La crisis en Siria, un pulso entre dos corrientes del islam y dos potencias

  • Construida a la sombra de los muros de la gran mezquita de los Omeyas, el templo de Sayyeda Ruqayya brilla como corazón de la presencia iraní en la tierra donde se gestó la "gran tragedia" del chiismo.

Javier Martín

Damasco, 14 ene.- Construida a la sombra de los muros de la gran mezquita de los Omeyas, el templo de Sayyeda Ruqayya brilla como corazón de la presencia iraní en la tierra donde se gestó la "gran tragedia" del chiismo.

El símbolo de una alianza entre Teherán y Damasco que desafía a la propia historia del Islam y que se remonta a la convulsa década de los pasados 80, en la que ambos regímenes temían las ambiciones del entonces presidente iraquí Sadam Husein.

Fue precisamente un califa Omeya, Yazid I, el que en el año 680 perpetró la matanza del linaje de Husein, hijo de Alí y nieto del Profeta Mahoma y perpetuó así lo que los chiíes la "usurpación" suní, que llevan herrada a fuego.

Quince años después, las protestas en contra del régimen de Bachar al Asad -miembro de una corriente chií- y la represión policial pueden quebrar esta amistad y decantar el pulso que desde hace más de tres décadas libran dos de las principales potencias regionales: Irán y Arabia Saudí, con el permiso de Turquía.

Así lo dio a entender también esta semana el propio secretario general de la Liga Árabe, Nabil al Arabi, al advertir de que el estallido final de una guerra civil "crearía problemas en toda la región".

"Siria afronta dos cuestiones graves: el agravamiento de la crisis interna y la posibilidad de una intervención extranjera. Pero creo que el mayor peligro reside en que el conflicto se internacionalice", explica a Efe una analista sirio que por razones de seguridad prefiere no ser identificado.

En 1987, Damasco y Teherán sellaron un pacto que no solo les permitió cercar a Sadam Husein, si no que también contribuyó de forma precisa a fortalecer a la comunidad chií -y en particular al grupo libanés Hizbulá- en plena guerra civil libanesa.

Pocos años después, las dos capitales bendijeron la creación del grupo de resistencia palestino Hamas, fundando así un eje que desde entonces tratan de quebrar Israel, EEUU y su principal aliado árabe Arabia Saudí.

"Cualquier sacudida o cambio en Siria afecta a la estabilidad del Líbano", país que el Ejército sirio ocupó entre 1976 y 2005, recuerda el analista.

En el pequeño estado vecino, las diferentes confesiones viven bajo una atmósfera de tensa calma desde que hace casi un año estallaran las protestas populares en demanda de la renuncia de al Asad.

Hizbulá, ahora en el gobierno, ha expresado su apoyo sin fisuras al presidente sirio y asumido como propia la tesis de un complot internacional e islamista, fomentado por Arabia Saudí y otros reinos del Pérsico, para derrocar a su aliado.

El "Partido de Dios", que se sostiene sobre un poderoso brazo armado, teme que la caída de Al Asad y una eventual llegada al poder de los suníes apoyados por Ankara y Riad, le deje acorralado y revitalice la comunidad suní libanesa.

En caso de que este temor tuviera visos de concretarse, Hizbulá podría optar por intervenir, quizá agitando la frontera con Israel o retomando el enfrentamiento confesional, aunque ambas opciones parecen ahora poco probables, coinciden en advertir los expertos.

La misma tesis, la de un resurgir suní en Líbano, la comparten algunos grupos de tendencia islamista salafí libaneses, a los que Damasco acusa de propalar la inestabilidad a través del tráfico de armas.

La hipotética caída del régimen baazista también supondría un enorme revés para las aspiraciones regionalistas de Irán, país que teme quedar aislado en un momento crucial.

Además de ser su mayor aliado en la zona, el régimen sirio constituye el nexo entre Teherán y sus dos grandes pilares en la lucha contra Israel: Hizbula y Hamás.

Su ruptura debilitaría la posición regional de la República Islámica -cuyo ancla se reduciría a sus lazos con parte de la comunidad chií en Irak y Bahrein- en un momento en el que los tambores de guerra o ataque a sus controvertidas instalaciones nucleares vuelven a resonar con fuerza.

Además, despejaría parte del camino para Arabia Saudí, que desde hace más de dos décadas lidera el frente de la Liga Árabe contra Siria.

Damasco ha acusado en numerosas ocasiones a Riad de financiar a los grupos de oposición islamistas de inspiración wahabí, una idea que ha calado hondo entre el sector de la población siria que aún respalda a Al Asad.

"Quienes agitan Siria no son sirios, forma parte de una agenda extranjera. Son terroristas enviados por el jeque Hamad de Qatar, de Turquía y de Estados Unidos", explicaba a Efe Nour, una joven estudiante siria.

Ankara, que observa el estallido de las revueltas populares como una oportunidad para recuperar el liderazgo regional, ha devenido en el tercer actor en discordia del "gran juego sirio", tras haber mantenido una productiva relación comercial y estratégica con Al Asad.

En su suelo se ha instalado tanto la oposición en el exilio como el denominado "Ejército Libre Sirio", grupo armado dirigido por un general desertor que se atribuye el liderazgo de la lucha contra el régimen.

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