Los "padres" del futuro presidente egipcio: dictadores, califas y faraones

  • "Gobernar Egipto no es tarea fácil", afirmó el último rey egipcio, Faruk, antes de exiliarse en 1952, una frase aún vigente cuatro presidentes militares después, en un país que, por primera vez, elige democráticamente a quien dirigirá sus designios.

Susana Samhan

El Cairo, 25 may.- "Gobernar Egipto no es tarea fácil", afirmó el último rey egipcio, Faruk, antes de exiliarse en 1952, una frase aún vigente cuatro presidentes militares después, en un país que, por primera vez, elige democráticamente a quien dirigirá sus designios.

El monarca destronado lanzaba esa advertencia al que poco después se convertiría en el primer presidente de la historia de Egipto, el general Mohamed Naguib, que participó en la llamada "Revolución de los Oficiales Libres" el 23 de julio de ese año, un golpe de Estado militar contra la monarquía.

Aunque en 1952 se inauguraba en el país del Nilo, cuna de civilizaciones, la época de los presidentes no supuso un cambio respecto a los poderes absolutos que habían disfrutado hasta entonces los gobernantes egipcios, bien fueran faraones, califas o reyes.

Y es que los presidentes han sido la réplica moderna de los antiguos gerifaltes egipcios: hombres fuertes que no han dudado en aplicar mano dura como correctivo para gobernar el Estado más populoso de Oriente Medio.

Hasta la fecha, cuatro generales, algunos de ellos héroes de guerra, han ocupado la Presidencia egipcia: Naguib, los carismáticos Gamal Abdel Naser y Anuar el Sadat, y Hosni Mubarak, derrocado en febrero de 2011 en una revuelta popular.

El general más veterano de los "oficiales libres", Naguib, tan solo fue presidente durante los diecisiete primeros meses de la recién inaugurada república de Egipto en 1953.

Admirador de Napoleón, su mandato fue frustrado por las disputas internas del régimen e incluso tuvo un destino más cruel que el exiliado rey Faruk, ya que tras ser destituido por sus propios compañeros permaneció en arresto domiciliario durante 18 años.

Si hay un presidente recordado por los egipcios con idolatría es el sucesor de Naguib, Gamal Abdel Naser (1954-1970), padre del panarabismo y modernizador del Estado egipcio.

Aquellos fueron los años de la todavía venerada diva de la canción egipcia y árabe, Um Kulzum, estandarte del nacionalismo, y de las derrotas ante Israel (1956 y 1967), pese a lo cual Naser siempre apareció como un héroe ante el pueblo en una etapa en la que el orgullo patrio alcanzó sus máximas cotas.

Naser emprendió, además, grandes proyectos como la construcción de la presa de Asuán y nacionalizó el canal de Suez (1956), en una afrenta a Israel y los que habían sido los grandes poderes coloniales en Oriente Medio, Francia y el Reino Unido.

Tras la muerte de Naser por un ataque al corazón en 1970, otro de los "oficiales libres" Anuar al Sadat, de ascendencia sudanesa por parte de madre, tomó las riendas del país.

Los once años de presidencia de Sadat estuvieron marcados por la polémica, ya que hizo una purga de sus enemigos políticos y se apoyó al principio en los islamistas, al contrario de Naser.

Pero si la presidencia de Sadat pasó a los libros de historia fue por las relaciones con Israel.

Tras la guerra del Yom Kippur, en 1973, en la que Egipto consiguió derrotar durante días a Israel, Sadat se granjeó enemistades en el interior y el exterior al firmar un tratado de paz con el Estado vecino seis años después.

Con la firma del tratado, Sadat no solo suscribió la paz, sino también su condena de muerte porque el 6 de octubre de 1981 fue asesinado por islamistas, contrarios a la paz con Israel, en un desfile militar que conmemoraba la guerra del 1973.

Junto a Sadat, en la tribuna de las autoridades, se encontraba aquel día su casi desconocido vicepresidente, Hosni Mubarak, excomandante en jefe de las Fuerzas Armadas, que estaba llamado a sucederle.

Como gobernante militar, una de las primeras disposiciones de Mubarak fue la promulgación de una ley de emergencia, vigente durante sus treinta años de mandato, que utilizó como azote contra los islamistas, sus principales adversarios políticos.

En paralelo, emprendió un proceso de liberalización de la economía y se presentó como un aliado de Occidente.

La corrupción, la falta de libertad y el escaso reflejo del crecimiento económico en las vidas de la mayoría de los egipcios les a las calles el 25 de enero de 2011 para poner fin al régimen, en una revolución de 18 días.

Ahora, once candidatos se disputan la presidencia y si de algo podrá presumir el futuro presidente de Egipto que no tuvieron sus antecesores será de haber sido elegido democráticamente.

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