OPINION

El suicidio de la televisión tradicional en España: no todo vale en los vaivenes de la programación

Elenco de La Verdad
Elenco de La Verdad

La emisión de ficción por las cadenas de televisión tradicionales sufre el desgaste de los nuevos consumos bajo demanda. El espectador ya no espera como antaño, puede elegir cómo, cuándo, dónde y con quién ver su producción favorita. Pero, sin embargo, esta tendencia no acusa de igual manera en las televisiones de todos los países. En Estados Unidos la televisión sí mantiene un público fiel en ficción que ya quisiera los canales clásico de la televisión en España

.Obviamente en USA, hay estrenos, producciones que llegan y se cancelan y otras que cambian de día, pero, en general, el orden está mucho más presente en las parrillas americanas que en la española. Mientras que en nuestro país las cadenas marean constantemente con dudas, anuncios, pasos atrás y cambios de programación, en Estados Unidos se blinda la emisión de las series en franjas horarias que aguantan durante años y hasta décadas. Así, en la ABC los jueves es día de Anatomía de Grey desde hace trece años.

Los canales tradicionales crean bloques reconocibles y fáciles de recordar en la memoria para que su audiencia acuda en tropel. El prime time es inalterable de 8 a 11 de la noche, y el espectador sabe que hay una serie o programa de 8 a 9 (o dos series si son sitcoms), otro de 9 a 10 y otro de 10 a 11.

Y todos saben a qué hora empieza y a qué hora acaba lo que quieren ver. Por otro lado, el arranque y cierre de la temporada es férreo. Los estrenos se anuncian con antelación con fecha y hora, no con el sempiterno "próximamente" durante semanas y semanas.

En general, el espectador maneja un nivel de información a años luz de lo que ocurre en España. Esta es la forma con la que las cadenas tradicionales se aseguran seguir como referencia. Son el escaparate de la primera oportunidad a la que asistir al visionado de las series estandarte. Es la manera de poder diseñar minuciosas estrategias de marketing que siembren expectación ante una u otra producción durante meses antes. Al contrario que en España, donde las cadenas acusan unas feroces tácticas de programación y contraprogramación que dificultan la visibilidad de las series. El espectador es mareado con cambios de fechas de estreno y emisión, impidiendo a una parte de los espectadores seguir el hilo. Es más, la audiencia desconfía de los canales. Y lo peor que puede pasar a una cadena es que no tenga credibilidad en el público y, por tanto, directamente espere a otro soporte para ver la serie.

Las cadenas tienen que cuadrar presupuestos, medir su inversión de forma sostenible. Lo deben conseguir sin realizar locuras y, por eso, marean tanto con cambios en busca de no sufrir al rival y arañar décimas de share. Tanto que han perdido la perspectiva de que están expulsando al espectador y, aún peor, a los anunciantes.

Esto no es el gran mercado norteamericano, pero en la dimensión particular de la industria española se está promoviendo el mayor de los riesgos: espantar a las nuevas generaciones con estos movimientos drásticos de programación,  con retrasos en el horario de emisión, con capítulos de duración imposible y, sobre todo, construyendo, poco a poco, una terrible desconfianza del público del futuro en las cadenas tradicionales. Una desconfianza que, aunque no lo quieran ver, es un suicidio empresarial a medio plazo, pues sólo beneficia a las nuevas plataformas, como Netflix, obsesionadas con hablar el lenguaje de ese espectador que les sostendrá dentro de 10 años. Y una década pasa más rápido de lo que parece. Llorarán entonces. Pero, claro, habrá otros directivos. 

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