Tras la ruptura del pacto nuclear

El extraño caso de las explosiones en las infraestructuras estratégicas iraníes

El programa de enriquecimiento de uranio ha estado en cuestión, principalmente por Israel, que ha acusado a Irán de esconder una intención militar.

Una de las explosiones en una central de Irán
Una de las explosiones en una central de Irán
L.I.

Hasta seis complejos estratégicos iraníes han saltado por los aires en el último mes. El pasado 25 de junio, unas instalaciones en la ciudad de Khojir fueron las protagonistas de una deflagración que el gobierno iraní, tratando de restar importancia, atribuyó a una “explosión menor de gas”, pero dentro del recinto militar de Parchin, a las afueras de la capital y a cientos de kilómetros de donde finalmente se produjeron las explosiones.

Tras esta confusión inicial, el incidente pudo localizarse en el importantísimo centro de desarrollo de Khojir. Las instalaciones albergan el centro de desarrollo militar más importante y estratégico de Irán. Gran parte de los analistas de inteligencia occidentales consideran que es uno de los lugares más seguros del país y cuenta con una gran cantidad de conducciones subterráneas, que siempre han sido del interés de los servicios de información de Estados Unidos e Israel.

Desde un punto de vista táctico, Khojir supone la auténtica punta de lanza de la industria armamentística iraní, incluso por encima de su cuestionada y vigilada capacidad nuclear. Este complejo es el centro del plan de desarrollo balístico del régimen ayatolá, la pieza clave que posibilitaría poner un misil en suelo israelí en apenas unos minutos.

El 2 de julio, otro incidente tuvo lugar en Natanz, la principal mina de enriquecimiento de uranio del país. En esta ocasión, siempre según el régimen, la explosión no tuvo efecto alguno en sus trabajos de enriquecimiento de uranio. Alí Rabiei, portavoz del régimen iraní, aseguraba que “las instalaciones en Natanz están tan activas como antes”.

El programa de enriquecimiento de uranio iraní ha estado en cuestión, principalmente por Israel, un país que ha acusado a Irán de esconder una intención militar detrás de sus aspiraciones civiles de desarrollo nuclear. Por su parte, Teheran siempre ha defendido que sus “actividades son pacíficas y, pese a la hostilidad de los enemigos, no podrán ser detenidas”.

El origen del incendio no se ha aclarado. Lejos de las declaraciones de calma de Teheran, The New York Times aseguró que el gobierno israelí habría jugado un papel fundamental en el origen de la deflagración. Una acusación que tendría claros tintes de veracidad. Para Israel, Natanz es la principal amenaza que puede suponer el régimen de los Ayatolá. Sus instalaciones albergan la producción de centrifugadoras avanzadas. Un equipo indispensable para el enriquecimiento de uranio.

El temor de los israelíes radica en que, tras la retirada americana del acuerdo nuclear con Irán, el gobierno de Jamenei haya reducido sustancialmente los compromisos adquiridos con la comunidad internacional. Incluso la Unión Europea teme que las recientes tensiones en la zona con Estados Unidos puedan reafirmar la convicción iraní de que la paz será más estable con una capacidad nuclear propia.

Pero los extraños sucesos no terminan aquí. El miércoles 15 de julio siete embarcaciones se incendiaron en el puerto de la ciudad de Bushehr. El sábado 18 un oleoducto en la vecina región de Ahvaz comenzó a arder en un suceso que no mereció comentario alguno por parte del gobierno iraní. El domingo 19, la central de generación eléctrica de Isfahan se sumó a la lista de instalaciones estratégicas gafadas del último mes. Pese a que las autoridades iraníes restaron de nuevo importancia al incidente, lo cierto es que a continuación proclamaron que no revelarían la causa del incidente aduciendo cuestiones de “seguridad nacional”.

Es precisamente la seguridad nacional el factor que más preocupa a los militares y altos cargos del gobierno de Teherán. En 2010 Irán sufrió un ataque informático que acabó por ralentizar el desarrollo del programa nuclear iraní. Expertos occidentales atribuyeron la causa al virus 'Stuxnet', que creó problemas en un numero indeterminado de centrifugadoras nucleares. Cinco años después Irán accedía a firmar el acuerdo nuclear que supervisaba y garantizaba el uso civil de este tipo de energía.

Los ataques de 2010 demostraron que tanto Israel como Estados Unidos gozaban de las capacidades suficientes para controlar el desarrollo económico y militar de Teherán. Los principales medios estadounidenses señalan a la inteligencia israelí como la responsable de los sucesos que están sacudiendo Irán desde hace dos meses. Un extremo que tampoco es que sea desmentido con firmeza por su parte. El ministro de defensa hebreo admitió que “Israel no tenía ‘necesariamente’ que estar detrás de cada explosión que suceda en suelo iraní”.

Toda una declaración que, para el prestigioso Think tank “The Soufan Center”, podría esconder la confirmación de que Israel pudiera haber lanzado alguna operación encubierta que al menos detenga temporalmente la capacidad iraní para enriquecer uranio. Sin Estados Unidos en el tratado nuclear y con el régimen iraní relajando cada vez más sus responsabilidades en materia internacional este tipo de incidentes, según concluyen varios analistas militares estadounidenses, solo pueden repetirse en el tiempo.

La amenaza de Donald Trump de devolver “Irán a la Edad de Piedra” puede convertirse en realidad. Diez años después del ataque informático a la central de Natanz, Irán ha encontrado en el coronavirus el auténtico detonante para cuestionar la eficacia de una política económica que mantiene en el umbral de la pobreza a una importante capa de la sociedad iraní. La situación interna se deteriora por la pandemia.

Un nuevo golpe a la infraestructura estratégica iraní podría suponer el fin de la prometida autonomía nuclear. Este sueño es el que ha sustentado gran parte de la ideología de los ayatolás hacia la población. Su doctrina ya sufrió un duro varapalo con la muerte del general Soleimani que dejó huérfano a gran parte de la sociedad iraní que aun apoya al régimen.

El extraño caso de las explosiones en Irán ya ha dejado de ser una anécdota para convertirse en una categoría, con un autor que cada vez deja más clara su intención de golpear aquellas infraestructuras críticas de una sociedad a punto de romperse.

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