Riesgo energético

Ni medidas económicas ni tropas: Biden olvida a sus socios europeos en Ucrania

Un país dividido entre aquellos que abogan por una mayor integración en Europa y los que opinan que la determinación rusa les ofrece mucha más seguridad que las acciones timoratas de Bruselas.

Presidente de Estados Unidos
Ni medidas económicas ni tropas: Biden olvida a sus socios europeos en Ucrania.
EFE

Aquellos que preconizaban el fin de la guerra fría no conocían de zonas grises, amenazas híbridas o guerras asimétricas. Estos espacios, más académicos que reales, no se conocen en Ucrania, un país dividido entre aquellos que abogan por una mayor integración en Europa y los que opinan que la determinación rusa les ofrece mucha más seguridad que las acciones timoratas de Bruselas.

Este es el dilema ante el que se encuentra Ucrania, hoy rodeada de fuerzas y efectivos rusos que amenazan su soberanía hasta el punto de atentar directamente contra su integridad territorial. Mirar hacia derecha o izquierda se ha convertido en un ejercicio de alto riesgo para esta nación de 44 millones de habitantes, tradicionalmente maltratada tanto por europeos como por rusos que, paradójicamente, son los mismos que hoy se disputan esta basta extensión de tierra.

Pese a que es en estos días cuando la cuestión ucraniana copa telediarios y opiniones, la irresuelta (y a menudo incomprensible) cuestión del encaje de Kiev en el mapa europeo se remonta a 2008, momento en el que la OTAN prometió a Georgia y a Ucrania que se integrarían en la Alianza Atlántica “de cualquier forma”. Ese menosprecio al vecino ruso, que bajo ningún concepto iba a tolerar reducir su espacio vital con Europa Occidental, ha pasado factura. Los años han pasado y las presiones rusas para hacer imposible este órdago no han parado. La crisis de 2013 en la que el entonces presidente ucranio Yanukovich apostó por inclinar la balanza del lado ruso, las protestas posteriores, los nuevos gobiernos y la guerra en el Donbás marcaron la historia del país que, a día de hoy, se encuentra con un ejército en estado de modernización y con la voluntad de no ceder ni un solo palmo más de tierra ante Moscú. Peligrosa combinación.

Pero durante todo este tiempo las cosas han cambiado en la compleja red de alianzas diplomáticas y de seguridad internacionales. El actual presidente de la Casa Blanca, Joe Biden, no ha tardado ni un segundo en terminar con los anhelos de seguridad ucranianos y ha descartado enviar tropas al país, aun en caso de que Rusia penetre en su frontera. Y lo ha hecho marcando claramente una línea que discrimina en toda su extensión a aquellos países miembros del club más selecto de la geopolítica mundial: la OTAN. Biden ha decidido blindar a los aliados europeos a través de una “obligación sagrada”, como es el envío de botas a un terreno enfangado. Sin embargo, a Ucrania, que no es miembro del clan, no se le pueden extender estos privilegios en materia de defensa. Descartada la acción unilateral directa, al presidente americano tan solo le quedaría el recurso al envío de material y equipamiento militar a Kiev, pero esto ya se le queda pequeño a Ucrania, dada la dimensión que está tomando la amenaza rusa.

Ni siquiera sanciones económicas

Tras el encuentro con Putin de esta semana, Biden terminó por no aceptar el órdago del Kremlin al excluir la vía militar y referirse únicamente a la posibilidad de imponer sanciones económicas “nunca vistas por él”. Pese a la presunta rotundidad de las declaraciones, detrás de la maquinaria diplomática y de comunicación estadounidense está la imposibilidad práctica y política de mantener dos grandes frentes geopolíticos al mismo tiempo. China atenta contra su hegemonía en el sudeste asiático y lo que menos le interesa a Washington es que Rusia se sume a su lista de preocupaciones inmediatas. En realidad, sobre el papel, las únicas medidas que la administración Biden podría tomar serían las diplomáticas y las de presión sobre sus aliados europeos.

En concreto, las medidas anunciadas variarían su rumbo sobre Berlín. El nuevo ejecutivo de Olaf Scholz va a tener que decidir entre el gas ruso o sus excelentes relaciones con los Estados Unidos. Este sí sería el as en la manga que Joe Biden guardaría en caso de que las tropas y blindados dieran un paso adelante en el frente.

La encrucijada ante la que se encuentra Alemania no es sencilla. Decir no al gas ruso iría mucho más allá que renunciar únicamente al Nord Stream 2: el gasoducto por el que la ex canciller Merkel tanto suspiraba.

Además de quedarse sin una línea directa con el gas procedente de Siberia, los alemanes pondrían en peligro su suministro actual de energía, ya que Rusia proporciona gas a través de otros dos tubos a Berlín. Moscú ha cumplido religiosamente su obligación contractual con Alemania, pero la recuperación económica necesita de más energía para compensar la insaciable demanda asiática y la precaria situación en la que se encuentran los mercados energéticos internacionales. De hecho, no sólo Alemania, toda la Unión Europea ha reclamado al operador ruso Gazprom “mayor compromiso” con el continente, es decir, más gas para pasar el invierno de la mejor forma posible, tanto en Alemania, como en Polonia, Bulgaria o Hungría.

Rusia ha jugado al juego del gato y el ratón con este tema. Por un lado, se jacta de haber cumplido hasta la fecha las exigencias de los europeos y de haber respetado el precio pactado, pese a que en otras latitudes el precio del gas duplica al que en la actualidad paga Europa por el siberiano. Sin embargo, ha dejado traslucir su disposición a ampliar el volumen de gas que exporta a Europa, pero con una condición: la actualización de precios conforme a las “nuevas reglas del juego”. Es fácil. Si los europeos no pagan lo que pide se lo venderá a China que no conoce de penurias económicas.

En definitiva, más precio por la misma cantidad de energía. A la par, los tambores de guerra siguen retumbando por los fríos bosques ucranianos. Rusia y sus “hombres verdes” son cada vez más numerosos en la puerta de entrada a Europa. Además, la ausencia de sanciones económicas ante los movimientos en la frontera traería consigo otro fantasma que los aliados de la OTAN no desean volver a reeditar. La ocupación de Crimea en 2014 desató la preocupación presupuestaria por aumentar el gasto militar. De hecho, gran parte del esfuerzo diplomático efectuado por el expresidente Trump en la relación con sus socios europeos fue el de abanderar el incremento del presupuesto destinado a Defensa, aunque de manera infructuosa dada la negativa de muchos países, entre ellos España, de llegar al deseado 2% del PIB destinado al gasto militar que defendía la anterior administración americana.

Así las cosas, Rusia tendría luz verde para seguir operando en la zona gris, el estadio previo a una confrontación armada y en la que las líneas rojas son cada vez más delgadas y peligrosas. Como en tantas otras cosas, si el contrario ocupa una posición aventajada, las posibilidades de salir airoso de una batalla se reducen drásticamente. Esa es la posición de Europa, debilitada en su acción exterior y abandonada en su pulso militar con un vecino del que depende energéticamente… y lo que es peor, cada día más.

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