La responsabilidad de Pedro Sánchez y su partido

    • La frontera del diálogo la establecen PP y C’s en el cumplimiento de la ley y en un criterio superior que es el principio democrático de la soberanía nacional, mientras que el Partido Socialista de Sánchez excluye al PP de su círculo de amistades por ser un partido de derechas.
    • El riesgo de que la España democrática de hoy acabe siendo solo un recuerdo de lo que fue es lo que está en juego en las maniobras de Pedro Sánchez para conseguir hacerse con el Gobierno a pesar de haber cosechado el peor resultado de la historia del Partido Socialista.

Ha dado a entender Mariano Rajoy que Pedro Sánchez prácticamente no le dejó opción a hablar en su entrevista de hace unos días en La Moncloa. Acudió allí, empezó a parlotear y a establecer un “no” al acuerdo sin excepciones, y la reunión se despachó en 45 minutos, trámites protocolarios incluidos. Ya dio un ejemplo Sánchez de su intolerancia al diálogo según con quien, durante el debate electoral a dos, en el que trató de abrumar a su competidor con un torrente de palabras, de interrupciones y de gestos. Por esa excepción de la política en la que es posible mezclar el agua y el aceite, confundir lo blanco con lo negro y creer que es de día cuando es de noche, su alergia ante determinados contertulios no le impide presumir de dialogante, en actitud similar a la mantenida por Rodríguez Zapatero mientras establecía un pacto de exclusión del Partido Popular.

Inmediatamente alguien podrá aducir que otros trazan también líneas rojas, sin ir más lejos el Partido Popular y Ciudadanos, que se niegan a pactar con Podemos porque quiere celebrar un referéndum ilegal en Cataluña. Pero los casos no son idénticos. La frontera del diálogo la establecen PP y C’s en el cumplimiento de la ley y en un criterio superior que es el principio democrático de la soberanía nacional, mientras que el Partido Socialista de Sánchez excluye al PP de su círculo de amistades por ser un partido de derechas. La diferencia es abismal.

También hay una disparidad enorme entre la táctica excluyente de Zapatero y la de su imitador. Aquella -aunque tenía un insoportable tufo antidemocrático porque, como nos enseñaron los padres fundadores desde la Grecia clásica, el sistema se basa en compartir con los demás- no ponía directamente en juego la identidad de España, mientras que la terquedad de Sánchez contra el PP, combinada con la alucinación de que su resultado electoral le apremia a gobernar, le echa fatalmente en manos de los populistas y de los independentistas que se proponen violar la Constitución y alterar los términos de nuestra convivencia.

Este riesgo de que la España democrática de hoy acabe siendo solo un recuerdo de lo que fue es lo que está en juego en las maniobras de Pedro Sánchez para conseguir hacerse con el Gobierno a pesar de haber cosechado el peor resultado de la historia del Partido Socialista. Porque no se trata de un simple procedimiento para impedir que gobierne la lista más votada, a lo que le ayuda su hostilidad anti-PP, sino de una aventura que situaría ante el cuadro de mando del país a quienes pretenden cambiarlo todo para conducir a España por otro camino aunque las leyes no se lo permitan. Ya anunció hace medio año Ada Colau, que domina una parte sensible de la cuota electoral de Podemos: “desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas”. No fue un chiste, sino un principio de la izquierda radical, para la que la única ley respetable es la que ella dice.

Por fortuna, a Sánchez le han parado los pies algunos de sus compañeros, cuya rebelión ha despertado a no muy lejanos agraviados, como Tomás Gómez y su amigo Antonio Miguel Carmona, represaliados en Madrid con deseos de tomarse ahora la revancha. Pero aún permanece la principal incógnita del momento, que es si Pedro Sánchez y su partido entenderán que del resultado electoral del 20-D solo surge una fórmula de estabilidad para España: el acuerdo de PP, C’s y PSOE, un pacto de los constitucionalistas, en lo que ya están los dos primeros, para organizar la gobernación mediante una coalición o un Gobierno apoyado desde fuera. Lo demás conduce a la inestabilidad, a la merma de la democracia, o bien, provisionalmente a nuevas elecciones, que no es una alternativa segura para resolver la situación. Para llegar al pacto de los constitucionalistas quienes se presentan como los campeones del diálogo tienen que poner en práctica su presunción. Es el momento de exigir al PSOE esa responsabilidad.

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