La difícil reconciliación de las armas afganas

  • Kabul.- Con la guerra en uno de sus períodos más intensos desde que comenzó en 2001, el Gobierno afgano ha logrado en la reciente Conferencia de Kabul el apoyo internacional a su "plan de reconciliación", un diálogo con los grupos insurgentes plagado de incertidumbre política.

La difícil reconciliación de las armas afganas
La difícil reconciliación de las armas afganas

Kabul.- Con la guerra en uno de sus períodos más intensos desde que comenzó en 2001, el Gobierno afgano ha logrado en la reciente Conferencia de Kabul el apoyo internacional a su "plan de reconciliación", un diálogo con los grupos insurgentes plagado de incertidumbre política.

El presidente afgano, Hamid Karzai, prevé emplear en los próximos cinco años 784 millones de dólares de ayuda extranjera para "reintegrar" a 36.000 insurgentes y beneficiar a 4.000 comunidades de 220 distritos, situados en 22 de las 34 provincias de Afganistán.

El "plan de reconciliación", según la descripción oficial, constará de tres fases: negociaciones a nivel local, desarme y "consolidación de la paz", un esfuerzo para que las comunidades afectadas puedan salir del pozo de la guerra.

El Ejecutivo admite que hay varias "capas" de estos grupos armados a los que hay que embarcar en el proceso.

Se hará un esfuerzo por traer al redil a los mandos inferiores y líderes locales que forman "el grueso" de la insurgencia, pero hay otro proceso, "complejo y muy sensible", que se centrará en la cúpula integrista.

Sin embargo, algunos no están seguros del rumbo de este plan.

"Karzai hizo de este proceso una de las señas de su mandato presidencial pero no sabe qué hacer", dijo a Efe el analista Haroon Mir.

El experto recordó que uno de los "contactos" de Karzai, el "número dos" de los talibanes afganos, el mulá Abdul Gani Barádar, fue arrestado por Pakistán este año.

En este sentido, se mostró escéptico sobre la posibilidad de que los insurgentes - desarticulados en 2001 y que fueron ganando músculo en parte gracias a que Estados Unidos tuvo que destinar también un buen número de tropas en Irak- accedan ahora a negociar y desligarse de la red terrorista Al Qaeda.

Difiere de esta opinión el clérigo Arsalan Rahmani, antiguo viceministro de Educación (o Asuntos Islámicos) durante el régimen talibán (1996-2001).

"Los talibanes han insistido más (que el Gobierno) en participar en un proceso de paz y dialogar. El único camino hacia la rehabilitación es la paz", dijo Rahmani en entrevista con Efe.

Rahmani se exilió en Pakistán tras la invasión estadounidense de 2001 y volvió a Afganistán en 2004; acató la Constitución y consiguió el cargo de senador, que aún conserva.

Recordó que en 2001 -con el movimiento talibán desactivado-, los insurgentes querían abrir negociaciones; nueve años después, la situación se ha deteriorado y tanto el Ejecutivo de Karzai como EEUU "se arrepienten" de haberlas descartado entonces.

"La paz no significa que los talibanes tengan necesariamente un lugar en el Gobierno, sino que tengan una buena relación con él", reflexionó el clérigo.

Mir, por su parte, sí convino en la dificultad de que los talibanes se unan al Ejecutivo de Karzai y dijo que buscan "un acuerdo político" en el que participe EEUU.

Por el momento, el Ejecutivo afgano ha propuesto a los insurgentes, entre otros aspectos, la liberación de presos y la exclusión de algunos integristas de la "lista negra" de la ONU, pero en estos puntos las potencias extranjeras tienen mucho que decir.

No sólo están los talibanes: cuando la jerga oficialista se refiere a "grupos opositores armados", esconde una miríada de organizaciones que incluye, entre otros, a Hizb-e-Islami o la red integrista Haqqani, que ha propinado violentos golpes terroristas durante los últimos años.

Los talibanes siguen apoyándose en los feudos que les catapultaron al poder en 1996: Kandahar, su cuna espiritual, la vecina Helmand, donde se cultiva el opio que actualmente financia sus actividades, y otras provincias del histórico sur como Uruzgán, donde nació su líder, el mulá Omar.

En el sureste afgano, particularmente en Paktia, Paktika y Khost, la red Haqqani, en la órbita talibán pero con cierta autonomía, controla amplias zonas adoptando una estrategia de vasallaje tribal e ideológico, con su base de operaciones en la demarcación paquistaní de Waziristán del Norte.

"Estados Unidos está categóricamente en contra de negociar con la red Haqqani", subrayó Haroon Mir.

El que sí parece más embarcado en el proceso es el grupo Hizb-e-Islami, del ex muyahidín Gulbudín Hekmatyar, con presencia en el noreste y en algunas bolsas del oeste afgano.

"Tienen muchas posibilidades en el proceso. Ya tienen a muchos miembros en el Gobierno, como el ministro de Educación, Farooq Wardak", dijo Rahmani.

El "plan de paz" también tiene sus críticos feroces, sobre todo fuera del universo pastún (etnia mayoritaria en Afganistán y a la que pertenecen los talibanes, así como el propio Karzai), como Amrulá Saleh, ex jefe de los servicios secretos afganos y antiguo comandante tayiko, que fue relevado en junio por el presidente afgano.

Mostrar comentarios