EN PERSPECTIVA

El legado de José María Íñigo

José María Iñigo muere a los 75 años
José María Iñigo.

"Mirando al futuro, echaría la vista atrás. Y nos daríamos cuenta que, viendo lo que hacíamos en los años setenta, se puede tener una audiencia enorme planteando cosas serias e importantes. Se puede hacer una televisión en la que tiene cabida un premio nobel o gente que ha ejercido algo en la vida. Hoy precisamente copan las pantallas de televisión los que no han hecho algo en la vida o más vale que no hubieran hecho lo que han hecho". Es una reflexión de José María Íñigo, que sirvió para cerrar, este jueves, el monográfico que ha dedicado el programa 'Tesoros de la Tele' de La 2 a su emblemático talk show 'Estudio Abierto', que también emitió La 2. Porque hubo un tiempo, largo tiempo, en el que hubo programas de entrevistas en directo en La 2.

En este apunte, Íñigo se auto-reivindica. Él puede. No ha sido un entrevistador más en la historia de nuestra televisión. José María Íñigo supo adaptar el género del late night internacional a la idiosincrasia española. Por primera vez, la entrevista atesoraba protagonismo en nuestro país a través de un autor rotundo, despierto, perspicaz.

Eran otros tiempos. Estaba toda la televisión por inventar. Incluso era más sencillo lograr grandes audiencias, pues sólo había dos canales. Pero Íñigo tiene toda la razón cuando afirma que se puede alcanzar un gran interés abriendo un plató a referentes con grandes vivencias detrás que narrar. Es lo que él hizo, alcanzando una de las metas fundamentales de la televisión pública: retratar el país en cada una de sus épocas. Lo ingenioso fue, además, mezclar personalidades de entonces con el costumbrismo de poderosas historias anónimas, que enfocaban a la perfección aquella España. 

Así, el plató de 'Estudio Abierto' acogió testimonios de alto valor documental para entender la cultura y la sociedad, ese país que acudía aún a la televisión con una ingenuidad transparente. La habilidad de José María Íñigo estaba en favorecer un clima de química con un invitado que, en la mayor parte de los casos, se terminaba abriendo con una naturalidad aplastante. La popularidad masiva que abrazó Íñigo en aquellos años ayudaba. Era como de la familia.

Para el éxito de estos programas, también fue decisivo que su formato en sí transmitía modernidad. Desde la escaleta que organizaba los temas, que ya iba al grano cuando la tele no iba tan al grano, hasta la realización de Fernando Navarrete: siempre atento escuchando la expresividad de los invitados con ayuda de unos poderosos encuadres sin miedo al primer plano. Es más, sin temor al plano detalle que describe en menos de un segundo al invitado.

Tan vivos estaban estos programas en su momento que, en las ediciones de los ochenta, el espectador veía cómo se ponían los micros al sentarse en la mesa los artistas que acudían. Ya que era televisión en directo, que se notara. Otro gran acierto fue la participación de la audiencia, las líneas telefónicas estaban abiertas y los espectadores se sentían que podían cambiar el transcurso del programa con su pregunta. 

Pero, sobre todo, el tono de aquellos programas lo otorgaba el carácter periodístico de Iñigo, uno de los grandes autores de nuestra historia de la televisión. Rápido, directo, con un punto de ironía inteligente que potenciaba la imprevisibilidad del show. Su capacidad de preguntar acariciaba al invitado, a la vez que lo exprimía sin pausa. Siempre al quite, su carisma sí que recuerda que sólo hay un camino para que las entrevistas a profesionales interesen en las pantallas de hoy: la autoría de los programas que las cobijen. Iñigo tenía esa dote. Es más, se la trabajaba para que cada uno de sus productos fueran tan icónicos como útiles. Lo han sido tanto, que ahora son un gran fondo audiovisual documental de la España de los setenta y los ochenta que permite entender mejor nuestra cultura y sociedad, comprendernos mejor a nosotros mismos.

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