La píldora económica

La geopolítica de los semiconductores también se juega entre China y EEUU

Microchip semiconductores
La geopolítica de los semiconductores también se juega entre China y EEUU.
Europa Press

La fabricación de microprocesadores avanzados es un fenómeno tremendamente complejo (basta decir que los componentes de los chips son más pequeños que un coronavirus) y que en la actualidad requiere de una enorme interdependencia internacional, que Estados Unidos, Europa y China quieren reducir. El motivo es que los semiconductores son esenciales para desarrollar sectores estratégicos como la supercomputación y la inteligencia artificial, y que, además de importantes aplicaciones civiles (como automóviles y teléfonos inteligentes) también son componentes claves para la seguridad nacional al ser usados en armamento, aviones militares, sistemas de comunicaciones, etc.

En la actualidad, como consecuencia de las enormes economías de escala en la industria, la producción de semiconductores, especialmente los más avanzados, esta increíblemente concentrada en Taiwán y Corea del Sur, una región que cuenta además con una alta inestabilidad geoestratégica. Pero la producción física de semiconductores es sólo un paso en la industria; el proceso completo de creación de una oblea de silicio con chips consta de miles de etapas y procesos, dominadas por distintos actores.

Y Estados Unidos, aunque ha visto como su cuota en la fabricación mundial disminuía del 37 % en 1990 al 12 % en 2020, aun sigue teniendo un rol imprescindible dentro de la cadena de los semiconductores, pues controla algunas fases del proceso, y su tecnología sigue siendo difícil de reemplazar. Así, además de su dominio en el diseño y comercialización de los chips, tres empresas instaladas en Estados Unidos son las que elaboran el software que usan los chips de todo el mundo, y para el proceso de fabricación de los chips avanzados se requiere alguna maquinaria que sólo producen empresas afincadas en Estados Unidos.

Durante décadas, la política de Estados Unidos con respecto a la transferencia de tecnología de semiconductores fue laxa, apoyándose en la idea de que podía "correr más rápido" y estar dos generaciones de semiconductores por delante de sus competidores.

Bajo este régimen el proceso de fabricación fue cambiando en el tiempo. En un principio, las compañías poseían todas las etapas del proceso: investigaban, diseñaban, desarrollaban, fabricaban, probaban y comercializaban sus propios productos. Pero poco a poco, la especialización y subcontratación surgió y dio a luz a lo que hoy se conoce como el modelo de Foundry-Fabless. Las Foundry son aquellas empresas que fabrican chips para otras empresas (como la taiwanesa TSMC). Y Fabless son aquellas empresas que diseñan sus chips pero subcontratan la producción a otras. Quedan cada vez menos compañías, siendo Intel y Samsung las excepciones, que siguen participando en la mayor parte de los procesos, lo que se conoce como fabricantes integrales.

Cambio drástico en el modelo productivo 

Era cierto que con el cambio tan drástico de modelo productivo (de dominar los fabricantes integrales a quedar muy pocos y prefiriendo muchas empresas ser Foundries o Fabless), cada vez más la fabricación de semiconductores se iba moviendo al Sudeste Asiático y concentrando en unos pocos fabricantes, como la taiwanesa TSMC. Pero esto se percibía como algo en el propio beneficio e interés de las compañías de Estados Unidos, que podían controlar sus costes de producción, limitar sus inversiones (la fabricación de chips es muy intensiva en capital) y mantener los peldaños más rentables de las cadenas de valor añadido (diseño, software, marketing, etc.). Además, esta división del trabajo ayudó al fomento de unos aliados estratégicos (Japón, Corea del Sur, Taiwán) que rodeaban a China.

Pero el mundo está cambiando. Por un lado, la pandemia y la invasión rusa de Ucrania han puesto de relieve que el acceso y suministro a determinadas materias primas y tecnologías debe ocupar un lugar central en la agenda de todos los gobiernos. Por otro lado, tenemos la creciente rivalidad estratégica entre EE.UU. y China.

No es de extrañar, por tanto, que ahora Washington quiera usar el poder que el da su tecnología y el rol de esta dentro de la cadena de los semiconductores, en combinación con una política industrial activa para que: i) las empresas implicadas en el proceso se instalen en su territorio, recuperando dominio también en la fase de fabricación de semiconductores y reduciendo así su dependencia de Taiwán ante un posible conflicto militar allí; ii) utilizar controles de exportación y selección de inversiones más estrictos para mantener el acceso a tecnología avanzada fuera de manos hostiles, principalmente a China.

Se puede decir que, si las sanciones financieras acostumbran a usar el dólar como arma, ahora Estados Unidos intenta convertir en arma la ubicuidad de la tecnología estadounidense. Y es que, el diseño de las restricciones a la exportación permite que el gobierno de Estados Unidos reclame jurisdicción sobre casi todas las fábricas de chips del mundo, porque casi todas dependen de equipos o software estadounidenses difíciles de reemplazar.

El nuevo enfoque adoptado ha mutado de una política de 'corre más rápido' a una de 'corre más rápido y haz tropezar al enemigo', y esto ya tendrá grandes implicaciones para las cadenas de valor. Y si el diseño de estos mecanismos de restricción de exportaciones tiene éxito en cortar el acceso de China a esta tecnología, dificultando sus planes para convertirse en un líder en innovación, puede que Washington apunte a nuevos objetivos.

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