Cómo la competitividad nos empuja a sabotear nuestros propios objetivos

  • Ser una empresa competitiva respecto a la competencia es sin duda necesario, pero ¿qué ocurre cuando se fomenta la competitividad entre compañeros?
Ser competitivo no es tan positivo como creemos. / Pexels
Ser competitivo no es tan positivo como creemos. / Pexels

Cuando decimos que alguien es “competitivo” estamos realizando una alabanza. En la sociedad actual, y más aún en el entorno laboral, consideramos que es bueno ser una persona que no solo trata de hacer bien su trabajo, sino también superar el del resto.

Ser una empresa competitiva respecto a la competencia es sin duda necesario, pero ¿qué ocurre cuando se fomenta la competitividad entre compañeros?

Hay un importante conjunto de evidencias que apuntan que compartir nuestros objetivos y estar al tanto de los logros de las personas que nos rodea puede ser útil, ya que existe un ánimo mutuo, un apoyo emocional y una motivación compartida. Sin embargo, un nuevo artículo de investigación publicado recientemente en el 'Journal of Personality and Social Psychology' muestra cómo, en ciertas circunstancias, no podemos evitar competir con los demás, aunque compartamos un objetivo común, un efecto que puede ser contraproducente.

La investigación, liderada por la profesora de Stanford Szu-chi Huang, sugiere que, cuando trabajamos junto a un colega con capacidades similares y que persigue un mismo objetivo, tendemos a verle como un oponente, aunque no lo sea, lo que nos lleva a sabotear sus esfuerzos, en detrimento incluso de nuestro propio rendimiento.

“La búsqueda de objetivos individuales compartidos a veces puede llevar a comportamientos contraproducentes que no solo dañan a otros, sino que también dañan a uno mismo”, asegura Huang en la revista de la Sociedad Británica de Psicología.

Nos encanta sabotear a los compañeros

Para probar su tesis los investigadores realizaron una serie de experimentos. En uno de ellos, por ejemplo, se pedía a 200 sujetos que trataran de formar el máximo de palabras posible con un conjunto de letras dado. Los profesores explicaron a los sujetos que jugaban junto a un compañero (que ni si quiera existía) que lo había ido haciendo mejor en cada ronda. Los participantes recibieron un objetivo individual: si creaban las suficientes palabras recibían una tarjeta regalo. Pero esto no era todo, los investigadores daban a los participantes la posibilidad de hacer que las tareas de su compañero fueran más o menos fáciles.

Si nos tomamos el trabajo como una partida de ajedrez todos salimos perdiendo. / Pexels
Si nos tomamos el trabajo como una partida de ajedrez todos salimos perdiendo. / Pexels

Aunque el rendimiento de sus compañeros era irrelevante para el objetivo individual, y por tanto para recibir el regalo, la mayoría de los individuos decidieron dificultarle la vida. Era un sabotaje inútil, pero es que, además, los participantes rebajaron sus propios esfuerzos.

El resto de los experimentos llegaron a conclusiones similares. Da igual que los individuos creyeran que su colega estaba por delante o por detrás suyo, si el objetivo era el mismo la mayoría de los sujetos saboteaban al compañero. Un estudio adicional reveló que solo los participantes que creían que sus esfuerzos de sabotaje habían tenido éxito se relajaban en sus propios esfuerzos; pero lo relevante es que en ningún caso se decía a los sujetos que debían superar a sus colegas, era algo que, sencillamente, se asumía como cierto.

No hacerlo bien, sino mejor que el de al lado

Como explican las investigadoras, el estudio apuntala la idea de que la competitividad se suele enfocar en negativo: lo importante no es hacerlo bien, sino que el contrincante (que puede acabar siendo todo el que nos rodea) lo haga peor, y cuando el sabotaje funciona, las personas relajan sus propios esfuerzos, aunque en realidad sus actos no hayan hecho nada porque mejor su rendimiento individual, sino todo lo contrario.

A la vista de los resultados del estudio, Huang y sus colegas creen que cuando trabajamos junto a otras personas que comparten los mismos objetivos, no hay ninguna razón para ser competitivos, pues esto hace que nos concentremos en superar a un oponente, que no es tal, relajando nuestro propio rendimiento.

Como explica Emma Young en la evaluación del estudio que realiza en la revista de la Sociedad Británica de Psicología, parece que, aunque podemos ayudarnos mutuamente en las primeras etapas de nuestros propios viajes paralelos, estas relaciones pueden llegar a ser perjudiciales cuando nuestro objetivo está a la vista. Ser consciente de esto puede ayudar a comprender cuándo dejar de prestar atención al progreso de otras personas y concentrarse en mantener sus propios esfuerzos. Y puede hacer que nos pensemos dos veces si merece la pena fomentar la competitividad dentro de una propia empresa, generando una rivalidad entre departamentos que no suele llegar nunca a buen puerto.

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