Un estilo de vida que nos ayuda a comprender las leyes de la naturaleza y adaptar sus manifestaciones para beneficiarnos de ellas. Eso es, según los puristas, la macrobiótica. En otras palabras, se trata de darle mayor importancia a saber y cuidar lo que comemos, cocinando lo mínimo posible los alimentos para mantener todas sus propiedades y nutrientes.
Pero esto no es nuevo. Esta sabiduría basada en el yin y el yang y en el recorrido energético, ha sido seguida y conservada por diferentes culturas a lo largo de los siglos, aplicándola también a la alimentación. En líneas generales, la macrobiótica va más allá de dogmas o teorías y nos da las pautas para adaptarnos a factores que nos influencian más de lo que pensamos, como el lugar donde vivimos, la época del año, la edad y las circunstancias personales. Para ello, le da preferencia a los alimentos de temporada y del entorno, así como al cultivo y procesado tradicional, pues son los que favorecerán nuestro desarrollo y potenciarán nuestra vitalidad. Y devuelve el protagonismo a las cocciones, ya que tienen la capacidad de cambiar la cualidad de los alimentos. La cantidad de agua, la sal, el tiempo y el corte producen efectos en el organismo. Se trata de utilizar diferentes estilos de cocción (estafado, vapor, salteado) y evitar el microondas y materiales como el teflón y el plástico.
Según los principios macrobióticos, la alimentación es la segunda forma de conseguir energía después de la respiración; la tercera sería el sueño. En este punto la alimentación es fundamental, pues afecta al cuerpo y a la mente. El objetivo para sentirse bien es crear una dieta equilibrada, dinámica, sencilla y satisfactoria a nivel físico y emocional, recuperando los sabores auténticos y las texturas originales y sintiendo el efecto armonizador de los alimentos, desde su selección hasta su preparación. Esto es, tomar conciencia de lo que comemos y de cómo lo comemos para mantenernos siempre en el momento presente, donde ocurre la vida, sin distracciones.
Y es más lógico de lo que parece. Se trata de no hacer largas cocciones ni usar el horno en verano y de no comer ensaladas ni platos fríos en invierno, de mover la energía haciendo salteados en primavera y empezar a preparar el calor interno en otoño para que el riñón esté fuerte y soporte los gélidos fríos invernales. Los mejores alimentos serán siempre los que estén más equilibrados en cada momento del año pues su energía pasará a nuestro cuerpo. La cocina macrobiótica selecciona alimentos de temporada, de cercanía y biológicos. Entiende que la calidad de los mismos y su procedencia determinará la calidad de nuestra salud, y que una buena salud nos hará ágiles y libres.
También la forma de cocinar ha de ser diferente según la estación, basándonos en conceptos puros y sencillos que ya conocíamos pero hemos olvidado. En el instinto. La macrobiótica nos invita a dedicar tiempo al arte de cocinar, pues es un acto de cariño hacia nosotros mismos y hacia los que cocinamos, estimula los cinco sentidos y nos hace estar en el aquí y ahora. Ley básica de la macrobiótica.
El otoño es buen momento para conectar con el entorno natural e interiorizar con la energía de recogimiento que provoca la reducción progresiva de luz y el tránsito del calor al frío. Es momento también de empezar a reforzar el sistema inmunitario a través de una cocina basada en energías que calienten, centren y relajen. El objetivo ahora es reunir, reforzar y remineralizar el cuerpo para que resista durante todo el invierno, con cocciones a fuego lento con poco agua que generen calor interno, como estofados, horneados y el uso de la olla a presión.
Tomaremos raíces como nabos blancos, napicol, chirivías, zanahorias, boniatos y verduras redondas como calabaza, coles y cebollas con condimentos con toques salados y picantes, que nos ayudarán a ir cerrando nuestro cuerpo y guardando calor. Y combinaremos texturas y consistencias en cada comida (cremoso, blando, crujiente) para evitar los antojos. Nuestros pulmones e intestino grueso nos lo agradecerán.
Dos recetas para un otoño macrobiótico
CREMA DE CHIRIVÍAS
Ingredientes: 2 partes de cebollas cortadas a medias lunas por 1 de chirivía, miso blanco, aceite de oliva y sal.
Preparación: Saltear las cebollas con un fondo de aceite y sal durante unos minutos sin tapa. Pelar y cortar la chirivía a trozos medianos, añadir a la cebolla con una pizca de sal, remover y cubrir con agua la mitad del volumen. Cocer tapado durante 20 minutos. Triturar y probar de sal y añadir agua hasta obtener una consistencia tipo crema.
Opciones: Se puede añadir un poco de ralladura de limón o jugo de jengibre.
ESTOFADO DE ZANAHORIAS, CEBOLLA Y SHITAKES
Ingredientes: Zanahorias cortadas con el método rodado, cebollas a ½ lunas, shitake, vinagre de arroz, concentrado de manzana.
Preparación: Saltear primero las cebollas con un poco de aceite, añadir las zanahorias y los champiñones. Echar un poco de sal y agua. Cocer 5 minutos a fuego alto. Bajarlo y seguir cociendo con tapa hasta que las zanahorias estén cocidas. Diluir en un bol a partes iguales el vinagre, el concentrado y la salsa de soja y echarlo al final de la cocción dejándolo cocer unos minutos más.
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