MEDIOS 

Las vacunas y las consecuencias del espectáculo que vende miedo

Una dosis de AstraZeneca, utilizada en Sarajevo
Una dosis de AstraZeneca
Agencia EFE | EPA/FEHIM DEMIR

Las malas praxis periodísticas están favoreciendo que, por momentos, en los medios parezca que haya más miedo a la vacuna que al virus. Qué paradójico y qué trágico. Un temor social que, por ejemplo, ha llevado a que prácticamente la mitad de los convocados a vacunarse con Astrazeneca en Madrid no acudiera a la cita el pasado viernes. Al final, esta desconfianza representa el lado más peligroso del sensacionalismo que está fagocitando al periodismo en busca de la audiencia masiva, fácil y rápida. Ahí sí que deberían saltar las alarmas. Y no con la vacuna, que está pasando todos los controles de seguridad, aunque no sea esto lo que siempre resalten los titulares.

La información-espectáculo se nutre del miedo. De hecho, no es periodismo: es 'infotainment'. Y su ruidosa predominancia va unida a la manera de usar las redes sociales, ya que su rápida forma de consumo propicia que prestemos más atención a lo que nos incierta que a lo que nos aporta, sin escarbar en lo que nos cuentan. Así, el foco mediático se ha puesto en lo que sobresalta. Aunque no sea representativo y provoque un efecto dominó que puede retrasar la salida de la crisis sanitaria.

Como consecuencia, existen medios de comunicación que olvidan que la vital función del periodismo es ser frontera a los bulos, no altavoz: su labor es contextualizar y divulgar sin caer en la trampa de los temores de la urgencia. Y, sobre todo, no explicar la excepción como si fuera lo habitual. La excepción no debe ser el titular. Aunque, claro, eso no vende tanto como asustar. Pero el periodismo no es vender.

Todo tipo de medios. Incluso grandes informativos de la televisión privada se han centrado en dedicar minutos y minutos a sembrar dudas sobre la vacuna de AstraZeneca desde los titulares para, después, pasar de puntillas y con letra pequeña por la explicación compleja, la que plasma la efectividad de la vacuna más allá de su ínfimo porcentaje de efectos secundarios. Todas las vacunas y medicamentos tienen un prospecto con contraindicaciones que son excepcionales. Lo tiene el ibuprofeno, y por eso no dejamos de tomarlo. Como los tiene la vacuna de AstraZeneca. La información debería empezar por ahí, por lo relevante, por los contextos, pero eso queda en segundo plano para alimentar lo que vende: el morbo de la incertidumbre y el miedo.

Con los frenéticos ritmos actuales de consumo de las noticias, se simplifica todo demasiado y, por tanto, se pasa por encima de los matices que dan la respuesta. A veces, hasta se omite el matiz. No es igual "30 casos de trombos tras vacunarse con AstraZeneca" que "30 casos de trombos entre los 18,1 millones de personas vacunadas con AstraZeneca en el Reino Unido". Cuando llega este dato contextualizado, los titulares alarmistas han hecho tanto ruido ensordecedor, que ya casi nadie está escuchando: probablemente están compartiendo la alarma y la preocupación en las redes, con sus familiares por Whatsapp... Haciendo la bola más y más grande.

El riesgo de sufrir coágulo es 19.500 veces mayor al contagiarse de Covid, que tras vacunarse de AstraZeneca, como bien apuntó La Sexta. Y lo que no es aislado es que el virus puede matar. Y la única salida para frenar la situación sanitaria es la vacunación colectiva que no sólo propicia que la persona vacunada no desarrolle la gravedad de la enfermedad, sino que además dificulta que el virus se abra camino en la sociedad.

Pero, mientras, sólo escuchamos que la de AstraZeneca en la vacuna que hay que temer y evitar. Y la irresponsabilidad mediática que ha causado esta percepción puede terminar en un mal colectivo. No todo puede ser por audiencia, los medios deben informar para aislar el ruido, no realizar justo lo contrario: propagar un caos porque vende. Eso es inocular un miedo en contra del bien común que es la salud pública. Eso va en contra del periodismo real, crucial en épocas de sobreinformación. Porque el periodismo real es la antítesis del clickbait pandémico.

Cuando no hay certezas, se acaba la información y empieza la especulación. En este sentido, los periodistas debemos realizar un ejercicio más pausado, acudir a los expertos y no quedarnos en las contradicciones de la mala e interesada comunicación, que solo confunde a quien la recibe. Para lograrlo, hay que frenar el relato de lo ávido que impera en las redes. La velocidad de actuación es importante, pero con la capacidad de no dejarse intoxicar por el estrépito.

Y es que estamos en un tiempo en el que la desinformación lo inunda todo, pues es la manera rápida de conseguir audiencia, de adelantarte a los demás para conseguir más audiencia. Incluso utilizando la crudeza de la pandemia como soporte de venta. Así se están propiciando consecuencias innecesarias que no ayudan a terminar con la crisis sanitaria. El espectáculo de la urgencia gana al análisis contrastado. Y encima suele llamar más la atención y llegar más lejos que el periodismo calmado y preciso. Por eso es fácil caer en la trampa, pero el porvenir de la credibilidad social de los medios de comunicación está también en la capacidad por no precipitarse y refutar la simplificación.

Es momento para tener más presente que nunca el rigor de la honestidad que sustenta el periodismo. Porque periodismo no es vender más, es contribuir a la sociedad e iluminar el complejo camino con verdad y no con alarmismo. Así se debería alcanzar la fidelidad que otorga la credibilidad. Y esta pandemia, inevitablemente, ha llegado también para poner a los medios a prueba constantemente, desde el minuto uno. Preguntarnos si estamos a la altura debería ser una obligación diaria.

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