EN PERSPECTIVA

La gran mentira de la TV participativa

Carmen Sevilla y José María Iñigo en 'Estudio Abierto', donde los espectadores participaban a través de las llamadas telefónicas
Carmen Sevilla y José María Iñigo en 'Estudio Abierto', donde los espectadores participaban a través de las llamadas telefónicas
TVE

Las redes sociales y las aplicaciones móviles permiten que los medios de comunicación sean más interactivos que nunca. El espectador puede participar en el transcurso de los formatos como jamás se logró antes. Incluso cambiar su rumbo. Sin embargo, las posibilidades de las nuevas herramientas que disponen los medios se han relegado sólo a una especie de placebo para que la gente sienta que participa pero, en realidad, da igual lo que opinen.

Las cadenas buscan que el público visibilice sus programas a través de los comentarios en redes sociales para sumar un trending topic gracias a un hashtag que promocione el show. Pero apenas se enriquece el relato del show con la participación directa. Se pelea por liderar en tuits, sin más. Como si las redes y el programa fueran universos paralelos, cuando lo interesante es que lo que pasa en las redes haga más grande el contenido televisivo.

En este sentido y paradójicamente, la televisión quizá fue más interactiva antaño que ahora. Porque los autores creativos de la pequeña pantalla siempre tuvieron claro de la relevancia de que el propio espectador se sintiera implicado en el show y que incluso pudiera enriquecer el directo con su mirada, que es lo interesante y que es la gran asignatura pendiente a la hora de agregar el poder de las redes sociales a la fórmula de los programas.

No es nada nuevo, ya en la época análogica la tele aprovechaba la participación como clave en la fuerza del formato en sí. Así José María Íñigo incorporó a sus modernos programas de entrevistas la imprevisibilidad de la llamada telefónica. El invitado vip de 'Estudio Abierto' se enfrentaba a las preguntas sin filtro de una audiencia que representaba a un país poderosamente ingenuo. Fruto de estos telefonazos en directo, por ejemplo, Lolita terminó invitando a todo el país a su boda. Y, claro, después pasó lo que pasó. Se casó en la sacristía después de que Lola Flores decir aquello de "Si me queréis, irse" ante una iglesia abarrotada de ciudadanos que fueron a celebrar el casamiento porque habían visto a la hija de Lola Flores fardar de que la ceremonia iba a estar abierta a todos. "Es una invitación muy amplia", reaccionó a tal comentario el propio José María Íñigo, con su habitual rapidez de reflejos.

El nervio de no saber qué dirán a través del teléfono lo utilizó Íñigo y el realizador Fernando Navarrete como elemento de distinción de un formato que era sinónimo de vanguardia. Rocío Jurado fue otra de las artistas que sufrió llamadas de espectadores que se preguntaban por qué hablaba "así de tontita". En realidad, estas televidentes no sabían que estaban confundiendo tontita con salirse de lo preestablecido y dejar fluir el carácter propio. En definitiva, intentar ser una misma potenciando la autenticidad que hacía a Jurado única. 

Años más tarde, a finales de los ochenta, Julia Otero se adelantó a los presentadores norteamericanos que leen tuits de fans (o haters) y en la mesa de la media luna de 'La Luna' enfrentó a sus invitados a astutas preguntas que había ido dejando el público. Tiempo después, en 'Un paseo por el tiempo', la tele de Julia volvió a Implicar a su público proponiéndoles, por ejemplo, a acudir en directo a La Puerta de Alcalá  para cantar, por sorpresa, la canción de mismo nombre a su intérprete Ana Belén, que estaba de invitada. Al final del programa, Julia Otero conectó con el monumento madrileño y la cantante se emocionó al ver el despliegue. Se había movilizado a la audiencia y creaba una gran apoteosis al show. El público era arte y parte del espectáculo. 

Eso que tan bien hizo '¿Qué apostamos?' intentando mantener el interés del espectador hasta el final del programa jugando con la participación por dos vías. Primero, un asistente como público a plató retaba a los presentadores a ver si lograban que un número grande personas acudieran a los estudios de TVE con un objeto curioso, un disfraz o una particularidad. Hasta la carpa de Prado del Rey en las primeras etapas y, después, hasta los Estudios Buñuel iban los propios televidentes para intentar que Ana García Obregón y Ramón García superaran esta curiosa apuesta que servía como punto de interés hasta el final del show. Y si no iba tanta gente como se pedía, Ana o Ramón acababan metidos en una ducha. La audiencia iba presencialmente y era decisiva en el punto de inflexión final del espectáculo. De hecho, podía dar un vuelco al relato del show al movilizarse.  

La misma inteligencia de incorporar la mirada de los espectadores tuvo María Teresa Campos en sus magacines que aprendían tanto de la cercanía de la radio y, a la vez, de la travesura imaginativa de la televisión. Cuando Campos logró introducir una mesa de análisis sobre la actualidad política equilibró contertulios de diferentes ideologías con periodistas expertos en temas como consumo, que aportaban un prisma más práctico para el 'día a día' del espectador. No se quedaba en el debate de la propaganda política despegada de la sociedad y, así, introdujo la llamada telefónica que era protagonista constante del debate. Los espectadores se identificaban porque llamaban otros espectadores como ellos para preguntaba lo que les afectaba en lo cotidiano y, eso sí, cuando se alargaban María Teresa decía educadamente aquello tan mítico de 'vaya terminando, amiga". Ahora, en cambio, a pesar de contar hasta con notas de voz en Whatsapp, las tertulias de la televisión se centran en el argumentario político más allá que en la participación ciudadana. A veces, se llevan ciudadanos in situ o se leen tuis elegidos pero no se aprovecha el desarrollo tecnológico actual para engrandecer el relato y acercarlo a la ciudadanía.

Porque la tele siempre ha sido interactiva. Aunque no hubiera tantos adelantos, la creatividad sabía aprovechar cada elemento cotidiano para integrarlo hasta hacer más grande la premisa que sustentaba el programa en cuestión. Y eso, en la actualidad, no se está aprovechando como debiera más allá de fomentar el debate en Twitter y que ahí, en la red, discutan los espectadores entre ellos. Pero sin molestar en emisión.  Uno de los más astutos en incorporar las redes sociales a su programa está siendo Alfonso Arús al transformar a su audiencia en ingeniosos meteorólogos que envían vídeos con su móviles y van narrando con su voz cómo ven el tiempo del día desde su casa. De esta forma, cuenta con una especie de ronda sin fin de espontáneos corresponsales en la que el público se siente parte importante del espacio matinal. No es baladí, este detalle que engancha es clave del éxito de 'Aruseros'. Pero, en el resto de nuevos programas, aún se puede innovar mucho en las vías de participación. En las que la percepción colectiva es que el espectador está más presente que nunca y, en realidad, está más relegado que hace dos décadas. 

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