Fallece Francisco Luzón

El banquero que no sabía montar en bici pero se hizo hueco entre 'siete grandes'

Fue uno de los banqueros más importantes de España en un periodo telúrico. Fusionó entidades, ayudó a empresarios y a emprendedores y en los últimos años de su vida se implicó con los enfermos de ELA.

Francisco Luzón
El banquero que no sabía montar en bici pero hizo hueco entre los 'siete grandes'.
José González

En la tarde de domingo de octubre de 2013, cuando Francisco Luzón iba caminando hacia el estadio Santiago Bernabéu, su hija Estíbaliz le hizo notar que algo raro le estaba pasando. “¿Aita, qué te pasa en la voz? Pareces borracho y tú no bebes nunca”. Luzón no vocalizaba bien. Bah, no le hicieron caso. Estaban caminando a un ritmo rápido y sería por la emoción de ver al Real Madrid, su equipo de fútbol.

En realidad, aquello era la primera manifestación de una enfermedad salvaje. Las células motoras empiezan a morir. Primero en el cerebro. Luego en la espina dorsal. El cuerpo se va convirtiendo en un muñeco de trapo. Los músculos se atrofian y, en un momento determinado, con el cerebro siendo testigo de este inevitable deterioro, las neuronas son incapaces de mover los pulmones y llega el fin. Con suerte, desde que se diagnostica hasta que el individuo fallece pueden pasar diez años. Todavía no se sabe por qué aparece el ELA.

Francisco Luzón falleció de ELA el 17 de febrero de 2021. Fue uno de los banqueros más importantes de la España moderna, en un periodo telúrico que abarcó los años ochenta y los noventa: entidades centenarias se derrumbaron, se fusionaron para sobrevivir o desaparecieron provocando un sonoro estrépito en la economía española.

Francisco (Paco) Luzón nació en 1948 en El Cañavate, en Cuenca, un pueblo a unas dos horas de Madrid y que hoy tiene 155 habitantes. Ha sido su vecino más ilustre pero sus padres no tuvieron tanta suerte. Eran campesinos sin tierras ni propiedades ni aparato de radio. Su padre era un picador “que se deslomaba por traer unas perras a casa”. Y su madre, una mujer trabajadora de estatura alta y de unos ojos azules que heredó Paco.

A los cinco años, Francisco Luzón se trasladó con su familia al País Vasco, pues su padre había conseguido trabajo en los astilleros de Euskalduna. Era una época en que las provincias más industriales de la España del desarrollo necesitaban brazos del resto del país. A esos trabajadores venidos de Extremadura, Castilla y Andalucía se les llamó “coreanos”. Luzón era un “coreano” en Munguía, como todos los amigos de su barrio.

Nunca olvidaría “las habitaciones, la luz tenue colgando del techo, la escasez, el frío, las carreras de vuelta a casa cuando había de pasar delante del cementerio…”. Pero sobre todo nunca olvidaría su origen ni los esfuerzos de su familia “para que yo pudiera estudiar. Jamás he escondido que todo lo logrado en mi vida ha sido fruto de un trabajo ímprobo”, dijo en su libro autobiográfico 'El viaje es la recompensa' (Esfera de los libros).

Esas cicatrices le servirían para trazar una frontera entre su origen campesino y las ricas familias vascas con las cuales se codearía en el futuro. “Soy heredero de la cultura del esfuerzo y la disciplina, he crecido en barrios obreros, no soy un hijo de Neguri (barrio rico en las afueras de Bilbao), no me he criado en los salones de la oligarquía financiera vasca, aunque la vida y una labor brillante, me habrían de colocar en el mismo lado de la mesa”.

La infancia la recordaba en sus memorias con bastante dureza. Con su hermana Mary, todos los días iba al cole andando, “con frío o con lluvia porque no teníamos bici; de hecho nunca aprendí a montar”. Las familias de “coreanos” se juntaban “en pisos pequeños y habitaciones chiquitas para compartir gastos, añoranzas, anhelos y recuerdos de la tierra que dejamos atrás”.

Tras ingresar en un colegio de paulinos, Luzón se trasladó a Madrid para seguir la vocación religiosa. Pero tras vestir los hábitos, un día decidió que no quería ser cura. Le atraía el periodismo pero la Universidad de Navarra no estaba a su alcance de modo que en 1966, con 18 años, empezó a estudiar Ciencias Económicas y Empresariales en la Universidad del País Vasco. Seis años después entró en la entidad que cambiaría su destino para siempre. El Banco de Vizcaya ofrecía dos puestos de trabajo dentro un programa de formación para futuros líderes de la banca, gente a disposición para cualquier tarea, los “marines” del banco, que era el quinto en el ranking.

Y cumplió su misión. Fue subiendo puestos hasta llegar a la división de Banca Internacional. Un día de 1979, el presidente del Banco de Vizcaya Pedro Toledo, el banquero mejor vestido y más atractivo del país, le llamó y le dijo: “Paco, lo has hecho francamente bien en la División de Banca Internacional. Carlos Solchaga te aprecia, Lipperheide y Sendagorta también, y Urgoiti está encantado. Todos te aprecian, hasta los nobles de Neguri y la vieja guardia del Banco en Bilbao”.

De la reconversión industrial a Argentaria

Hay que entender la banca española en aquellos años para situarse con claridad en el panorama económico. Por un lado, la banca poseía una poderosa base de clientes minoristas, pero también era una banca industrial con importantes participaciones en empresas de gran calado, a las que ayudaron a crecer. Lo que en los años sesenta era un buen negocio para los grandes linajes bancarios españoles, debido al ascenso de las industrias de todo tipo, se convirtió en una pesada carga en los años setenta, debido a la reconversión industrial. Los equipos, las plantas y los procesos industriales del pasado eran anticuados. Tener empresas era un lastre.

La misma banca arrastraba lastres como falta de modernidad, de procesos antiguos y de técnicas comerciales anquilosadas, de modo que la única salida era fusionarse para sobrevivir. En 1988, dos bancos vascos se unieron, el Vizcaya y el Bilbao, dando lugar a un poderoso Banco Bilbao Vizcaya (BBV), ya un peso pesado del sector.

Su tesón, su forma de trabajar, su dotes para la organización junto su espíritu misionero le sirvieron para que Carlos Solchaga, ministro de Economía, le llamara a finales de 1988 para presidir el Banco Exterior, un banco público cuya misión era apoyar el desarrollo de las empresas españolas en el exterior. Hasta entonces, el banco había sido presidido por Miguel Boyer.

Entonces Luzón descubrió las famosas reuniones mensuales del poder. Los presidentes de los mayores bancos del país se reunían periódicamente para hablar “de sus cosas”. Mario Conde, Alfonso Escámez, José Ángel Sánchez-Asiaín, Pedro Toledo, Claudio Boada, y por supuesto, ahora Paco Luzón. Era como el 'Club Bilderbeger' español, un cónclave de banqueros que reunía un enorme poder de presión, y que trataba de no hacerse daño comercialmente. Hoy sería considerado ilegal y contra la competencia.

Luzón se sentía extraño en 1988. Confesaría en su libro, que “en esas reuniones de los ‘siete grandes’, que celebrábamos en salas de decoración clásica, revestidas de maderas nobles y alumbrados por lámparas de bronce, ya entendí que yo no era un banquero. Yo era un profesional de la banca”.

Mario Conde, que había comprado un paquete destacado de acciones de Banesto con relevantes operaciones de compra venta de empresas, recelaba de Luzón porque le veía como un hombre puesto allí por el gobierno socialista. En 1987, Conde había resistido una operación de compra “hostil” lanzada por el Banco de Bilbao de Sánchez Asiaín. Eso le hizo sentirse más poderoso a Conde, una persona que según Luzón solo estaba obsesionada con el poder político, con comprar a la prensa y con operaciones de marketing personal.

En 1991 Luzón capitaneó la fusión de los bancos públicos para dar lugar a Argentaria. Procedía de la unión del Banco Exterior, la Caja Postal, el Banco de Crédito Industrial, el Banco de Crédito Local, el Banco de Crédito Agrícola y el Banco Hipotecario. Un coloso público a la cabeza del cual estaba la prodigiosa trayectoria del hijo de un picador.

Emilio Botín sale al rescate

Pero en 1996 su fortuna cambió. El Partido Popular desplazó al Partido Socialista del poder, y el ministro de economía de entonces, Rodrigo Rato, le relevó de la presidencia de Argentaria. “Con cuarenta y ocho años me quedé sin trabajo y con ciertas dificultades para encontrarlo. De nada servía una trayectoria profesional intachable, modélica. El sector del dinero, el poder financiero, pensó que podría ser un apestado para las nuevas autoridades del país”, confesó en su libro.

Pero Emilio Botín, presidente del Santander, le rescató, nombrándole consejero director general, adjunto al presidente del Santander, para encargarse de estrategia, planificación, relaciones institucionales y relaciones con los medios de comunicación. A los altos ejecutivos del Santander no les gustó la noticia, pero Luzón, según confesó después, tenía un pacto por el cual el día en que se fuese Botín se iría él.

Por delante, Luzón tenía la modernización del Santander, la adaptación al euro, la corrección del balance debido a la crisis asiática de 1997 que dañó el patrimonio de su banca de inversión y, por fin, y tantear la fusión el Banco Central-Hispano, que el propio Luzón había promovido.

En las Navidades de 1998, Botín le llamó a su despacho para comunicarle que se iba a llevar a cabo esta fusión… la cual se había tramado a espaldas de Luzón. El secretismo era una de las condiciones que habían puesto los mandos del Central-Hispano, Alfonso Escámez y Ángel Corcóstegui, y además pedían que Luzón despareciera de la primera línea. “No me extrañó. En el pasado, los dos habían demostrado falta de empatía conmigo. Era 'Juego de Tronos' a la española.

Le ofrecieron hacerse cargo de la expansión en Latinoamérica, que arrastraba problemas financieros. Y como buen “marine”, Luzón aplicó su forma de trabajar y su intensa gestión a América. De 365 días al año, pasaba 300 subido a un avión, y al final, empezó a comprender a aquel continente con sus desdichas y sus genialidades, hasta el punto de enamorarse de sus gentes. Entre 1999 y 2006, los beneficios de la división América se multiplicaron por cuatro.

Mientras él se dedicaba a gestionar, le sorprendía el divismo de los banqueros. “Nunca he ansiado ser una estrella”. Le desagradaba ver a los banqueros copando las páginas de sociedad de las revistas y las salmón de los periódicos “como si fuésemos divos”, decía en sus memorias.

Luzón puso todo su empeño en crecer en el país más grande de Iberoamérica: en Brasil. Se puso a estudiar portugués con ahínco a través de una Agoralingua, cuya directora le daba personalmente las clases. Fue una relación muy estrecha que llegó en un momento difícil para Luzón. Se había separado de su esposa Mariluz, y vivía, como él mismo confesaba, “en un apartamento alquilado en el centro de Madrid” soportando días de soledad en su casa y en los hoteles de los países que debía visitar. Aquella mujer veinte años más joven que le enseñó portugués, María José Arregui, sería su segunda esposa.

En el verano de 2008 empezó a crecer el rumor de que Botín quería separar su división en Brasil de la división de América. ¿Para venderla? Para Luzón, aquello era como quitarle la bicicleta que siempre había soñado. Luzón y Botín mantuvieron tensas reuniones. Según Luzón, no solo era Brasil el centro de estas discusiones, sino la gestión del banco Santander en medio de la mayor crisis financiera de la historia (hasta entonces), algo que el banco se negaba a reconocer. A eso se unían las “peleas subterráneas” en el banco para controlar el poder.

Luzón propuso a Botín abandonar su puesto de consejero, y tras algunos meses de reuniones, Botín le ofreció la cabeza del león: nombrarle en 2011 consejero delegado, el puesto más poderoso del banco después del propio Botín. “Paco, no te vayas”. Quedaban dos años. Luzón aceptó pero con la condición de que llegado el día, le diera poder para cambiar el banco de arriba abajo.

Antes de esa fecha pactada, en diciembre de 2010, el consejero delegado del Santander, Alfredo Sáez, estaba sufriendo un proceso judicial por acusación falsa y fraude. La imagen del banco estaba tocada de modo que Botín llamó a Luzón para sondearle con la idea de sustituir inmediatamente a Sáez. Poco después, Sáez fue condenado a tres meses de cárcel e inhabilitación, y más tarde indultado por el gobierno socialista.

Pero la decisión definitiva de Botín se retrasaba. Luzón se extrañó. Y ante esa indecisión, Luzón expresó que se prejubilaría a finales de 2011. Antes de que llegase ese día, Botín le llevó a la sala Goya del banco y le dijo: “Se acabó, Paco. Te vas del banco”. Siguieron reproches entre los dos banqueros, y al final, ganó el más poderoso.

Según Luzón, el impacto emocional de aquella decisión inesperada fue tan profundo, que muy posiblemente la enfermedad empezó ahí. “Al levantarme de la silla, tras la dura conversación que mantuvimos cara a cara, yo me rompí. Ya no respiré igual... Aquella conversación fue la gota que colmó el vaso: demasiado sacrificio, demasiado empeño, durante sesenta años. Ese día de noviembre, antes de regresar otra vez a la sala donde celebramos la comisión ejecutiva del Santander, mi cuerpo se rompió. Mi alma se entristeció. Y comenzó el apagón; no fue repentino, pero ahí arrancó la desconexión”.

Poco después se filtraría la noticia, pero con una bomba adherida a la nota de prensa: Luzón se iba con una pensión de 65 millones de euros. La imagen de Luzón quedó aún más por los suelos para un país que sufría una profunda crisis financiera con miles de desahucios y cientos de miles de despidos

En 2013, cuando salía de un partido del Real Madrid en el Bernabeu, fue cuando aparecieron las primeras señales de que algo raro le estaba pasando a su cuerpo. Los indicios serios se mostraron en 2014 en forma de ligeras fasciculaciones (contracciones) en la boca y la garganta. Cuando se sometió a una revisión, los médicos se lo confirmaron. Tenía Esclerosis Lateral Amiotrófica.

La lucha contra la enfermedad

El ELA es una de las enfermedades más crueles que se conocen. El cuerpo va perdiendo fuerza muscular hasta el punto de que el paciente no puede oler, no se puede mover, pero es consciente de este deterioro físico. Quien la sufre se sume en una profunda melancolía porque tiene la certeza de que afrontará una muerte lenta por degeneración muscular. Sin embargo, Luzón siempre mostró otra cara: “Yo siempre he dicho que contra el pesimismo de la inteligencia hay que poner el optimismo de la voluntad”, dijo en una entrevista a Antena 3.

Lo sorprendente es que, en lugar de recluirse para renegar de la bola negra que le había tocado en la ruleta de la vida, Luzón aparecía sonriente en los medios de comunicación despertando mucho más interés que cuando era un banquero reconocido. En una entrevista en el programa Espejo Público, Luzón saludó al público y respondió las preguntas de la periodista usando la voz robótica de su teléfono móvil. Luzón hacía gestos para acompañar las emociones que no podía describir la inteliigencia artificial.

A la mayor parte de los enfermos que se les diagnostica ELA se les comprime la vida de modo que solo tienen unos cinco años por delante. Pero se puede ampliar ese periodo si se cuentan con medios económicos. Por eso Luzón luchó para que todos los enfermos de ELA tuviesen los mismos medios en todo el país. Primero con la Fundación Francisco Luzón, y luego estimulando campañas para implicar a organismos públicos y a gobiernos.

Ayudó a empresarios, a emprendedores, y en los últimos años de su vida sobre todo a enfermos de ELA, a los que dedicó lo que le quedaba de vida. Dejó sus memorias en un libro que, como todas las autobiografías, pecan un poco de ser como los relatos de 'Vidas Ejemplares', pero revelan un carácter luchador y optimista. Luzón trataba de que la mente fuera más fuerte que el cuerpo y dedicaba solo 5 minutos al día a pensar en la muerte.

Nadie duda de que como profesional de la banca, Luzón fue un gran gestor, y al final de su vida, un gran benefactor. Recibió muchos homenajes. Pero para él solo uno de ellos le conmocionó. Fue el día en que recibió el título de hijo predilecto de su pueblo, El Cañavate. Entonces recordando de dónde venía, dijo: “Es el más importante que he recibido en mi vida, porque este es mi pueblo”.

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