La tv de la inmediatez que arrasó con todo

Mediaset y Atresmedia
Mediaset y Atresmedia

La televisión se ha quedado paralizada en la inmediatez. Todo se vive en directo, todo da la sensación que se cocina más a corto que a largo plazo. Todo, como consecuencia, se olvida más rápido.

El espectador siente que cuenta con más impactos audiovisuales que nunca. Sin embargo y paradójicamente, a ese mismo espectador le cuesta también diferenciar contenidos audiovisuales entre sí. Todo se parece demasiado: las series, los programas...  Por si fuera poco, además, se maltratan los horarios de emisión e se desvirtúa la autoría de las obras. Los cortes para publicidad irrumpen sin piedad, aunque dejen a los actores con la boca abierta en una frase dramática decisiva, y hasta se fragmentan finales de telenovelas de éxito en trocitos. Así ha sucedido con 'Mujer', para estirar su rendimiento y debilitar al rival. 

Con estas dinámicas, el público siente que la televisión le ha perdido el respeto. No se pone fácil el consumo de una serie en prime time, por tanto tampoco es de extrañar que la gente tenga fobia a seguir una ficción en el horario de máxima audiencia español. Ante tanto vaivén y truco para competir con la cadena contraria, el público no se fía de la impuntual programación de la televisión. El cálculo a la caza de la audiencia instantánea va a terminar expulsando, a medio plazo, al espectador que aún queda. Y ya se puede ir sin retorno.

Son los daños colaterales de la era de la inmediatez. En la que parece que no hay demasiado tiempo para pararnos a pensar y definir estrategias creativas en el largo recorrido. Así la oferta será más solvente cuando haya que virar la programación la jornada en la que el choque entre canales apriete.

Porque, cuidado, la velocidad en la que se desarrolla la tele de hoy puede anular la autoría que favorece que sus contenidos calen y sean realmente éxitos rentables que calan en el imaginario colectivo. Hay que volver a cuidar al espectador, sus rutinas y sus hábitos. La tele debe crear costumbres en la cotidianidad de su audiencia. Y, a la vez, para lograrlo, se debe permitir a los creadores ese respiro que permite imaginar. Que no todos los decorados sigan los mismos cánones, que no todos los magacines sean un maratón del mismo patrón, que cada espacio televisivo cuente con un universo propio.

Pero la inmediatez en la que vivimos fagocita hasta la posibilidad de pararnos a pensar. Porque la inmediatez se confunde con prisa en la elaboración y, en realidad, es una oportunidad para la creatividad clásica, la gran aliada para atraer la curiosidad de la audiencia. La fórmula está clara: en tiempos en los que la tecnología arrasa con todo, sólo quién de en la tecla de la creatividad artesanal se diferenciará del resto y traspasará. Porque inventará aquello que aún no conocen los algoritmos que creen saber lo que nos gusta y lo que no y, al final, sólo reproducen clichés. Error, la buena televisión es descubrir no repetir.

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