Consumos de impacto

Adictos al cartel de 'Última hora'

Típico cartel de 'Última hora'
Típico cartel de 'Última hora'
Borja Teran

La televisión de hoy vive en una 'última hora' constante. Hace años, la fidelidad de los programas en directo se construía a través del carisma de sus autores al frente. Ahora no hay demasiado tiempo para construir magacines con enfoques creativos diferenciados y, al final, aunque se intente, el análisis instantáneo de las audiencias provoca una homogeneización de contenidos. Hay que ir corriendo a lo que funciona. O la cuota de pantalla puede desvanecerse. Y ahí entra la función del contagioso cartel de 'última hora', infalible en su irrupción en pantalla, pues es plantarlo en emisión y moviliza la curiosidad del espectador.

Da igual que la 'última hora' no sea 'última hora'. Da igual que sea un espacio de infotainment o un show del corazón. Colocar el letrero es despertar la atención de la audiencia. El público levanta la mirada y se queda en el canal. Como consecuencia, se empieza a abusar de este tipo de carteles en pantalla. Aunque la 'última hora' sea una información de hace tres días. Lo que se busca es favorecer la percepción constante de que vivimos acontecimientos en riguroso directo. Y si cambias de frecuencia, quizá te lo pierdas. Un atajo para mantener a los espectadores en emisión, del que es difícil escapar. Porque si lo evitas, da la sensación de que se derrumbará el share.

Así, el público se ha ido acostumbrando a esta mecánica en el que el espectáculo de lo trepidante gana a la creatividad clásica que necesita un margen para su elaboración. Una táctica que no es única de la televisión. El resto de medios de comunicación también utilizan los carteles de 'última hora' como poderosos indicativos en las redes sociales. Junto a la noticia, se añade un 'última hora' bien grande. Siempre en mayúsculas, como grito que destaca entre la marabunta de letras. Infalible, el público acude y pincha en la noticia. Aunque esa 'última hora' trate sobre atapuerca.

Es la fuerza de los letreros rojos. Mejor aún si son parpadeantes. Es la televisión que nos atrapa a través de un frenesí que, por cierto, no es sinónimo de profundidad. Más bien podría establecerse un paralelismo con esas luces de neón a la caza de la venta publicitaria. En este caso, buscando proyectar que asistimos a una exclusiva instantánea que nos hace creer que todo ocurre cuando lo vemos. Y es rigurosamente histórico. Aunque nos olvidamos de ello casi tan rápido como lo descubrimos.

Es el resultado de las nuevas formas de consumir los contenidos audiovisuales. El espectador siente que cuenta con tanto que ver que es más impaciente que antes y, al final, es fácil guiarse por impulsos súbitos que entran por los ojos casi de la misma forma que hacían las tómbolas de las ferias en donde las luces, las músicas y los gritos animaban a los viandantes a jugar. Jugar antes de que tuvieran tiempo a pararse a pensar si debían, de verdad, jugar.

Mostrar comentarios