En la frontera

La partida renovable ya tiene ganadores y perdedores

Las últimas subastas promovidas desde el Gobierno, a las que en principio se oponían los grandes grupos energéticos, no han cambiado demasiado la tendencia.

Planta fotovoltaica en San Roque (Cádiz).
Planta fotovoltaica en San Roque (Cádiz).

Los grandes grupos energéticos están ganando la partida que libran dos modelos de desarrollo renovable. Uno valora la integración de muchos pequeños recursos distribuidos, como el autoconsumo, las pequeñas y medianas instalaciones renovables, las microrredes, el almacenamiento en baja y media tensión, comunidades ciudadanas de energía o la recarga de vehículos eléctricos. Otro, que ha tomado ya la delantera, apuesta por grandes instalaciones e infraestructuras energéticas centralizadas a gran escala. Las últimas subastas promovidas desde el Gobierno, a las que en principio se oponían los grandes grupos energéticos, no han cambiado demasiado la tendencia.

Poco a poco, los planes se decantan. No hay sorpresas. Por el contrario, hay datos que muestran la realidad de la transición energética. El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima establecía el objetivo de incorporar 26.134 MW de fotovoltaica entre 2021 y 2030; a día de hoy, la  potencia de acceso solicitada se sitúa en 96.000 MW. Según la asociación nacional de productores de energía fotovoltaica ANPIER, el empuje de las grandes empresas y fondos de inversión aprovecha las debilidades de la Administración y y la escasa información de los ciudadanos para sembrar de paneles fotovoltaicos superficies inmensas. Resultado: España cuenta con los tres parques en construcción con mayor potencia de Europa y lleva camino de albergar cuatro de los cinco mayores proyectos de la UE.

A estas alturas, nadie tiene dudas de que los planes de transición hacia una economía descarbonizada son una gran oportunidad de negocio. Una sola empresa, Naturgy, detallaba esta misma semana que ha solicitado fondos europeos Next Generation EU por importe de 14.000 millones. El principal 'lobby' empresarial europeo,la European Round Table of Industrialists (ERT), lo vió claro hace tiempo. El grupo, en el que se integran los grandes de la empresa de España como Ignacio Sánchez Galán (Iberdrola), José María Álvarez-Pallete (Telefónica) o Pablo Isla (Inditex) apoyaron públicamente los planes europeos para la recuperación y la transición energética, el European Green Deal. La gran oportunidad.

La gran pregunta a responder es qué modelo conviene más al país y al consumidor.

La pregunta es qué modelo conviene más al país y al consumidor. Los grandes planes renovables, con macroparques, interconexiones, infraestructuras futuristas, tubos y gases de colores movilizan recursos, generan empleo sobre el papel, y tienen su correlato en Bolsa. Pero dejan atrás objetivos recogidos en las directivas y reglamentos europeos para flexibilizar la energía, ajustando en tiempo real la oferta y demanda en cada centro de consumo. Sin pérdidas por el camino. Con ahorro de recursos.

Los parques pequeños y medianos para suministrar energía a puntos cercanos tienen una ventaja: no necesitan grandes redes de transporte de alta tensión y las pérdidas de energía en el camino desde la generación al consumo se minimizan. La factura de la luz se abarata. Las pérdidas totales de energía de las macroplantas, en su viaje al consumidor el consumidor llegan al 20%, y las paga el consumidor final. Pero se impone otro modelo.

La vicepresidenta Ribera, con su área de transición justa, ha reclamado de las grandes compañías energéticas una visión no sólo empresarial de la realidad, sino también una visión social para que devuelvan a la sociedad una mínima parte de los beneficios recibidos. Ante los fondos y multinacionales no es un argumento que impresione. Menos aún cuando lo que más necesita el país son inversiones y proyectos que cuadren, mal que bien, con la adjudicación de los millones Next Generation UE.

La vara de medir una inversión no tiene por qué ser la capacidad de generar ingresos.

El mapa energético ha cambiado. Hasta hace poco, toda la generación eléctrica se producía en grandes plantas, térmicas o nucleares, caras de mantener, que exigían una compleja infraestructura de transformadores y cables de alta tensión para transportar electricidad de una punta a otra del país. El esquema obligaba a asegurar los ingresos de las empresas y del sistema eléctrico para garantizar el suministro. Con el desarrollo renovable, todo ha cambiado. La vara de medir una inversión no tiene por qué ser la capacidad de generar ingresos, sino la capacidad de adaptarse a las necesidades del consumidor y a los planes de transición.

Las grandes empresas y el Gobierno están en otra cosa. Lo prioritario es captar fondos comunitarios. Es una carrera enloquecida. Javier Brey, presidente de la Asociación Española de Hidrógeno (AeH2), afirmó hace apenas un año que España tenía capacidad más que de sobra para autoabastecerse de hidrógeno como combustible y aún le sobraría para exportar a Europa. Doce meses después, España suma más proyectos relacionados con el gas renovable y su transporte que el conjunto de sus vecinos.  Iberdrola (53 proyectos relacionados con el hidrógeno), Endesa (23) y Enagás (30) encabezan la marcha. Forman parte del equipo que va a ganar la transición.

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