OPINION

'La mejor canción jamás cantada': por qué no convence el programa de La 1

Roberto Leal La mejor canción jamás cantada
Roberto Leal La mejor canción jamás cantada

No es la primera vez que TVE propone elegir la mejor canción de nuestra historia, pero esta vez el concepto de competición no ha estado del todo claro.

Si ya el cinéfilo juego de palabras del título del programa es difícil de entender y recordar 'La mejor canción jamás cantada', tampoco se comprende la dinámica del concurso. En esta ocasión, son artistas versionando canciones míticas pero no compiten ellos, compite la canción original. Y, encima, nadie asegura que ese mismo cantante vuelva a acudir al programa con su especial y asombrosa versión si el tema votado llega a la gran final. Un galimatías, vamos.

Lo suyo hubiera sido que compitieran en el mismo 'pack' las canciones con los artistas que las han versionado en cada gala. Así se definiría de forma más clara y diferenciada el objetivo final de un formato que es entretenido de ver pero que, en cambio, pasa desapercibido.

En la baja audiencia, afecta que nadie ha sabido explicar bien el programa -ni el Telediario rotuló bien su nombre- y que TVE no cuenta con un publico potencial fidelizado en esta franja de viernes. 'La mejor canción jamás cantada' tampoco tiene una audiencia realmente definida para atraer nuevos adeptos. Los jóvenes lo ven demasiado retro y los menos jóvenes lo ven demasiado OT. ¿Qué hacemos entonces?

Da la sensación de que 'La mejor canción jamás cantada' se ha preparado sin tiempo suficiente para generar un acontecimiento relevante que reuniera a todos delante del televisor al implicar a personalidades de primer nivel. No sólo en escena faltan primeros espadas, también en las entrevistas que divulgan cada década entre actuación y actuación. Se echa de menos más dosis de identificable nostalgia de relevantes del país, además de las curiosidades ya existentes narradas por los expertos.

A pesar de tener los mimbres para ello, no se ha generado un evento transversal, ni siquiera con la sintonía (sin apoteosis) del programa que no crea el clímax del gran show en directo que es. Lástima, pues el plató cuenta con una espectacular y versátil escenografía, formada por alturas de cubos de pantallas de leds, en la que desarrollan unas actuaciones muy visuales con interesantes coreografías y realización ágil. Un gigante de prime time, en definitiva. Pero no lo aparenta.  

Y eso que el programa va al grano, no se pierde en demasiados rodeos y acierta en la idea de que estén presentes los cantantes que participan al completo durante toda la emisión. Ven a sus compañeros e interactúan, junto al presentador Roberto Leal y un jurado, compuesto por el espontáneo instinto televisivo de Noemí Galera, la experiencia Toni Aguilar y un invitado semanal -esta semana Boris Izaguirre en estado de gracia-, que inteligentemente no están en el rol habitual de intensos jueces. Se levantan. Y bailan. En eso consiste un formato de estas características, que el sentimiento de fiesta trascienda.

'La mejor canción jamás cantada' intenta contagiar esa fiesta con el buen rollo de reunir a un elenco diverso de cantantes (este viernes con el sentido del show de Las Supremas de Móstoles, el arte en escena de Ruth Lorenzo -fuera de concurso- o la juventud de Manel Navarro) junto con la materia prima de emblemáticas canciones que todos sabemos tararear. Aunque sus versiones sean particulares.

Pero el show no cala, no ha llegado a TVE en el momento adecuado y la resaca de la sombra OT -omnipresente en cada gala- desvirtúa su energía. Porque no tiene que ver con OT ni nada que envidiar a OT. La nostalgia de la banda sonora de la vida de los espectadores va más allá y quizá esa es la asignatura pendiente de trasfondo del programa: superar las anécdotas televisiva más manidas y centrarse en el superpoder de la emoción de esos recuerdos cotidianos que están dormidos y nos retratan tal como éramos o como creímos que fuimos.

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