El día que la humanidad conoció la desigualdad (y cambiamos para siempre)

  • “Los bosquimanos son la sociedad más exitosa en la historia de la humanidad”, asegura el antropólogo James Suzman en su último libro
La agricultura parece un buen invento, pero quizás no lo fue tanto / Department of Foreign Affairs and Trade
La agricultura parece un buen invento, pero quizás no lo fue tanto / Department of Foreign Affairs and Trade
La agricultura parece un buen invento, pero quizás no lo fue tanto / Department of Foreign Affairs and Trade
La agricultura parece un buen invento, pero quizás no lo fue tanto / Department of Foreign Affairs and Trade

Al norte de Namibia, casi en la frontera con Angola, habitan los ju/'hoansi, uno de los últimos pueblos de cazadores-recolectores del mundo. Y, quizás, el mejor estudiado.

Hasta hace solo 50 años, los ju/'hoansi seguían cazando y recolectando para vivir, tal y como venían haciéndolo sus ancestros desde hace 200.000 años. Solo en 1966 se dieron a conocer en el mundo occidental, cuando el antropólogo canadiense Richard Lee condujo sus seminales estudios sobre la economía de esta tribu bosquimana.

Hasta entonces, se creía que los cazadores-recolectores vivían en un estado de pobreza perenne y que solo con el advenimiento de la agricultura la humanidad comenzó a liberarse de la tiranía de la naturaleza. Pero gracias a una serie de análisis económicos Lee descubrió que esta idea era completamente errónea. Para su sorpresa, los ju/'hoansi no solo lograban alimentarse mejor que muchos en el mundo industrializado, sino que lo hacían trabajando solo unas dos horas al día. El resto del tiempo se dedicaban a jugar, realizar creaciones artísticas o echarse la siesta.

Gracias al trabajo de Lee, y la de otros antropólogos que estudiaron sociedades preagrícolas, surgió la idea de que estas eran sociedades prósperas, malogradas por la llegada de la colonización. Pero los estudios han continuado y hoy conocemos más detalles de cómo funcionaban estas sociedades.

En su libro Affluence Without Abundance el antropólogo James Suzman recupera el trabajo de Lee, y tras 25 años conviviendo con los ju/'hoansi en África ha llegado a una importante conclusión: “Si juzgamos el éxito de una civilización por su resistencia en el tiempo, entonces los bosquimanos son la sociedad más exitosa en la historia de la humanidad”.

Un grupo de bosquimanas ataca un melón / Mario Micklisch
Un grupo de bosquimanas ataca un melón / Mario Micklisch

Una sociedad basada en la generosidad

Como explica Suzman, los ju/'hoansi tenían una confianza inquebrantable en la providencia de su entorno y en su conocimiento de cómo explotarlo. Al igual que otros cazadores-recolectores se enfocaban solo en el corto plazo: si el medio ambiente siempre suministraba alimentos y materiales y las estaciones eran ampliamente predecibles, ¿qué sentido tenía preocuparse por el futuro?

Los bosquimanos no almacenaban comida más que para unos pocos días y no gastaban más energía de la necesaria. Pero, pese a esto, lograban vivir perfectamente sin mayores sobresaltos. ¿Cómo?

“Los ju/'hoansi compartían sus alimentos entre sí de acuerdo con un conjunto de prescripciones sociales que aseguraron que casi todos, incluidos los jóvenes, ancianos o discapacitados, obtuvieran una participación”, apunta Suzman en el libro. “Como resultado, los ju/'hoansi también eran completamente igualitarios, y atacaban sin piedad a cualquiera que desarrollara delirios de grandeza. No le veían sentido a acumular riqueza o formalizar sistemas de intercambio”.

En la actualidad, la mayoría de nosotros pensamos que la desigualdad en las sociedades humanas es inevitable –“siempre habrá clases”, decimos sin inmutarnos mientras vemos pasar a un tipo con un Jaguar–, pero no es cierto. De hecho, si tenemos en cuenta los 200.000 años de historia del Homo Sapiens solo en los últimos 10.000 años se puede hablar de sociedades desiguales

“Los cazadores-recolectores aceptaban que las personas tenían diferentes habilidades y atributos, pero rechazaba agresivamente los esfuerzos por institucionalizarlos en cualquier forma de jerarquía”, asegura Suzman en un reciente artículo publicado en The Guardian.

El autor, James Suzman.
El autor, James Suzman.

El legado de la agricultura

Fue en el momento en el que comenzamos a cultivar nuestros alimentos y hacernos sedentarios cuando empezaron a surgir desigualdades. Y desde entonces la vida de la mayor parte de la humanidad es, aunque cueste creerlo, sencillamente peor.

Los datos arqueológicos muestran que, aunque se daban hambrunas puntuales tanto en las sociedades neolíticas como las de cazadores-recolectores, las que sufrían los agricultores eran mucho más severas, recurrentes y catastróficas. Y es una realidad que siguen viviendo numerosas comunidades en los países más pobres del mundo.

“Sin embargo, cuando los astros se alineaban (el clima era favorable, las plagas se atenuaban y los suelos aún estaban llenos de nutrientes), la agricultura era mucho más productiva que la caza y la recolección”, asegura Suzman. “Esto permitió que las poblaciones agrícolas crecieran mucho más rápido que los cazadores-recolectores, y sostuvieran estas poblaciones crecientes en una proporción mucho menor de territorio”.

“Los agricultores que tenían éxito estaban atormentados por el temor a las sequías, las plagas, las heladas y el hambre”, prosigue el antropólogo. “Con el tiempo, este profundo cambio en la forma en que las sociedades consideraron la escasez también indujo temores sobre saqueos, guerras, extraños y, eventualmente, impuestos y tiranos”.

Fue entonces cuando surgió la necesidad de acumular la riqueza. “El principio de que trabajar duro es una virtud, y su corolario de que la riqueza individual es un reflejo del mérito, es quizás el legado social, económico y cultural más evidente de la revolución agrícola”, concluye Suzman.

Los bosquimanos tienen un sentido de la igualdad que hoy resulta radical / Tee La Rosa
Los bosquimanos tienen un sentido de la igualdad que hoy resulta radical / Tee La Rosa

De cultivar a guerrear

Como explica Suzman, y han apuntado otros famosos divulgadores como Jared Diamond, la necesidad de controlar la acumulación de bienes generó esquemas de poder e influencia. Nuestra idea del crecimiento, la productividad y el comercio surgió básicamente en esta época. Y aunque se ha sofisticado enormemente es en el fondo similar.

Una reciente investigación que examina la desigualdad en las primeras sociedades neolíticas confirma lo que pensaban muchos antropólogos como Suzman tras estudiar las sociedades de cazadores-recolectores que aún sobreviven: cuanto mayores son los excedentes que produce una sociedad, mayores son los niveles de desigualdad en esta.

Y la historia de la humanidad desde que se inventó la agricultura es, en resumen, la historia de sociedades más ricas aplastando a aquellas más pobres: civilizaciones sedentarias conquistando los territorios donde habitaban los cazadores recolectores. De Mesopotamia a Europa y desde allí a América y Oceanía.

¿Podemos aprender algo de todo esto? Como señala Suzman, comprender cómo la revolución agrícola transformó las sociedades humanas no era más que una cuestión de curiosidad intelectual. “Ahora, sin embargo, ha adquirido un aspecto más práctico y urgente”, asegura.

Como explica en The Guardian, mucho de los desafíos que surgieron tras la revolución agrícola, como la escasez recurrente de alimentos, han sido resueltos gracias a la tecnología en la mayor parte del mundo. Pero hay un legado del Neolítico que sigue siendo problemático: nuestra preocupación por el trabajo y el crecimiento económico desenfrenado. Una mentalidad que está poniendo en jaque la sostenibilidad de nuestro planeta, y la de todo lo que en él habita.

“Por lo tanto, vale la pena reconocer que nuestros modelos sociales, políticos y económicos actuales no son una consecuencia inevitable de la naturaleza humana, sino un producto de nuestra historia (reciente)”, apunta Suzman. “Ese conocimiento podría liberarnos para ser más imaginativos al cambiar la forma en que nos relacionamos con nuestro entorno y entre nosotros mismos”.

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