Un estudio prueba la conjura del IX duque de Medina Sidonia contra Felipe IV

  • Alfredo Valenzuela.

Alfredo Valenzuela.

Sevilla, 29 mar.- El IX duque de Medina Sidonia, Gaspar Alonso de Guzmán, dirigió una conjura contra la Monarquía española, a la que situó al borde del hundimiento, y provocó el momento de mayor debilidad de Felipe IV y de su valido Olivares, según el reciente estudio del historiador Luis Salas Almela.

Profesor de la Universidad de Córdoba, Luis Salas, en la línea de Antonio Domínguez Ortiz, quien en los años sesenta dio a conocer la documentación que probaba la existencia de la conjura aunque no la analizó a fondo, ha dicho a Efe que no hay dudas sobre la existencia del complot.

El estudio de Salas ha sido publicado en inglés en Holanda y será editado en España en dos años con el título "La conspiración del IX duque de Medina Sidonia (1641). Un aristócrata en la crisis del Imperio español".

La duquesa de Medina Sidonia, Luisa Isabel Álvarez de Toledo, organizadora del archivo histórico de esta casa nobiliaria en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), rechazó categóricamente la existencia de la conjura, pero Luis Salas, que ha estudiado durante diez años en ese archivo, ha contrastado su información con otros fondos documentales italianos, vaticanos, británicos y españoles.

"Nadie conspira por escrito", y los propios conspiradores queman los papeles que pueden comprometerlos, según Salas, quien ha asegurado que lo más determinante de su investigación es "la interpretación general de toda la documentación existente" sobre el asunto.

También un documento nuevo, hallado hace siete años por el investigador holandés Maurits Ebben, que Salas considera determinante, el cuaderno de bitácora de una armada holandesa dispuesta a apoderarse de Cádiz, en sintonía con el duque de Medina Sidonia.

Según Salas, la intención del duque de Medina Sidonia era dar un golpe de mano para que Felipe IV abandonara sus guerras europeas y se reactivara el comercio con América, ya que la base de sus ingresos era la aduana de Sanlúcar de Barrameda, que permanecía casi inactiva por las guerras que sostenía la Corona.

La conjura coincidió con momentos dramáticos para la Corona en 1640, como la sublevación de Cataluña en plena guerra contra Francia y el levantamiento de Portugal que terminaría con la independencia de este país, entre otras cosas porque Medina Sidonia desatendió la llamada del monarca para luchar contra los portugueses.

El nuevo rey de Portugal, el duque de Braganza, estaba casado, precisamente, con una hermana del duque de Medina Sidonia.

Descubierta la conjura, el proceso contra el duque, según Salas, "fue muy peculiar, más en términos políticos que jurídicos", y concluyó con una reunión en Madrid entre el rey, Olivares y el duque, quien admitió el complot, pese a lo cual, Felipe IV, "en su situación de debilidad extrema", le perdonó la vida, los bienes y el honor.

En un primer momento, Medina Sidonia se negó a comparecer en Madrid, pero Luis de Haro, que sustituiría pronto a Olivares como valido, se presentó en Sanlúcar con el encargo de llevarle a Madrid o envenenarle.

Según Salas, para lavar su imagen, el duque de Medina Sidonia retó después a duelo a Braganza en la frontera de Badajoz, pero el portugués no compareció, y Medina Sidonia quedó recluido en una villa extremeña hasta que el Rey lo nombró capitán general del Ejército del Cantábrico, para alejarlo de sus dominios.

Pero el duque vuelve a desobedecer y se refugia en Sanlúcar de Barrameda, lo que coincide, ya en 1642, con la presencia de una flota franco-holandesa en las proximidades de Cádiz, en lo que Salas interpreta como "un segundo intento de golpe".

Finalmente, se obligó al duque a abandonar sus dominios, pero el rey, que no podía desdecirse del perdón que le había concedido, sólo pudo castigarlo por esta última desobediencia.

Según Salas, en el proceso contra el duque se nombra a otros nobles andaluces como posibles conjurados, como el marqués de Poza, que era gobernador de Málaga, y el duque de Arcos, además de que las élites mercantiles de Cádiz y Sevilla debían estar también conjuradas, porque "el duque no era ningún loco" como para actuar sin esos apoyos.

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