Al Asad busca un golpe de efecto con su primer discurso a la nación en meses

  • Convencido de que la incesante represión no ha minado aún su apoyo popular, el presidente sirio, Bachar al Asad, buscó hoy un golpe de efecto con el que arengar a sus fieles e intentar demostrar que, pese a la "conspiración externa", todavía se mantiene firme en el timón.

Javier Martín

Damasco, 10 ene.- Convencido de que la incesante represión no ha minado aún su apoyo popular, el presidente sirio, Bachar al Asad, buscó hoy un golpe de efecto con el que arengar a sus fieles e intentar demostrar que, pese a la "conspiración externa", todavía se mantiene firme en el timón.

Atildado, en apariencia distendido y con cierta altanería, el mandatario ofreció un discurso plagado de patriotismo, en el que se permitió introducir chistes y anécdotas pero en el que apenas aportó novedades más allá de un incierto plan de reforma constitucional al que seguirían elecciones multipartidistas.

Al Asad admitió que su país tiene "un problema de seguridad" que no es ya fácil de esconder, pero se agarró al mantra que el régimen repite desde que en marzo de 2011 estallaran las revueltas populares.

En su opinión, todo es fruto de una conjura mundial, urdida en connivencia con la prensa internacional, y en la que participan activamente "algunos estados árabes", a los que evitó citar por su nombre.

En este sentido, las flechas del presidente parecían apuntar hacia Arabia Saudí y otras monarquías del Pérsico, que desde hace décadas pretenden extender su influencia regional y quebrar así el eje que forman Teherán, Damasco, el partido chiíta libanés Hizbulá -al frente del Gobierno en Beirut- y el movimiento palestino Hamas.

Al Asad aseguró que estos estados tienen una agenda propia, y advirtió que pretenden llevarla a efecto "a un riesgo de incendiar la región".

"La niebla se ha dispersado y todas las máscaras han caído, ya no es posible que los actores regionales e internacionales deformen los hechos por más tiempos", recalcó.

A este respecto, insistió en que "la mayoría de los sirios no han empuñado las armas" y se preguntó irónicamente si aquellos que lo hacen deben llamarse revolucionarios o terroristas.

"No se pueden negar los acontecimientos. Hay grupos armados y hay terroristas... la seguridad y la estabilidad solo podrá lograrse con el puño de hierro", reiteró.

Los expertos apuntan que, más allá del contenido, la alocución perseguía proyectar la imagen de un líder que se mantiene aún muy sólido pese a la injerencia externa y los más de diez meses de muerte y violencia.

Frente a la decrepitud, tanto física como política, que destilaron los últimos discursos del ex presidente egipcio Hosni Mubarak o las imágenes postreras de su homólogo tunecino, Al Asad derrochó este martes jovialidad y flema en el estrado de la universidad de Damasco.

Su lenguaje, directo y sin acritud, y su expresión, en apariencia segura, relajada y con un punto de vanidad, marcaron igualmente distancias con quienes eran sus colegas.

"El discurso del presidente demuestra que sigue al frente y que tiene un plan", reflexionaba minutos más tarde Hamadan al-Yazairi, doctor en Economía por la Universidad de Damasco.

Una percepción que numerosos ciudadanos compartían en el calles de la capital, que parecen ajenas a la inestabilidad que sacude el resto del país.

Una de las encuestas más confiables, publicada por el Instituto de Doha, apunta a que, pese a la cadena diaria de muertes, Al Asad todavía conserva el apoyo de cerca de un 55 por ciento de la población.

"Yo tengo familiares en la provincia de Homs. Allí hay bandas terroristas, pero es un problema que va a acabar muy pronto", afirmaba a Efe Mohamad Husein, dependiente de una tienda de artesanía en el gran zoco damasceno.

"Soy optimista. Estamos construyendo una nueva Siria, una Siria próspera, avanzada y desarrollada, con una gran industria", agregaba.

En la misma línea se expresaba Nor, una estudiante universitaria para quien los extranjeros, tanto occidentales como árabes, son los únicos responsables de la grave situación.

"La televisión acusa a las fuerzas de seguridad, pero esto es una gran mentira. Son bandas de terroristas que atacan y violan a las mujeres. Yo lo he visto en los suburbios de Damasco", aseguraba la veinteañera, sentada junto a la famosa mezquita de los Omeyas, en el centro de Damasco.

Una opinión que, sin embargo, otros muchos sirios no parecen compartir una vez superado el cinturón de seguridad capitalino, donde volvieron a repetirse las manifestaciones que exigen la renuncia de la familia Al Asad.

Según fuentes de la oposición, la nueva jornada de represión causó cerca de una treintena de muertes en ciudades como Homs, Hama o Deir al Zur, convertidas en corazón de las protestas.

Una violencia que también sufrieron los miembros de la criticada comisión de investigación de la Liga Árabe, algunos de los cuales resultaron heridos de levedad.

"Estamos acostumbrados a la máquina de propaganda del régimen, a sus mentiras. Pero cada vez son menos los que creen. No habrá una nueva Siria hasta que el dictador se haya marchado", apostilló a Efe un opositor que por razones de seguridad prefirió no ser identificado. EFE

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