Un tortuoso proyecto 'made in Spain'

4.000 millones de viaje submarino: Navantia presenta el nuevo 'Isaac Peral'

El S-81, la joya de la nueva generación de submarinos convencionales, pondrá a disposición de la Armada la cobertura de unas necesidades ansiadas desde hace ya más de 30 años. 

Efe
4.000 millones de viaje submarino: Navantia presenta el nuevo 'Isaac Peral'
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El 22 de abril. Esa es la fecha en la que el ‘Isaac Peral’, el submarino más esperado de la historia de la Armada española, probará el agua por primera vez en su puesta a flote. Antes, será sometido a revista por parte de SM Felipe VI en un acto institucional que se espera sea la tarjeta de visita definitiva de un proyecto tan prolongado y costoso como imprescindible para España.

Con una manga máxima de 11.6 metros, 81 metros de eslora, calado de 6.3 metros y un desplazamiento en inmersión de 2.965 toneladas, el S-81, la joya de la nueva generación de submarinos convencionales, pondrá a disposición de la Armada la cobertura de unas necesidades ansiadas desde hace ya más de 30 años. El sumergible incluirá capacidades en guerra antisuperficie y antisubmarina, largo alcance con propulsión anaeróbica, baja firma acústica e integración en misiones de operaciones especiales, con un sistema de comunicaciones e intercambio de información en tiempo real.

Todo con una tripulación reducida de 32 hombres y mujeres, más otros ocho integrantes de operaciones especiales en caso de que así lo requiera la misión. Al frente de todos ellos estará el que será, presumiblemente, nuevo comandante del S-81 ‘Isaac Peral’, el capitán de corbeta Manuel Corral Iranzo, quien acaba de superar el Curso de Comandante de Submarinos de la Marina Real de Noruega; quizá, el programa más prestigioso de su categoría y en el que ha sido el único que ha salido victorioso, por encima incluso de los noruegos que se presentaron con la intención de obtener el título.

Detrás de las cifras y datos técnicos, que nadie duda que son espectaculares e imprescindibles para la seguridad del país, está la 'novela', la aventura de un tortuoso proyecto 'made in Spain' con más de 30 años de historia y ante la cual hay que dejar claro que, aun con muchas sombras, el resultado merecerá la pena y proporcionará una ventaja competitiva ante el resto de países con capacidades submarinas.

Capacidades militares vs. Retornos industriales

Si hay un sector que conjuga a la perfección la I+D y la industria ese es el de la Defensa. Los artefactos militares son el exponente máximo del estado de la ciencia y la investigación. Sus resultados, originalmente pensados para el campo militar, han sido posteriormente adaptados al civil. Relojes digitales, comunicaciones punto a punto, Internet o los cálculos artilleros, origen de la teoría de la caída de los cuerpos, son sólo algunos ejemplos de la importancia que tiene la investigación en este campo.

Sin embargo, todo en la vida tiene un precio y en el caso de los proyectos militares éste puede llegar a resultar caro, excesivamente caro. Lo suele ser por una difícil elección: adquisición de capacidades, independientemente de la nacionalidad del fabricante, o retornos industriales en el país de origen. Esta es la historia del programa S-80, la joya de la corona de la industria submarina española. Un relato que ha estado marcado desde su origen por la tardanza en resolver esta difícil cuestión.

La Armada necesitaba dotarse de unas capacidades creíbles y eficaces de guerra submarina, por lo que siempre impuso la necesidad de contar con al menos cuatro nuevos submarinos para garantizarla. La razón la encontramos en nuestra realidad geopolítica y la consecuencia en esta demora de 16 años es que España cuenta con un único submarino operativo para cubrir los 8.000 kilómetros de litoral español: el Tramontana.

Se trata del último de los submarinos S-70 de la clase Galerna, copia de la clase Agosta francesa, un programa de diseño hispano-francés de la década de los años 80 del siglo pasado que incluía la construcción de cuatros sumergibles asignados a nuestro país: el Siroco, el Mistral, el Galerna y el citado Tramontana.

En su momento, los cuatro eran suficientes para operar como una potencia marítima media, inmersa en dos teatros marítimos complejos como el Atlántico y el Mediterráneo, con un paso estratégico de especial importancia como Gibraltar y con un archipiélago que defender situado a más de 1.200 kilómetros de la costa peninsular más cercana. Sin embargo, el final de la vida útil del Siroco y del Mistral y la ¡quinta! gran carena del Galerna, han dejado al Tramontana como el único representante bajo superficie español. Una existencia que durante algunos meses del año es nula, puesto que debe afrontar las imprescindibles tareas de formación y descanso de la marinería y las revisiones oportunas.

La pesadilla que no dejaba dormir a la Armada

Esta situación es precisamente la que durante décadas ha tratado de evitar la Armada. Ya en los 90 planteaba la necesidad de prever el reemplazo de los cuatro submarinos por otros capaces de seguir manteniendo a España en la ‘Champions League’ de la guerra submarina. A los 10 submarinos de Francia y los 12 de Reino Unido se sumaban, peligrosamente, 6 argelinos y la preocupación por la posibilidad de que Marruecos pudiera dar el paso y adquirir al menos un submarino directamente a los astilleros franceses o rusos. Dicho y hecho. Por su parte, en el Mediterráneo Central y Oriental, Turquía se llevaba el podio con 12, seguida de Grecia con 11, Italia y Egipto con 8 e Israel con 5.

Hasta aquí las razones técnicas y estratégicas, pero junto a ellas también aparecen las diplomáticas. La pérdida de capacidades submarinas habría comprometido uno de los principales y más olvidados compromisos internacionales adquiridos por nuestro país: la protección y vigilancia de las fronteras exteriores de la UE y las aguas territoriales españolas. Es en este momento en el que la elección entre capacidad militar y autonomía tecnológica cobra toda su dimensión y obliga a tomar una decisión difícil e incierta a partes iguales.

La pérdida de capacidades submarinas habría comprometido uno de los principales compromisos internacionales adquiridos por nuestro país: la protección y vigilancia de las fronteras exteriores de la UE y las aguas territoriales españolas

Mientras tanto, los franceses de DCN no se habían quedado quietos. Su investigación industrial los había llevado a desarrollar los nuevos submarinos de la clase Scorpène, en los que España había participado en un porcentaje muy elevado de su diseño y producción para su exportación a otras marinas como la chilena, malaya, india o brasileña.

A finales de los 80, el plan ALTAMAR de la Armada ya señalaba que el ciclo de vida de los submarinos, notablemente más corto que el de los navíos de superficie, exigía sustituir los vetustos S-60 por cuatro nuevos submarinos de la clase S-80 para 2005.

Sin embargo, la historiografía industrial explica que los problemas entre franceses e hispanos iban aumentando según los primeros se garantizaban los desarrollos tecnológicos y de ingeniería más importantes, dejando a los españoles la parte con menor valor añadido. Este problema empresarial ascendió a político. Pese a que España, con José María Aznar al frente, llegó a asegurar que compraría los submarinos a Francia que fueran necesarios, los intereses nacionales y la posibilidad de emprender un proyecto en solitario que asegurara el 100% del retorno industrial y la comercialización sonaba a música celestial en los pasillos de Moncloa, al igual que en las empresas que optaban a entrar dentro de la ambición de los astilleros de la por aquel entonces Izar.

Los astilleros de Navantia en Cartagena se preparaban para ser el hogar de las más de 6,4 millones de horas de ingeniería, 854 empresas nacionales y 2.000 empleos que ha generado el proyecto, el 10% del empleo industrial en la Región de Murcia. Son cifras apabullantes y que pueden llegar a justificar una inversión multimillonaria como la del S-80, pero si rascamos un poco veremos que cada empleo murciano ha costado casi dos millones de euros, por lo que evaluar la rentabilidad del proyecto sólo tendrá sentido si se consigue exportar y vender el producto allende los mares.

De esta manera, las costas españolas sumarían hasta diez nuevos sumergibles, contando con los S-70 y S-80 y, lo que es más importante, se daría un paso de gigante igualando el poder submarino de España al de Francia (sin la capacidad nuclear) y, por supuesto, desbordando por la derecha a las pretensiones argelinas y marroquíes de convertirse en actores relevantes en el Mediterráneo. Un sueño muy bonito, pero quizá demasiado ambicioso.

La primera de las decisiones estaba tomada: España contaría con una flota submarina puntera, con un sistema de propulsión propio y la incorporación de capacidades de ataque que planteaba en un primer momento la posibilidad de lanzar misiles ‘Tomahawk’, de fabricación estadounidense, desde el propio submarino. Esta opción sigue abierta y preinstalada en su sistema, si bien será altamente improbable que España pueda contar en el futuro con la autorización de la norteamericana Raytheon para soñar con su adquisición, especialmente después de que Marruecos se haya convertido en el socio prioritario de la industria militar americana en el norte de África. En cualquier caso, el submarino estará dotado de misiles antibuque UGM-84G ‘Harpoon’ de Boeing, una nueva capacidad que convertirá a nuestra flota submarina en lanzadores de misiles en lugar, únicamente, de torpedos.

Realmente, la complejidad del proyecto estribaba en que España lo haría ‘da sola’, es decir, acometiendo el proyecto en su integridad, renunciando a la variante francesa y situándose en el exclusivo club de países con capacidad para diseñar, construir e incluso exportar submarinos al resto de países del mundo. España al mismo nivel que Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Alemania, Reino Unido, Suecia, Corea del Sur y Japón. Recordemos que, por aquel entonces, el mundo hablaba del milagro español y nuestras empresas comenzaban a salir fuera demostrando que, en España, la ingeniería estaba al mismo nivel que nuestro fútbol.

La primera consecuencia de esta decisión fue renunciar a 2005 como fecha clave. Navantia necesitaba mucho más tiempo para lanzarse a un sector ignoto y en el que su antigua participación en el proyecto Scorpène no le daba el margen suficiente para acometer los ingentes esfuerzos tecnológicos que requiere un producto de tecnología punta. El alargamiento de plazos conlleva, como siempre, la elevación de costes.

Un presupuesto ingobernable

El valor inicial de la construcción y diseño arrancó en 1.800 millones de euros. Un presupuesto ajustado al de sus competidores. Sin embargo, para 2014, tras la ruptura con los franceses, casi se duplicó aumentando a 3.000 millones. Los infundios sobre la falta de flotabilidad del proyecto español se colaban entre la prensa, probablemente incentivados por la contrainteligencia económica de los países competidores, especialmente la francesa.

De ahí surgieron titulares tan exóticos como equivocados, como aquel del “submarino español que no flota”. Hizo falta mucha pedagogía para explicar que en realidad era necesario adaptar los nuevos requerimientos estratégicos y operativos a un monocasco reducido en su planteamiento inicial. La norteamericana Electric Boat, probablemente la empresa más especializada en el mundo submarino, entró en escena y propuso un rediseño del casco para asegurar al 100% la flotabilidad y capacidad de inmersión del submarino con los nuevos requerimientos. Por este estudio, tan especializado como necesario, los americanos se embolsaron 204 millones de euros, obligando además a alargar el casco para compensar las 75 toneladas de sobrepeso que presentaba el proyecto inicial.

Esta incursión extranjera en un proyecto netamente español no ha sido la única, ni mucho menos. Lockheed Martin, Sperry, Kollmorgen, Calzoni, Saab, Babcock, Exide, Rhode & Schwarz son otras de las empresas extranjeras que han conseguido ‘sacar tajada’ del S-80. Quizá sólo ahora somos conscientes de la inviabilidad de acometer proyectos en solitario en un mundo globalizado y en que la especialización en sectores tan tecnológicos impide obtener un producto 100% español.

Este es un claro ejemplo del daño que una noticia mal explicada puede causar en un proyecto y, lo que es más importante, supondrá una mancha país con la que tendremos que convivir para siempre. Christian Villanueva, probablemente el analista que mejor conozca el programa S-80, en la Revista Ejércitos, y Carlos Salas en estas mismas páginas explicaron la verdadera historia que se escondía tras ella y la posterior ampliación del dique destinado a albergar el ingenio marino.

Con todo, el coste volvió a incrementarse en casi 1.000 millones más, hasta alcanzar los 3.907 con los que el programa parece haber cerrado el ciclo. Una cifra casi redonda que sitúa el coste por unidad en los 1.000 millones de euros, lo que llevó a rebautizar el proyecto como S-80+.

Paradójicamente, la prolongación del casco daba alas a la que será la auténtica novedad de los futuros S-83 y S84: el sistema AIP. Una tecnología basada en el aprovechamiento del bio-etanol para transformarlo en hidrógeno y una investigación que le ha llevado a permitir cargar baterías en profundidad, sin necesidad de salir a superficie para ello.

Aquí sí se puede dar un salto significativo para la industria nacional. Con él, tanto el ‘Cosme García’ (S-83) y el ‘Mateo García de los Reyes’ (S-84), los nombres de los dos últimos submarinos de esta clase, se convertirán en los sumergibles convencionales más modernos y con mayores prestaciones, tan sólo un peldaño por debajo de los propulsados por energía nuclear. Habrá que esperar a la primera carena del ‘Isaac Peral’ (S81) y del ‘Narciso Monturiol’ (S-82) para poder montar el sistema en ellos.

Abengoa y Técnicas Reunidas han puesto (e incluso perdido) todo para llegar a conseguirlo. Gracias a este sistema, estas maravillas de la tecnología podrán mantenerse sumergidas durante un plazo de entre dos y tres semanas sin necesidad de salir a la superficie y con una ‘furtividad’ muy alta. Un requisito imprescindible para poder estar en las costas de cualquier zona marítima sin ser detectados.

Incluir el sistema AIP ha provocado un aumento considerable en el presupuesto, que ya roza los 4.000 millones y también ha alargado los plazos de entrega a la Armada. Habrá que esperar al año que viene para que en el Isaac Peral ondee el pabellón español cuando emerja de las profundidades y cinco más para que la capacidad de la flota submarina española vuelva a ser la que fue. Quizá un viaje demasiado largo y caro.

Lo cierto es que España podrá estar a la altura de las circunstancias en un escenario en el que el paso del tiempo ha dejado una factura multimillonaria y en el que no se ha logrado el objetivo completo de la autonomía e independencia tecnológica, si bien es cierto que el programa S-80+ cuenta con un alto grado de nacionalización. En cualquier caso, España está próxima a contar con el mejor submarino convencional del mundo.

Queda por ver si la ambición inicial estará respaldada por la venta en el exterior. Querer estar en el club de los mejores tiene una serie de obligaciones, entre otras ofrecer un producto a un precio competitivo que pueda interesar a otras marinas. Ese sí será el auténtico retorno industrial y el fin de 30 años de una historia de mucha ambición, poca sangre, bastante sudor y excesivas lágrimas. Con todo, Navantia, España, a fin de cuentas, ha demostrado que puede formar parte de un club muy exclusivo y al que sólo se pude llegar a base de golpes: el de la lucha submarina.

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