alavés de Arrazua-Ubarrundia, es un enclave esencial para el abastecimiento de agua de Vitoria-Gasteiz y a los alrededores de Bilbao, pero también es uno de los sitios más populares de la zona en verano. Disfruta de dos playas que han sido distinguidas con la bandera azul, por la calidad de su entorno y los servicios que ofrecen.
Embalse de Ullibarri-Gamboa, situado en el municipio alavés de Arrazua-Ubarrundia,.
Holidu

El agua ya tiene código bursátil (ticker): NQH2O. La nueva “commoditie” se ha estrenado en el mercado de futuros de EE UU a 486,5 dólares el acre-pie, la medida elegida para negociar el valor, equivalente a 1.233 metros cúbicos. No está claro si el precio es ajustado, barato o caro. Depende de si se analiza desde el punto de vista de los 2.000 millones de personas que tienen dificultades para acceder a lo que la ONU tiene reconocido como un derecho humano o desde un despacho en California. Todo es relativo.

La cosa se veía veía venir. Era cuestión de tiempo. El agua es cada vez más un bien escaso y los bienes escasos aseguran buenos negocios y mejores beneficios. Hace diez años, el entonces presidente de la multinacional Nestlé, el austríaco Peter Brabek, generó un inmenso revuelo por unas declaraciones, supuestamente sacadas de contexto, en las que explicaba que el agua no es un derecho público y debería privatizarse. Brabek y Nestlé intentaron arreglar el desaguisado de imagen con una declaración en la que defendieron que “lo mejor es dar un valor a los productos alimenticios –agua incluida- para tomar conciencia de que tiene su precio, y luego tomar medidas específicas para la parte de la población sin acceso al agua”. Bien, pero el negocio ante todo.

Detrás de las ideas de Brabek hay una concepción económica neoliberal para la que garantizar el acceso universal a servicios básicos como los de sanidad, educación o el mismo agua se considera un atentado contra el libre mercado. No son derechos de la ciudadanía o derechos humanos sino servicios económicos que se deben gestionar como negocios. Los ciudadanos son clientes más allá del hecho de que si no beben o no respiran dejan de serlo en un plazo de tiempo más bien breve.

El negocio del agua ha crecido de forma sutil, con colaboración público-privada y con financiación del Banco Mundial.

La incorporación del agua como un bien negociable muestra que la insistencia rinde frutos. La privatización y especulación con el agua tiene años. En el Chile de Agusto Pinochet se llegaron a privatizar los ríos y la conservadora británica Margaret Thatcher entregó la red de abastecimiento y saneamiento de Londres a la sociedad Times Water por un precio simbólico. El modelo ultraliberal no cuajó hasta las últimas consecuencias. Pero dejó las semillas para asegurar negocio con el agua, que ha crecido de forma más sutil en forma de colaboración público-privada y con financiación del Banco Mundial, según han explicado economistas como Pedro Arrojo, profesor emérito de la Universidad de Zaragoza.

El negocio funciona más o menos así: se promueven empresas mixtas público-privadas en las que los grandes operadores asumen una posición minoritaria. La mayoría accionarial queda en la parte pública. Con un pequeño detalle. Una cláusula -innegociable- establece que la gestión de la sociedad es competencia exclusiva del accionista privado ya que es este quien atesora el conocimiento y la tecnología para dar el servicio a precio razonable. Además, se aseguran largos periodos de concesión, de 20 o 30 años, que blindan el negocio y lo ponen a resguardo de los avatares de la política y los cambios de mayoría. Es el modelo francés, aplicado también en España.

En 1999, el Gobierno boliviano de Banzer impulsó el cobro de un impuesto por el agua de lluvia recogida en los tejados.

La escasez de un elemento como el agua, sin el que no es posible la vida, además de animar la especulación, adelanta los conflictos del futuro. La historia cuenta con ejemplos recientes. En Bolivia, año 1999, el Gobierno de Hugo Banzer, presidente electo y exdictador del país, cedió el monopolio del agua a la multinacional Betchel en alianza con otras empresas, entre ellas, españolas. Betchel (Aguas del Tunari) impulsó el cobro de un impuesto por el agua de lluvia recogida por los hogares en función de la superficie de los tejados. Aquello acabó mal. Cochabamba no es California.

El pulso está en marcha. La Asamblea de la ONU reconoció explícitamente el derecho humano al agua y al saneamiento en el año 2010. Fue un paso importante, pero está por ver si fue suficiente. Países como Holanda o Uruguay han recogido el derecho al suministro de agua en sus Constituciones. Quizá no es una mala idea. Los brokers aseguran que la llegada del agua al mercado de materias primas permitirá una mejor gestión del riesgo futuro vinculado al bien. Puede ser, pero no hay que confiar mucho en ello. La Bolsa como decantadora de excelencias mercantiles no existe. Se evaporó en el siglo XVII con el estallido de la burbuja de los bulbos de tulipán, el primer gran crash bursátil.

En España, en el año 2008, la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre (PP) también intentó hacer del agua negocio. Aguirre llegó a anunciar su intención de privatizar el 49% del canal de Isabel Segunda: 14.000 kilómetros de red que suministran agua a Madrid y a otros diez municipios. La idea no llegó a cuajar, entre otras cosas, por la fuerte oposición de los madrileños. Pero la idea ya tiene ticker: NQH2O.

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